jueves. 28.03.2024

El máster de la vida

Carrera, máster, trabajo seguro y bien remunerado. Puede que sea un sueño, pero es el sueño a fin de cuentas de muchos estudiantes que optan por hincar los codos como decidida apuesta hacia su futuro. Yo haría lo mismo, y al igual que ellos me indignaría por lo ocurrido con los másteres que saltan a las portadas bajo la sospecha de hacerse mediante la ley del mínimo esfuerzo. Máster es especialidad y excelencia, dos cualidades que siempre hay que ganarse con rigor y constancia, abonando antes una cara matricula que no debe dispensar a nadie de sus obligaciones.

La vida sí que es un máster, con todo lo que pasa y sin saber, en muchos casos, la solución a los problemas que nos surgen. La gran corresponsal de guerra italiana, Oriana Fallaci, siempre tuvo la ilusión de entrevistar al Papa Benedicto XVI pero, temerosa de lo mucho que sabia el pontífice, se decidió finalmente por una sencilla audiencia, no sin antes exclamar: “es que para entrevistar a alguien así se necesitan diez licenciaturas en Filosofía y once en Teología”. La educación y la cultura, calificada primero con notas, y certificada posteriormente con diplomas, siempre ha estado entre las máximas aspiraciones de las personas. Se explica así mejor lo que supone tener en nuestros días un máster, aunque cosa bien diferente sea el esfuerzo que se aplique en la consecución del título en cuestión.

En la elección de másteres, ocurre como en botica: hay de todo. Basta con optar por una temática atrayente, y es casi seguro que se encuentra uno de estos cursos consecuencia directa del Proceso de Bolonia, como nueva educación universitaria europea acordada en 1999. Desde Masters del Universo, aquella  película donde el guerrero He-Man salva a la humanidad del terrible Skeletor, ya nada es lo que era con respecto a un término que ha sufrido semejante deterioro. El último caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, sobre si ha cumplido con las normas a la hora de hacer un curso de especialización, viene a demostrarlo aún más. Por eso nunca me ha gustado denominar a los programas televisivos de cocina como Masterchef ni mucho menos Master Junior. Porque metes a los niños en la dinámica de los mayores, y el riesgo que se corre con perder el rumbo y faltar a la ética es muy grande.

Harto difícil ponerse en la piel de alumnos que afrontan su máster, y lo que estarán pensando

Nunca antes como ahora se ha hablado tanto en España de un máster. No solo está el caso de Cifuentes y la documentación por aportar. Es que resulta harto difícil ponerse en la piel de los miles de alumnos que afrontan sus estudios de máster, y lo que estarán pensando con los ríos de tinta escritos sobre la titulación académica correspondiente de una representante pública. Este es el auténtico daño de todo lo ocurrido, algo que pone nuevamente de manifiesto la necesidad de reforzar unas reglas que deben ser igual para todos. Hay algo más: si este último caso afecta a alguien de forma demoledora es a la universidad y sus planes de estudios. Los estudiantes acuden a las universidades porque quieren verse reflejados en el espejo de lo que es una buena formación, contar con el mejor profesorado posible, y acceder así a la titulación que han escogido, en la esperanza de que el día de mañana van a lograr un trabajo que les asegura la perfecta instrucción que buscan.

La crisis económica ha dejado poco en pie. Formarse sigue siendo la mejor elección para sortear cualquiera de los obstáculos con los que, es seguro, nos toparemos. De ahí que haya que calificar un máster como vía segura para llegar a ser en la vida lo que nos hemos propuesto. Para nada se deben ver como palabras huecas. Si no pensamos así, ¿en qué podemos creer entonces, qué nos queda? La política acaba de asumir una deuda más, que es limpiar el buen nombre de las instituciones universitarias. Las generaciones actuales y venideras deben ser las mayores beneficiadas de una educación ejemplar, que no pierde expedientes académicos, no falsifica firmas, ni dice un día una cosa y al siguiente otra. La consecuencia de actuar así es el embrollo y, por supuesto, el descrédito.

Si este último caso afecta a alguien de forma demoledora es a la universidad y sus planes de estudios

Somos un país muy dado a los atajos, y la critica política ha de ser extensiva a la crítica social. Pese a la existencia de una educación básica universal, estudiar una carrera en este país no resulta nada fácil. El esfuerzo económico que hacen las familias para darle a sus hijos una buena educación resulta brutal. Muchos padres evitan gastar en su propio y merecido ocio, para destinar esos recursos a las matrículas estudiantiles. He aquí otro de los aspectos esenciales de por qué se ha revuelto todo tanto con el caso del máster de la presidenta Cifuentes. ¿No es para menos, verdad?

El máster de la vida
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