viernes. 29.03.2024

Año 1937. 14 de agosto: las tropas franquistas comienzan su ofensiva terrestre sobre Cantabria. 15 de agosto: esas tropas logran copar en Reinosa a lo más destacado del Ejército republicano en Cantabria. 16 de agosto: los franquistas de la IV Brigada de Navarra toman Reinosa. 17 de agosto: los fascistas italianos de la División 23 de Marzo toman el puerto de El Escudo. Del 18 al 25 de agosto: las tropas franquistas toman Cabuérniga, Iguña, Toranzo, Pas, Torrelavega… 26 de agosto: la IV Brigada de Navarra, los fascistas italianos de la División Littorio y el resto de tropas al mando del general franquista Fidel Dávila –comandante en jefe del Ejército del Norte tras la muerte del general Mola–, entran en Santander por El Alta, la calle más larga de la capital. Santander, que lleva meses siendo bombardeada por la aviación franquista, ha sido tomada por las tropas franquistas, que ponen así punto final a 76 meses de república en Cantabria, 18 de ellos bajo el gobierno del Frente Popular, la coalición electoral de izquierdas que había ganado las elecciones generales de febrero de 1936. Ochenta años después, Santander sigue dedicando la calle de El Alta –la misma por la que las tropas franquistas dieron su paseo triunfal en agosto de 1937–, al general Dávila.

El periodista y escritor italiano Indro Montanelli, que cubrió la guerra para ‘Il Messagero’, lo contó así: “Santander no cayó de resultas de una batalla, se desmoronó la resistencia porque aquellos pobres combatientes tenían hambre: se habían comido los gatos, los ratones… todo. Y cuando no pudieron más, se rindieron”.

Las pérdidas de los republicanos se aproximaron a los 55.000 prisioneros

Mientras tanto, los restos del Ejército republicano aguardan la puesta en marcha de la feroz maquinaria represiva franquista, que se produce pronto. “La caída de Santander constituyó uno de los mayores desastres que conoció la República: según el testimonio de uno de los más destacados jefes de los rebeldes, el general García Valiño, las pérdidas de los republicanos se aproximaron a los 55.000 prisioneros, amén de un importante botín de guerra, consistente, entre otros, en 120 cañones en servicio y 40 en fabricación, 22 carros de combate, 20 blindados, 230 ametralladoras, 450 fusiles ametralladores y 30.000 fusiles”, ha documentado el historiador Miguel Ángel Solla.

“Desmoralización la teníamos todos. Nos iban acorralando hacia los Picos de Europa y poco a poco se iban haciendo dueños de todo. Luego venían las represalias: nuestras hermanas con el pelo cortado, nuestros ancianos padres deportados a lugares nunca oídos. Nuestros rebaños dispersados, el ‘paseo’ al amanecer, un hombre arrastrado por caballos hasta quedar descuartizado en la carretera, nuestras vacas asadas para italianos y navarros o en manos de nuestros antiguos enemigos. Estábamos acobardados, ansiosos de que aquello terminara de un modo o de otro, desesperados”. Es la narración, 40 años después, de uno de aquellos combatientes republicanos, que Isidro Cicero plasmó en ‘Los que se echaron al monte’ (1977).

francodavilaLos generales Franco y Dávila, durante la guerra civil

Cicero asegura que entonces “dos cosas distinguieron a Cantabria respecto al resto de España”.

Cicero: “Cantabria fue un territorio independiente, pero también cercado”

La primera, que “en Cantabria hubo un año de gobierno republicano previo y durante ese año el Frente Popular tuvo que actuar, lo que marcó mucho para bien o para mal, porque los milicianos tuvieron que tomar en tiempo de guerra decisiones que muchas veces no fueron simpáticas a la población y mucha gente dijo ‘a ver si con la entrada de los otros la cosa mejora y dejamos de pasar hambre y de tener que levantar el puño’”. Y es que el transcurrido de julio de 1936 a agosto de 1937 “fue un año de espera, lucha y resistencia, sabiendo lo que pasaba al otro lado”. “Había dos Españas y la frontera estaba en El Escudo”, señala el autor de ‘Los que se echaron al monte’, que destaca que el Gobierno republicano de Cantabria estuvo “aislado”. Y pone como ejemplo que para ir a Madrid a entrevistarse con Indalecio Prieto –ministro de Marina y Aire desde 1936 hasta 1937 y de Defensa Nacional desde 1937 hasta 1938 y presidente del PSOE desde 1935 hasta 1948–, la diputada cántabra del PSOE Matilde de la Torre tenía que hacerlo “en avión y atravesando territorios hostiles”. Y es que Cantabria fue un territorio “independiente”, pero también “cercado”.

La segunda, que “la guerra en Cantabria se caracterizó no por grandes batallas –aunque las hubo–, sino por grandes prisiones y grandes represiones, por los embolsamientos de presos y su distribución por los campos de concentración”. El propio Juanín sufrió aquellas prisiones y aquellas represiones desde el mismo 1937. “Desde el Cuartel General del Generalísimo –en Burgos–, Franco y los demás militares planificaban, porque los militares planifican, y planificar es adelantarse a los acontecimientos. Sabían que Cantabria se iba a caracterizar por acumular bolsas de presos, y ahí empezaron a legislar sobre las prisiones. Fue una legislación específica pensando ya en Santander”, asegura Cicero.

Cicero: “En el origen de los del monte está la entrada de los franquistas”

“En el origen de los del monte está la entrada de los franquistas”, apunta el autor de ‘Los que se echaron al monte’, que destaca que “una parte de los maquis se escondió en agosto del 1937”, cuando “vinieron los moros, los italianos, las Brigadas de Navarra… y arrasaron con todo”. “Unos dejaron sus casas y se escondieron y otros volvían del Frente y también se escondieron”, explica. Otros combatientes del Ejército republicano en Cantabria se trasladaron a Asturias y para ellos la guerra continuó al menos hasta octubre. Es el caso de Mauro Roiz, que volvió a su pueblo, Bejes, andando desde Gijón.

Tras la entrada de los franquistas, Potes, toda Liébana y toda Cantabria se llenaron de historias como la de Bernabé, que escondido en el monte sospechó por el ir y venir de mujeres que algo grave pasaba en su casa. Y desde el monte presenció el entierro de su hijo, que murió nada más nacer, sin que su padre pudiera verlo siquiera. Cuando por fin se atrevió a bajar a su casa, Bernabé fue denunciado por un vecino y enviado a una prisión lejana.

“Todo el mundo vio en Juanín muerto a una víctima más de aquella guerra”

 “En el año 57, el día que mataron a Juanín, todas estas historias se habían olvidado ya. La gente vivía preocupada por otros temas, dando al olvido rencores y tragedias. Bástale a cada día su propia miseria. Avergonzados unos y otros, salvo rabiosas excepciones, los lebaniegos convivían en los montes, en los mercados y en las cantinas; habían ido juntos al estraperlo, y si las heridas no estaban aún suficientemente cicatrizadas, ya no dolía tanto la sangre…”, escribía Cicero hace 40 años –y 40 años después de la entrada de las tropas franquistas en Cantabria, de la que ahora se cumplen 80 años– en ‘Los que se echaron al monte’. Y añadía: “Por eso, todo el mundo vio en Juanín muerto a una víctima más de aquella guerra, de trayectoria más larga que la de nadie, muerto extemporáneo, al que las terribles circunstancias habían matado. Fue el último lebaniego caído en aquella guerra feroz entre hermanos de la que nadie quería ya acordarse, pero que a todo el mundo había dejado marcado”.

paseogeneraldavilaPaseo del general Dávila, en Santander

Un paseo para el general Dávila
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