viernes. 19.04.2024

No dijo diálogo, dijo Constitución

Sin ser yo más monárquico que lo estrictamente imprescindible, pienso que el producto final pronunciado por el rey puso las cosas en su punto.

El rey, me refiero. En su discurso del pasado día 3 de octubre. Había un clamor por el diálogo que no ha cesado, después se lo hemos oído incluso a Puigdemont. El rey podía haberles dicho a las dos instituciones enfrentadas que se sentaran a una mesa, hablaran, le echaran buena voluntad y se entendieran. No lo hizo. Tampoco aludió a los heridos del día 1. Estos silencios dejaron perplejos a muchos.

Sabemos que los discursos institucionales, especialmente los del Jefe del Estado, pueden tener de todo menos improvisación. Equipos muy cualificados los preparan con meticulosidad; los borradores van y vuelven, quizá más de una vez, de unos palacios a otros; las palabras que finalmente oímos son las que han querido que oigamos; las omisiones, contra lo que pudiéramos creer, no son olvidos ni descuidos.

No dijo diálogo, lo que dijo fue Constitución. Sin ser yo más monárquico que lo estrictamente imprescindible, pienso que el producto final pronunciado por el rey puso las cosas en su punto. Tuvieron en cuenta que la Constitución es no solo el marco del diálogo sino también el método para dialogar. Marco y método más acreditados que en nuestra vida hayamos tenido los españoles. Fruto ella misma de un difícil diálogo, la Constitución tiene definida los modos y maneras para seguir dialogando.

Nos ha costado mucho aprender este procedimiento, pero es de él de donde los ciudadanos sacamos a los que discuten en nuestro nombre y representación

Omitió diálogo, una palabra de uso común, pero puso su índice en Constitución, otra palabra de rango superior que contiene a la primera. Con ese gesto el rey indicó (para eso sirve un índice) qué es lo que se entiende por diálogo político en este país. Dices Constitución, recordó, y dices todas las demás cosas. Dices Constitución y solo con eso ya indicas que tus aspiraciones, por especiales que sean, puedes exponerlas, propagarlas, pelear por ellas y conseguir que se hagan realidad. Con ciertas condiciones, naturalmente, entre ellas, que sumes suficientes apoyos, porque si no, no.

Dices Constitución y dices cómo se dialogan aquí los asuntos públicos. No se hace a gritos, ni chillando más que otros, ni siquiera reuniendo en las calles más voces que nadie, eso puede ayudar, pero no es así. Hay muchas clases de diálogos, pero los asuntos políticos no se hacen quitándose la palabra unos a otros, esto no es sálvame directo ni las tertulias de la sexta.

El método de este diálogo es sencillo: Mientras uno habla, el otro escucha. Y viceversa. Dialógicamente, con tiempos tasados, con un reglamento que te garantice la igualdad con tu contrincante, con un árbitro por medio que te dé la palabra o te la quite si te excedes en el tiempo o si se te ocurre deslizarte por el prohibido territorio del insulto.

Dices Constitución y sabes que este diálogo no se hace en un banco de la calle, ni sentándose los dialogadores en una acera (banqueta la llaman los mexicanos), ni en un restaurante de cinco estrellas, ni en una estación de esquí, ni en una taberna de las afueras. Este diálogo es público, trata sobre lo público y se hace en un local público, oficial. Un local donde se tiene que oír bien lo que dicen unos y lo que dicen otros; donde tiene que quedar constancia fehaciente de lo que dijeron todos, donde se levanten actas. Y lo más importante, donde se concluye recontando votos para, a su vista, decidir o no decidir  las cuestiones debatidas.

Dices, por tanto Constitución y lo que estás diciendo en realidad es Parlamento. Dices Constitución y te estás refiriendo a la democracia. Un sistema bien pensado, no se nos ha ocurrido nada mejor, que empieza en unas elecciones libres, con votaciones secretas, censo cierto, interventores y apoderados para la vigilancia del contrario, juntas electorales en escala, para poder elevar recursos de una a otra, y un sistema bien definido de escrutinio, recuento y verificación.

Nos ha costado mucho aprender este procedimiento, pero es de él de donde los ciudadanos sacamos a los que discuten en nuestro nombre y representación. Hubo un espejismo tumultuoso que intentó convencernos de que los representantes no nos representan. Si no nos representan éstos, a la próxima elijamos a otros que sí. Pero si las personas que periódicamente elegimos con ese sistema tan reglamentado -que como todo lo demás podemos cambiarlo cuando nos dé la gana- entonces no nos representará ningún hijo de madre.

Cuando nos dé la gana, cambiar las cosas no. Cuando tengamos más votos que los demás. O cuando consigamos, si no los tenemos, acuerdos con otros representantes hasta sumar más fuerza que los demás. Ese es el diálogo en política, su marco y su método. Felipe VI dijo Constitución, pero con eso lo dijo todo.

No dijo diálogo, dijo Constitución
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