viernes. 19.04.2024

Turismo que estresa

La gallina de los huevos de oro que es el turismo para España atraviesa un momento de shock traumático debido a la avaricia. Ser potencia mundial en un sector que genera tantos ingresos requiere cuidarlo, y ahora se hace mal. No son tan solo esas campañas que invitan a los visitantes a irse. También está alquilarlo todo en lo que supone una proliferación desmesurada de los pisos turísticos, sin respetar la normal y tranquila convivencia entre vecinos que termina por crear estrés.

Casi todos los programas electorales para ocupar un sillón de alcalde o concejal coinciden a la hora de prometer una ciudad o un pueblo más saludables. La promesa se hace efímera cuando la población habitual de habitantes de un determinado lugar se duplica debido al turismo. Para comprender lo que está sucediendo en Barcelona, Mallorca o Ibiza, de entrada, hay que vivirlo. El superavit turístico mantiene económicamente a  España, y nos las prometíamos felices un verano más cuando, repentinamente, hemos entrado en el debate de que ya no cabe un alfiler en muchas de los destinos mayormente elegidos por los visitantes nacionales y, especialmente, extranjeros. España es un país inclinado a dispararse al pie en cada decisión que toma. Si a esto le añadimos la poca previsión, que la industria hace tiempo que se ha ido al garete, y que en la partida económica lo tenemos todo apostado al sector turístico, resulta que el momento shock lo estamos viviendo ya. Llevamos años apelando a la necesidad de tener un plan b, aunque ha sido como clamar en el desierto, porque cada año eran más los millones de turistas y más también los ingresos que oxigenan en gran medida a las maltrechas cuentas públicas.

Hay que arreglar el turismo masificado pero no se hace destrozando autobuses ni invitándoles a que se vayan

Para sustituir paulatinamente al turismo, un día nos levantamos haciendo parques tecnológicos que se utilizan para más edificios públicos que otra cosa, y al día siguiente queremos convertirnos en la reserva eólica de Europa, sino en el brazo extendido de Las Vegas con la implantación de macro casinos. Los planes estratégicos para nuestra economía son como una novela inacabada. Se ha estado hablando de ellos, a diez años vista, a veinte, incluso a treinta... pero entre tanto humo lo que hay de verdad es el turismo. Cualquier cuestión de trascendencia económica, y más en los tiempos que corren, hay que dilucidarla con una sola voz; aquí hay un coro de voces y cada una va por un lado distinto. Es cierto que hay que arreglar muchas cuestiones relativas al turismo masificado, pero eso no se hace destrozando autobuses y asustando a sus pasajeros, ni tampoco estampando pegatinas en los coches que alquilan los ingleses, alemanes, franceses y rusos, invitándoles a que se vayan.  

Los cupos al número de visitantes puede ser una alternativa, pero sería deseable tomar esta y otras iniciativas desde el consenso general, porque ya lo que nos faltaba es que a una autonomía pueda entrar todo el que quiera y en otra no. Si los que toman estas decisiones creen que salvaguardan la opinión mayoritaria de los ciudadanos, lo primero que deberían de tener en cuenta es que tras el turismo nacional hay miles de puestos de trabajo en juego. Esto es lo que realmente debería preocupar, sin negar que son muchos los problemas aplazados que requieren ya de actuación. Está ese turismo barato de fin de semana que aterriza en vuelos charter, y que no deja nada salvo bullas y borracheras. Están esas playas en verano con tantas sombrillas plantadas que es imposible moverse entre la arena o llegar a la orilla del mar para mojarse los pies. Si eramos pocos, al problema se han sumado los pisos turísticos incontrolados que amenazan a las tranquilas comunidades de propietarios. Hoy se alquila de todo, y quizás tanta avaricia lleva implícita la penitencia.

Proliferan los pisos turísticos incontrolados, se alquila todo, y tanta avaricia lleva implícita la penitencia

Queda claro que España debe reconducir su turismo, para mejorarlo, no para destruirlo. Lo que nosotros perdamos, por nuestra propia incompetencia, lo aprovecharán otros países deseosos de mejorar sus cifras de visitantes. Hay que librarse del turismo que no suma, y que solo crea problemas. Existe porque alguien lo impulsa, da todo tipo de facilidades y se lucra a costa de perjudicar la convivencia en ciudades y destinos costeros. Nos debería preocupar que se empiece a hablar mal de la España turística en el exterior, y habrá competencia que quiera y sepa exprimir este momento para desacreditarnos. Solo hay que ver lo que ha tardado la primera tour operadora mundial (TUI) en dar excesiva publicidad a que España está abarrotada de turistas. Nuestra fuerza está en el potencial que tenemos, en la experiencia y en una geografía única, de norte a sur y de este a oeste. Estropearlo no debería estar jamás en el guión de cómo hacer país, porque las ciudades saludables sin ciudadanos satisfechos son menos ciudades.

Turismo que estresa
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