viernes. 19.04.2024

La última semana del año

Cada final de año es la misma historia, adiós a lo pasado y hola a lo que vendrá. El destino es algo muy importante para todos nosotros, tan tozudos como somos frente a hechos injustos que no ven actuaciones y comportamientos realmente humanos. Con la lista de agravios se hace un libro, pero basta con recordar la indiferencia ante la desgracia ajena y el aumento de refugiados a quienes negamos un nuevo hogar. Extraña manera la nuestra de dar la bienvenida a otros 365 días.

Casi todos pensamos lo mismo en la última semana del año: Que el tiempo pasa volando. Según sean las circunstancias personales, atrás habrá quedado un buen año  o, por el contrario, para no recordar. Cuando se llevan a cuestas años tan malos, como nos sucede a los españoles, las expectativas son los sueños que queremos se conviertan en realidad. Alguien con cierta edad, lo que quiere es seguir disfrutando tranquilamente de la vida y del merecido bienestar que atienda de necesidades básicas como es la salud. El trabajador con años de servicio aspira a consolidar un derecho a la seguridad que esquive el paro, y un aumento justo de la remuneración que equilibre el alto índice de precios en el que nos movemos de habitual. Los que empiezan, y a quienes tan poco se defiende, pretenden una forma de integrarse en la sociedad de oportunidades que tan solo les ofrece malos empleos, precarios y miserables también en cuanto a sueldo se refiere.

Desde los griegos andamos a vueltas con el destino, eso de la fortuna o la desgracia, la felicidad o la infelicidad. Ya me gustaría, ya, hacer realidad un pensamiento que tuvo el gran Beethoven, el de la sinfonía número siete: “Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará”. En 2017 hemos pensado demasiado sobre el destino, algo que no es de extrañar con gran carga que supone para la política de hechos consumados la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. A la política de partidos, ideologías y sentimientos, se han sumado los gobiernos de magnates, como sucede claramente en el caso norteamericano. Todo lo que dé de sí este peligroso experimento está aún por escribir en miles de tuits presidenciales, de noche, y desde el Despacho Oval de la Casa Blanca.

“A la política de partidos, ideologías y sentimientos se han sumado los gobiernos de magnates”

Casi todos pensamos una cosa más en la última semana del año: Que el futuro depare prosperidad. Todo lo que conocemos como grandes centros de poder deberían hacer suyo el legado de las generaciones que lucharon por los transcendentales cambios que han hecho posible nuestra civilización. Porque hay serios riesgos en la debilidad actual de las democracias con las graves consecuencias de la crisis económica, que ha agrandado mucho más la brecha entere ricos y pobres, lo que genera un malestar social que se está viendo en forma de peligrosos nacionalismos y de un despertar creciente de la ultraderecha que anhela recuperar gobiernos y formas que nos llevaron al desastre global en otros tiempos.

Otro hecho que ensombrece el futuro son las guerras. Crecen lo mismo que aumenta el lógico éxodo de millones de personas que quieren vivir en paz y desarrollo, aunque para ello tengan que emigrar a miles de kilómetros del lugar en que nacieron, vivían y trabajaban. Es lo que conocemos como Refugiados, pero esta forma de calificar la movilización lógica de millones de personas no se podrá mantener en el tiempo, ya que habrá que dar una solución a lo que hoy por hoy es un desastre humanitario de una magnitud increíble ¿Los problemas de ahora van a seguir existiendo en los meses por llegar? Sí, pero aumentados sino somos lo suficientemente generosos como para reconocer equivocaciones, poner freno a injusticias, y buscar de verdad el equilibrio entre los pueblos cuyo crecimiento es cada vez más insignificante frente a las potencias.

“No es verdad que la unión haga la fuerza en medio de tanto individualismo internacional, nacional y local”

Es bueno que ya no hablemos tanto de crisis, recortes y penurias, pero me da la sensación de que no hay voluntad política ni social de aprovechar tan malas experiencias para que no se vuelvan a dar. No basta con hablar de buena economía, hay que practicarla. No creo que sea verdad que la unión haga la fuerza, en medio de tanto individualismo internacional, nacional y local. Si hablamos de paz, dignidad, concordia, esperanza y solidaridad, merece que lo hagamos con el respeto y la confianza necesarios para seguir construyendo la sociedad justa y plural que nos sirva como mejor escudo ante los males consustanciales a nuestra propia existencia, empezando por el de la falsedad de nuestros hechos.

La última semana del año
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