jueves. 28.03.2024

Retuitear la corrupción

No resulta fácil asumir tanto bochorno proveniente de la corrupción ejercida desde cargos públicos o empresariales.  En una Europa cada vez más escorada hacia un populismo que señala con el dedo a la “elite corrupta” en pro de la “gente pura”, parece que en nuestro país no se observa con preocupación el efecto contagio. Caso tras caso, imputaciones y juicios se suceden, sin que nadie, salvo los jóvenes que lo retuitean, se pare en el daño irreparable propiciado por ilustres avariciosos que están colmando el vaso.

¿Se lleva en la cara ser un ladrón, o corrupto, o mentiroso y envidioso, o nepotista, o acosador, sexista, violento o falso en todo lo que dices o haces y más malo y dañino que el polonio? Desde ya doy un paso adelante y confieso que, para ofrecer una respuesta, me siento ante el envite como aquel que se propone resolver uno de los muchos enigmas que plantean las matemáticas. Pobrecillos, nadie les conoce, pero se les parafrasea, como yo a David Hibert, uno de estos genios matemáticos que dijo en cierta ocasión que si, dentro de 500 años volviera a la vida, lo primero por lo que preguntaría es si ha resuelto ya alguien la hipótesis de Riemann y qué hacer con los infinitos ceros. Pues algo parecido me sucede a mi con la preguntita sobre tanto maligno como anda suelto, para desgracia de una mayoría silenciosa (por ahora). Es lo que hay: Estamos rodeados de estas conductas que describo en las primeras líneas, rebosantes como están los juzgados de imputados por una u otra cuestión. ¡Y lo fue a decir Napoleón..!: “Es injusto que una generación sea comprometida por la precedente; hay que buscar un medio que preserve a las venideras de la avaricia”. OK, la avaricia siempre rompe el saco, en la empresa, los negocios, la política, en las relaciones personales, y distorsiona en ocasiones la realidad de tal manera que, muchos, no distinguen lo que está bien de lo que no. Quizás el uso de las tarjetas black sea el exponente más claro de que no se puede caer más bajo cuando eres alguien dentro de la sociedad, lo tienes todo, por supuesto dinero y el futuro resuelto, pero no paras de sacar cientos de euros de los cajeros de los depositantes, lo mismo para pagar una mariscada que para guardarlo en fajos de billetes bajo el colchón.

Ya nadie proclama que a la crisis, que ha dejado sin empleo, sin casa y sin ahorros a millones de damnificados, se llegó principalmente por la avaricia de unos pocos. La afirmación no es gratuita porque, a fin de cuentas, la avaricia consiste en poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas, sin compartirlas con nadie. En el momento actual hemos vuelto a las viejas triquiñuelas de proclamar la felicidad económica desde las diferencias y culturas de los muchos países, pero todo es un camelo con fecha de caducidad. Aquí, en Francia o Tailandia, se da mucha importancia al dinero; Arabia Saudita o Estados Unidos se permiten, porque son ricos, ser más espirituales, y en Dinamarca o Suecia, ejemplos de estados del bienestar, dicen que lo que importa es el amor.

“El uso de las tarjetas black es el exponente más claro de que no se puede caer más bajo”

En resumen, que Europa está de psiquiatra porque unos quieren más poder (Alemania), otros ser los amos (Inglaterra) y otros encontrarse de una vez por todas para decidir cómo quieren ser, caso de España. 

La hemos jorobado bien, hasta llegar a comprometer las democracias con el nuevo asentamiento de unos populismos que no presagian nada bueno. Con decir que a Donald Trump le han votado o que por la misma razón Marine Le Pen puede ser presidenta francesa, nos encogemos de hombros, sin hacer nada inteligente a tiempo. De lo que van realmente estos líderes políticos consiste en  reproducir aquellos discursos de los años cuarenta del siglo XX que solo trajeron odio y tragedia: “La jefa del Frente Nacional se erige como la protectora de la clase trabajadora frente a la inmigración y las élites”. Hablar como se hace en España de que no es posible efecto contagio alguno, es mucho hablar. Y aquí es donde entra de nuevo la pregunta del inicio, de si se ve venir a los que crean inestabilidad y desorden por sus conductas mafiosas o lesivas contra otros, como es la deshonestidad. En nuestro país estamos estirando demasiado la cuerda pensando que nunca se romperá, mientras se acumulan los casos de corrupción.

De la desvergüenza pasas rápido a la vergüenza colectiva de que cada vez nos hundimos más en el pozo del lodo.

“La hemos jorobado con el nuevo asentamiento de unos populismos que no presagian nada bueno”

Y lo peor de todo es que se extiende el sentimiento de preocupación por la educación y ejemplo que estamos dando a nuestros jóvenes, que no paran de retuitear los nuevos escándalos, y de opinar, quien sabe si a la ligera o no, que los culpables van a pasar pocos años en la cárcel para que cuando salgan sigan viviendo a cuerpo de rey con todo el dinero sustraído a ahorradores, de las arcas públicas o por alterar desde el poder los principios de igualdad en detrimento de los trabajadores para beneficiar a las élites. ¿Les suena de algo el discurso?

Retuitear la corrupción
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