jueves. 25.04.2024

Un verano más y el parque Natural de Oyambre ha continuado siendo el escenario de todo tipo de despropósitos y agresiones a unos valores ambientales y a unos paisajes que deberían ser uno los principales activos de su desarrollo sostenible y de un turismo respetuoso con un espacio protegido cada más castigado. Y así el hacinamiento y los atascos han vuelto a ser los protagonistas del empeño colectivo en llegar motorizados a los mismos bordes de las playas sin que Ayuntamientos, Demarcación de Costas y Dirección del Parque hayan hecho nada para aliviar esa presión, retranquear los accesos y habilitar aparcamientos disuasorios en lugares más discretos y menos agresivos desde donde desplazarse andando a los arenales que pretenden disfrutarse.

En este verano, además, y como una muestra de puro humor negro, las personas con discapacidad se han encontrado con una cabina de servicios de imposible entrada por un escalón a modo de barrera arquitectónica insuperable para los potenciales usuarios dentro de la presencia de una barrera de contenedores para hacer más atractiva aún el horizonte de llegada a la playa en vez de un programa de educación ambiental "llévese lo que trae" o de localización más sumergida del depósito de los residuos con la señalización correspondiente.

Por otro lado los campos de dunas de Merón y el Golf de Oyambre siguen en el mismo estado a pesar de las sentencias  favorables a la recuperación de su titularidad pública y a su rehabilitación ambiental  incluyendo la retirada del césped sembrado, corregir los nivelados y los rellenos de las dunas, restituir los desmontes realizados para  caminos interiores e instalaciones, y eliminar los vallados en aquellas zonas en las que se interrumpe la servidumbre del dominio público marítimo-terrestre contemplado en la Ley de Costas.

Así se confirman las peores expectativas: el campo de golf funcionando con total normalidad mientras el sistema dunar agoniza entre ocupaciones, aparcamientos de coches y desperdicios de los bañistas, lo mismo que ocurre en todo el entorno del camping del Rosal entre El Tostadero y Merón, o en torno a Bederna y calas próximas donde las especies características de las dunas costeras, como el barrón de las playas, la lechetrezna de mar, la clavelina  o el nardo marino, no son objeto de los cuidados y la conservación adecuadas, incluyendo la mosquita dorada, una planta endémica del litoral norte de la Península que crece especialmente en las dunas fijas o grises, cada vez más escasa, y figura catalogada como "vulnerable" en el apéndice I del Atlas y Libro rojo de la flora vascular amenazada de Bañares y como "en peligro" en la Lista Roja de la flora vascular española de J.C. Moreno (2008). Y, mientras tanto, se  propagan cada vez más especies alóctonas e invasoras como la margarita africana, la chilca – colonizando ya las marismas de La Rabia y del Capitán– y en las mismas dunas la grama americana y el impacto severo del campo de golf sobre el campo de dunas protegido por una Directiva comunitaria, continua impidiendo su obligada restauración y el humedal de Los Llaos que llega hasta sus arenas, supuestamente protegido por Europa, sigue aplastado bajo cientos de toneladas de rocas y sigue poniendo, además, en tela de juicio todo el procedimiento de evaluación de impacto ambiental seguido, así como la propia gestión de un Parque Natural que forma parte de la red de espacios protegidos Natura 2000 (LIC Rías occidentales-Dunas de Oyambre).

Por lo demás –y nos lo recuerda Juan Carlos Arbex en su Naturaleza en Vena– han seguido las malas prácticas de las máquinas de limpieza de playas recogiendo plásticos y otros residuos, llevándose por delante las algas muertas con una fauna pequeña, delicada y única que no merece ser arrasada  como si fuera basura; siguen vigentes las cicatrices de la brutal erosión que devora acantilados y taludes de arcilla, agravada por la paulatina subida del nivel del Cantábrico; la escollera ilegal de un particular sobre la misma arena y sentenciada a ser demolida por el más alto tribunal, sigue tan campante; a pesar de que se prohíbe su acceso a la playa, los perros corretean impunemente entre los bañistas; el monumento al Pájaro Amarillo sigue en un almacén mientras su pedestal se derrumba; y se añade una nueva escollera para proteger a un chiringuito ilegal mientras una humilde escalera de madera, desmontable y discreta, que daba servicio a los bañistas desde una pradera, ha sido prohibida. Pero alguien la ha considerado mucho más dañina que el golf aplastando la duna, las escolleras, las máquinas barredoras de fauna, la ausencia de papeleras y seguridad pública, los purines de explotaciones ganaderas, las rocas vertidas al humedal, los perros sueltos, la impunidad y el caos circulatorio.

*Emilio Carrera es el representante de los grupos ecologistas y conservacionistas de Cantabria en el Patronato del Parque Natural de Oyambre.

Oyambre: la degradación que no cesa
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