viernes. 19.04.2024

Adoro los días de frío

Me confesó que era invernal porque la vida la había hecho así.

Hay inviernos, que andan con los pies, llevan abrigos bien gruesos y son adictos al café. Ella era el invierno más frío que puedas imaginar, su piel de escarcha y su corazón un mismísimo glaciar. Y cuando la mirabas fijamente a los ojos, veías su alma, que era equivalente al ártico.

Decía que había dos tipos de personas, las del invierno y las del verano, porque al fin y al cabo, somos trenes, andenes, paradas y estaciones. Estaciones, repetía, sobretodo estaciones. Los artistas tienen algo especial, y es que saben hacerse arte. Me explico, hacen del dolor arte en todas sus manifestaciones. Pueden pintar el cuadro de un incendio mientras su corazón arde, o pueden hacer poesía mientras su corazón hiela cualquier resquicio de amor. Algunos queman su dolor y otros lo hielan, unos viven en la calidez y otros en el frío. Se adaptan pero saben a cuál de los dos pertenecen.

Diciembre era su mes favorito, aprovechaba para ser feliz a su manera. Contaba que la playa era el lugar perfecto ese mes

Me confesó que ella era invernal porque la vida la había hecho así. El continuo efecto mariposa y todas las acciones con sus consecuencias, prefirió entonces refugiarse en el frío, aprender a amarlo y a convivir consigo misma. Cuando bajaban las temperaturas, se sentía íntegra, completa. Era como si el mundo se pusiera de acuerdo con ella, la comprendiera, y la besara lentamente. El fuego consume, pero el frío conserva, recalcó. “Si hubiera hecho de mí fuego, ¿qué quedaría de mí? Deseaba conservar todo dolor para sentirme llena, porque toda yo me pertenezco y no puedo hacerme cenizas, no puedo arrasar conmigo”.

Era preciosa siendo ella, explicándose y dejándose llevar. Diciembre era su mes favorito, aprovechaba para ser feliz a su manera. Contaba que la playa era el lugar perfecto ese mes, pero que pocas personas sabían ver su potencial. Aunque por suerte estaban quienes hacían del mar un cuadro, o quienes hacían poesía de la brisa marina. Era la cuna del arte, decía con una sonrisa. También las personas hablaban más, frecuentaban más cafeterías y compartían su soledad. Aunque desgraciadamente se llenaban rápido las salas del cine y tenías que ser hábil si no querías ver la película desde la tercera fila. Derrochaba felicidad, porque estaba en su hogar. ¿Acaso no es maravilloso cuando lloras y llueve, o cuando ríes y brilla el sol? Es como si el cielo sintiera empatía por ti. Quiero confesar que en ocasiones hablar en tercera persona de nosotros mismos, nos hace conocernos un poco más. Proyectarse logra que sea más fácil hablar de uno mismo haciéndose pasar por otro.

Adoro los días de frío
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