Una marca de cerveza hace una encuesta todos los años para conocer el gusto de los españoles a propósito de con qué personaje público o conocido se irían a tomar unas cañas si tuvieran esa posibilidad. Y por ahí desfilan entre las preferencias políticos, deportistas, cantantes, puntales de la sociedad rosa y algún periodista. Yo, que nunca quise ir a LA, me tomaría, sin embargo, unas birras con Loquillo; yo, que siempre apuesto por perdonar, echaría, de todas formas, un vaso de whisky con William Munny en Big Whiskey; yo, que nunca pasé del medio campo, agarraría fuerte una pinta para que CR7 me contara de primera mano cómo era su vida de niño en Funchal. Sienta a alguien frente a un mostrador y se mostrará tal cual.
A Junqueras le pondría, como comienzo, un villancico de Aerosmith, para que él supere la sardana y yo la jota
Nadie me ha preguntado, pero si de invitar a mi mesa de Nochebuena se trata, lo tengo claro. Y este año más que el anterior: Oriol Junqueras, aunque de él me separe una galaxia en el pensamiento político (pero por eso mismo). Admito que no quiero a Puigdemont ni para que traiga una pizza en moto, pero Junqueras –igual de independentista que el anterior, supongo- es un personaje a explorar. Para empezar está en el talego y no se ha fugado a ninguna parte. Arrostra las esposas sin renegar del discurso, trata de encomendarse al altísimo quizá llorando en la capilla –como Elvis- (lo que es cuanto menos llamativo en un republicano) y mantiene el verbo acunado en el sosiego, de lo cual, por cierto, no ha aprendido nada Rufián, arquitecto de metáforas efectistas que hace tiempo confundió el pleonasmo con el orgasmo.
A Junqueras le pondría, como comienzo, un villancico de Aerosmith, para que él supere la sardana y yo la jota. Y que se deje arrullar por la garganta rasgada de Steven Tyler mientras descorchamos un Rueda. Que me ayude a desconchar unos tigres picantes de las Siete Calles del Botxo, donde nací hace 55 palos; que se endiñe conmigo un cordero de Castilla, un pescaíto de Málaga y un postre cántabro, todo regado con cava. Que argumente –o al viento le diga, Sancho- por qué, si el mundo es tan grande -y las culturas más hermanas de lo que muchos creen-, hay que tratar de trocearlo como si fuera el queso de un ratón. Espero convencerle.