jueves. 28.03.2024

Llámame presidente

No somos del todo precisos cuando los adultos criticamos la mala educación de los jóvenes. Hablo de saber comportarse en sociedad, y de señalar con el dedo a un mal sistema educativo que asumimos, olvidando el papel fundamental de las familias a la hora de transmitir modales. En todo lo que sucede a nuestro alrededor, bueno o malo, el componente educativo es esencial. Dentro de la maltrecha Europa, el presidente francés, Emmanuel Macron, que no “Manu”,  acaba de dar un buen ejemplo de cómo recuperar el respeto perdido.

En abril de 2002, hace ahora dieciséis años, Nelson Mandela y su mujer Graça Machel, que había sido ministra de Educación de Mozambique, redactaron un texto para sumarse a la Campaña Global por la Educación. Resumieron lo que querían difundir mediante una premonición: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo". Como todo ha ido a peor desde que lo escribieron, incluida la llegada al poder de Trump o Putin, debemos dar por hecho que el interés de los Gobiernos por la educación y la cultura ha decaído, y la prueba más palpable de este hecho es el comportamiento habitual de los escolares que, valga la redundancia, no saben comportarse. Un hecho reciente entre un crío y el presidente de Francia echa más leña al fuego del eterno debate educativo. Emmanuel Macron acudió a un acto oficial y entre el público asistente oyó la voz de un joven que se dirigió así a él: “¿Qué pasa, Manu?” La reacción del mandatario francés fue inmediata: "A mí me llamas señor presidente de la República o señor”, aunque no lo dejó ahí porque el asunto no iba de protocolo y sí de saber estar. “El día que quieras hacer la revolución aprende primero a tener un diploma y a alimentarte por ti mismo, ¿de acuerdo? Entonces ya podrás ir a dar lecciones a los demás”, le recomendó Macron, quien encontró por respuesta del escolar un  “sí, señor presidente”.

¿De qué sirve tener conocimientos, si no sabemos cómo tratar a una persona por su edad, reputación o alto cargo institucional?

¿Qué hubiera sucedido en España con un caso semejante? Pues, seguramente, que se le reiría la gracia al chaval, primero porque las cámaras están presentes y, segundo, porque nos hemos convertido en auténticos improvisadores, dejando de lado los valores básicos que, como la educación, nos aseguran la mejor convivencia posible en sociedad. Nuestros jóvenes, y en este caso hablo de universitarios - que lo mismo da que estén en primero que en cuarto curso -, no saben lo que significan términos como civismo, urbanidad o tolerancia.  La educación no debe ser ni de derechas ni de izquierdas, porque educación es educación, punto. Por si no soy suficientemente claro, apelo al significado literal de la palabra: Formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen”. Mi admirado Borges lo tenía muy claro: “La universidad debiera insistirnos en lo antiguo y en lo ajeno, no en lo propio y  contemporáneo, ampliando una función que ya cumple la prensa.” Es exactamente lo que pasa. ¿De qué sirve tener muchos conocimientos, si no sabemos cómo tratar a una persona a la que nunca antes hemos visto o goza del respeto que proporciona la edad, la reputación o el alto cargo institucional que se desempeña, como en el caso de Macron? De nada, no sirve de nada, porque siempre pareceremos unos paletos a los ojos de la lógica, la razón y las relaciones sociales.

Gárrulos siempre va a haber, pero no tienen porque ser un ejército invencible surgido de la inoperancia del sistema educativo

Como siempre mantengo, los jóvenes no tienen tantas culpas como los mayores queremos hacer creer, a la hora de evadir lo que son nuestras incompetencias. El respeto empieza en casa, en la misma familia. Los padres debemos asumir que nuestros hijos no siempre tienen razón en las cuestiones escolares, que precisamente empiezan por el respeto personal a los profesores y la labor que llevan a cabo. Si todo el mundo, ciudadanos y sus representantes políticos, habla de recuperar el valor del trato y el esfuerzo, no alcanzo a comprender a qué tantas vueltas a lo obvio de nuestros problemas actuales, y el aplazamiento sine die de decisiones que reconviertan el mal rendimiento actual de nuestros estudiantes. Si el debate no sobrepasa, como ocurre en la España actual, lo que se estudia en cada comunidad autónoma, el contenido de los libros para que nadie se sienta agraviado o el calendario escolar, estamos apañados. Una buena educación jamás puede dejar de lado el comportamiento que ponemos a prueba a diario. Sucede en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en la calle, conduciendo el coche o dentro del transporte público. Gárrulos siempre va a haber, pero no tienen porque ser un ejército invencible surgido de la inoperancia del sistema educativo. No, porque así es como se llega a llamar “Manu” a un tal Emmanuel Macron, presidente de la República francesa, y precisamente en el día en que este dirigente homenajea con su presencia la figura de los resistentes contra la  ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Mi respeto, agradecimiento y admiración, siempre, a lo que hicieron estos hombres y mujeres por la libertad de todos los demás.

 

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