jueves. 25.04.2024

Mientras comienzan a llegar, como todos los años, los primeros ejemplares de la ballena franca austral a las costas de la Península Valdez, en la Patagonia argentina, en el hemisferio norte, sus parientes, las ballenas franca glacial o ballenas vascas, están a un paso de la extinción.

Ambas especies, son del género Eubalaena y como todos los cetáceos han estado a lo largo de la historia, perseguidos y en permanente peligro por la caza indiscriminada del hombre.

La suerte de las ballenas pareció cambiar cuando la Comisión Ballenera Internacional (CBI) prohibió su caza en 1986, aunque mantuvo un artículo por el que algunos países continuaron con la actividad, entre ellos, Japón que al invocar motivos científicos continúa con sus expediciones al Mar Antártico.

Según informaciones periodísticas, el pasado 24 de marzo, cuatro barcos japoneses regresaron a puerto tras una travesía de más de 100 días en donde cazaron 333 ballenas minke, especie más pequeña que la ballena franca, de las cuales 230 eran hembras y un 90% estaban embarazadas.

A modo de justificación, la Agencia de Pesca nipona sostuvo que el pueblo japonés ha vivido desde tiempos inmemoriales en estrecha relación con las ballenas y agregó: "es momento de reconocer la importancia de las actividades balleneras en nuestra tradición y cultura culinaria".

En tanto, la ballena franca glacial o de los vascos de la cual ya casi no hay registros, habitaba todo el norte del Océano Atlántico, se reproducía en el Golfo de Bizkaia y en el sur de la costa este de Estados Unidos.

Los balleneros vascos en la Edad Media, fueron los primeros en cazarla comercialmente y en aprovechar su grasa, lo que llevó, en el tiempo, a su desaparición del Mar Cantábrico.

Se calcula que en el año 1935 no había más de 100 ejemplares surcando los mares del norte. Ante esta realidad, se prohibió totalmente su caza a partir de 1937. Sin embargo existen registros de dos ejemplares matados en 1968 en cercanías de la isla portuguesa de Madeira.

Actualmente se estima en menos de 400 el número de ballenas franca glacial que habitan en el oeste del Atlántico norte cerca de las costas estadounidenses.

Otra ballena franca es la japónica que habita el Océano Pacífico norte, que fue diezmada en la zona del Mar de Bering y que está en serio peligro de desaparición ya que se especula que existen sólo entre 150 y 300 ejemplares.

Sin embargo, en las costas patagónicas, las ballenas franca austral tienen mejor suerte, ya que luego de alimentarse por unos cuatro meses en el Atlántico Sur emprenden su camino rumbo a paraísos como la Península Valdez.

Lo hacen muchas hembras que llegan con embarazos de casi 12 meses de gestación, otras acompañadas con sus ballenatos que no abandonarán hasta los tres o cuatro años. Llegan las ballenas jóvenes en edad de aparearse y también los ejemplares machos que llevarán a cabo el cortejo amoroso que permitirá la perpetuación de la vida.

Este milagro de la naturaleza, estuvo amenazado en el pasado, pero la prohibición internacional de la cacería, el hecho de que la industria ha dejado de utilizar su otrora codiciada grasa, declaraciones de monumento nacional, en algunos países, hace que algunas especies sobrevivan y en el caso de la franca austral, poco a poco se vaya recuperando en número de ejemplares, cifra que hoy se estima llega a las 3.000 ballenas.

En tanto, en Japón, siguen haciendo caso omiso a las prohibiciones y a los fallos como el de la Corte Internacional de La Haya que en 2014 determinó que el programa de caza de ballenas japonés no se ajustaba a los fines científicos exigidos por la Ley y, por tanto, revocó cualquier licencia relacionada con el proyecto japonés que capturaba 950 ballenas al año.

Si bien la caza de ballenas es una tradición muy antigua de Japón que  comenzó hace siglos, la industria se desarrolló luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando ese país estuvo en crisis, momento en que llegaron a consumirse unas 200.000 toneladas de carne de ballena al año. Hoy, el consumo se ha reducido a 5.000 toneladas anuales y la industria ballenera sobrevive gracias a los subsidios del gobierno japonés.

Japón no es el único país que no responde a la prohibición de cacería, también Noruega e Islandia son naciones con marchas y contramarchas respecto del acatamiento a la veda de la matanza de ballenas.

El escenario en el que deben sobrevivir los cetáceos, no se agota en la persecución de buques balleneros, sino que se torna aún más complejo por el grado de polución y acidificación de los océanos que hará peligrar en un futuro próximo a toda la biodiversidad marina.

La acidificación de los océanos es causada por las emisiones a la atmósfera de dióxido de carbono derivadas de las actividades humanas que terminan en el mar.

Sólo de nosotros depende que existan en el planeta, refugios y paraísos como el Golfo patagónico, donde los mamíferos vivos más grandes de la Tierra puedan encontrar dicha y sosiego antes de volver a cruzar libremente los mares.

Las ballenas vascas, a un paso de la extinción
Comentarios