viernes. 19.04.2024

Impactados

Al Gobierno de Cantabria, que nadie sabe muy bien quién lo dirige, le debe encantar el cuento de la niña lechera. Es referente a la hora de sus tomas de decisiones, las tome quien las tome. Bueno, especialmente si las toma Paco Martín.

Hay millones de cosas que son maravillosas cuando eres niño: los helados que no te engordan, tirarte al suelo a llorar cuando no puedes más, quedarte dormido a cualquier hora, las fiestas de cumple o los cuentos, oh, los cuentos. Cuentos de princesas valientes, de dragones; historias mágicas, sencillas y divertidas con finales casi siempre felices. Cuentos que leemos noche tras noche como si fuera la primera vez que lo hacemos, un placer que no dura demasiado porque lo peor de la infancia, con diferencia, es que se acaba enseguida. Y es que llega un momento en que los niños empiezan a dudar de los cuentos, no se ven muchos dragones por Cazoña, tampoco princesas en La Magdalena y comienzan las preguntas. ¿Pero esto ha pasado de verdad? Pero los gatos no hablan, pero no puedes morirte y resucitar, pero, pero, pero.

Aguantamos el tirón como podemos hasta que llegan las fábulas de mierda y ya no hay nada que hacer, ya todo está perdido. Las fábulas con su didáctica y su moralidad desaniman a cualquiera. A mí nunca me gustaron y he leído pocas a mis hijas, la verdad. Que si no mientas, que si no sueñes, que si no comas dulces, que si trabaja y no disfrutes el verano, etc.

Hay una fábula que me causa especial urticaria y es El cuento de la lechera. Ya saben, la niña lleva un cántaro de leche al mercado mientras imagina todas las cosas que conseguirá al venderlo. Se comprará una cesta de huevos de los que saldrán pollitos para vender y comprarse un cerdo. Lo engordará y lo cambiará por una ternera que dará mucha leche y que comprará Hacendado a 30 céntimos el litro, con lo que podrá comprarse cosas en el mercado de los lunes. Pero mientras disfruta pensando en lo feliz que va ser se tropieza con una rama y el cántaro se rompe. Adiós a la felicidad. Se supone que aprende la lección  y no vuelve a pensar en una vida mejor y eso.

No preguntéis nada porque en los cuentos no se pregunta; se cree en ellos y punto. Eso dice Paco Martín

El caso es que al Gobierno de Cantabria, que nadie sabe muy bien quién lo dirige, le debe encantar el cuento de la niña lechera. Es referente a la hora de sus tomas de decisiones, las tome quien las tome. Bueno, especialmente si las toma Paco Martín. Dijeron que traer a Jean Michelle Jarre a Potes y a Enrique Iglesias al Sardinero tendría un coste cero para los cántabros (el cuento empieza a lo grande, si)  y a partir de ahí la fábula se va desarrollando:

Jean Michelle nos dará un impacto de 11 millones de euros y Enrique un poco menos, qué lástima el chico. Enrique nos impactará en tres millones, lo que hace un total de 14 millones de euros de deep impact en Cantabria. Con estos 14 millones la gente estará súper feliz, los hosteleros podrán seguir quejándose a media voz pero facturarán más y así podrán contratar a personal a precios razonablemente miserables y trabajando 10 horas. Las empresas nuestras algo pillarán y favor por favor, como siempre. La economía que  nos despega, Revilla que se luce en la tele otra semana, Eva seguirá callada y todos contentos.

No preguntéis nada porque en los cuentos no se pregunta; se cree en ellos y punto. Eso dice Paco Martín.

Y hay gente a la que le gustan los cuentos y en ese mundo prefiere vivir y muy bien, el Año Jubilar será un éxito total. También les hay que gustan de fábulas y enseguida sacan la moraleja de este cuento jubilar: no engañéis, no nos toméis por tontos y para la próxima dejad a los que saben porque, madre mía, qué absurdo está siendo todo.

Yo, ya digo, no soy de fábulas ni de experiencias religiosas pero, eso sí, oigo quejarse a los peregrinos que van a Santo Toribio casi cada día. Mañana les hablo del cuento del Impacto a ver que dicen ellos.

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