jueves. 28.03.2024

El odio como arma de destrucción masiva

Que el odio no ciegue nuestros ojos, no avance en nuestra sociedad, no prenda en el corazón de Europa, que no sea esa arma de destrucción masiva que pueda demoler los avances éticos de nuestra comunidad.

Ante todo la solidaridad con las familias que sufren la pérdida de seres queridos, los que tienen heridos en los hospitales de Bruselas y con todo el pueblo belga. El dolor por la muerte, mejor dicho por el asesinato, ya que ellos han sido ejecutados, sin ninguna garantía judicial, sólo son culpables de vivir y pasar por allí, de ir a sus trabajos, escuelas... Pensar en el sufrimiento de esas familias nos hace ver lo dura e injusta que puede ser la vida.

Intentar comprender porqué se produce tanto dolor es además imprescindible para poner la medidas preventivas necesarias, y que no se vuelvan a repetir situaciones tal crueles, tan desalmadas. Ya decía Aristóteles que "al que odia no le preocupa el sufrimiento del otro, sólo le interesa que la otra persona no exista".

¿Quién diseña estos planes para matar? ¿Quién riega, cuida y mima la planta del odio? ¿Quién ejecuta, incluso entregando su vida, segando la de los demás?  ¿Cuál es el objetivo de acabar con vidas indiscriminadamente?

Hay quien habla de devolver los golpes a occidente, los que ha dado en otros lugares del mundo; que es un principio de acción y reacción, desde el conflicto Palestino, pasando por la guerra de Irán, y acabando por la guerra de Siria.

Hay quien habla de devolver los golpes a occidente, los que ha dado en otros lugares del mundo; que es un principio de acción y reacción

Otros intentan comprender esos comportamientos asesinos como un tema de integración dentro de nuestra sociedad, así se habla del barrio Molenbeek en Bruselas que tiene más de 40.000 árabes y un paro superior al 40% , en una país donde la media no llega al 7%, donde dentro de  comunidades marginales hay grupos muy radicalizados, y que se sienten fuera y en contra del sistema,  allí nace un vivero inagotable de odio. Se pasan al lado oscuro en los suburbios de París, de Bruselas, se van a la aventura siria a combatir contra el infiel y, cuando regresan, encuentran en barrios como Molenbeek el apoyo,  los recursos, las conexiones necesarias para realizar sus hazañas, para tener una muerte digna y gloriosa, que les haga ser alguien importante antes los suyos. y ante su Dios.

Es cierto que hay comportamientos que no dejan en muy buen lugar a las Instituciones Internacionales y a los Estados llamados desarrollados, sobre todo en las intervenciones fuera de sus fronteras. La sensación de que nuestro mundo no es seguro y que existen personas capaces de morir con tal de matarnos, sin importarles quiénes somos, simplemente por vivir en occidente, es algo que existe en nuestra sociedad, y el miedo aumenta con cada atentado.

El dilema de seguridad-libertad también abre otro debate, que los ciudadanos tengamos que dar al Estado parte de nuestros derechos para que el mismo nos proteja mejor; esta situación es usada como un arma arrojadiza entre la derecha y la izquierda. ¿Cuándo no hay libertad sin seguridad?, ¿para qué sirve la seguridad sin libertad?... Seguirán justificando medidas en nuestro nombre, que muchas veces tienen más que ver con sus intereses que con los de los ciudadanos.

¿Cuándo no hay libertad sin seguridad?, ¿para qué sirve la seguridad sin libertad?

A muchos de nosotros que formamos parte de esa mayoría que trabaja, ayuda y vive respetando a los demás, donde ante una muerte, desde la realizada en nombre de un estado de derecho, hasta cualquier tipo de crimen, no hay idea, por muy importante que pueda ser, ni religión, ni justificación alguna para quitar la vida. ¿Qué puede pasar por la cabeza de quien mata indiscriminadamente en un tren, una terraza, el metro, un aeropuerto...? ¿Cuanto odio tiene que haber dentro de un cuerpo para hacer esta atrocidad?. ¿Qué confundido puede vivir alguien que mata en nombre de un Dios superior, por un supuesto mundo mejor que nace sobre el asesinato de inocentes, por un mundo que sólo tenga su color, o simplemente por venganza?. Ante cada atentado se repite el mismo ritual, y cuando esto sucede con frecuencia pasa a asumirse por la sociedad, que absorbe el golpe, cada vez con menos sorpresa y con más resignación ante la fatalidad. Esto si es la antesala de una derrota moral de nuestra comunidad.

En el siglo donde algunos científicos dicen que "mataremos a la muerte", que seremos capaces de hacer el hombre eterno, que contrasentido es que sigamos con mismos instintos tribales de canibalismo, de te mato porque no eres de los míos o porque no piensas como yo, o te destrozo la vida. Estas mismas son las coartadas que utilizan racistas, islamófobos para justificar el odio. Ese odio es la mayor arma de destrucción masiva entre los seres humanos. Duele también sentir como algunos quieren poner un manto de sombra y sospecha sobre  los refugiados, sobre los que huyen del horror de una guerra, es tremendamente injusto.

Desde el 11S de 2001 con el atentado terrorista a las Torres Gemelas con cerca de 3000 muertos, algo ha cambiado en nuestro mundo occidental, pasando  por el 11 de marzo de 2004 en Madrid, 191 muertos, el 7 de julio 2005 Londres, 56 muertos, el 14 de noviembre 2015 en París, 127 muertes, ahora en Bruselas, 22M, 31 muertos más, además de un inmenso dolor, la sensación que tenemos es que esto se puede volver a repetir en cualquier momento y en cualquier lugar; es descorazonador escuchar a los máximos dirigentes de la Unión Europea que después de todo lo visto y sufrido, siguen recriminando a los países su falta de cooperación en materia antiterrorista, la pregunta es ¿de verdad les importamos?.

Que el odio no ciegue nuestros ojos, no avance en nuestra sociedad, no prenda en el corazón de Europa, que no sea esa arma de destrucción masiva que pueda demoler los avances éticos de nuestra comunidad.

El odio como arma de destrucción masiva
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