martes. 19.03.2024

Militante comunista desde antes de cumplir la mayoría de edad, puede que Juanín no hubiera nacido para guerrillero ni para revolucionario, pero tampoco lo había hecho para delatar a compañeros ni para dejarse moler a palos. Quienes lo conocieron coinciden en que “nunca se habría echado al monte si no le pegan aquellas palizas a lo bestia” y en que podría haber acabado casándose con una muchacha lebaniega y emigrando a Bilbao o a Torrelavega, como tantos vecinos suyos en los años sesenta. Pero cuando llegaron esos años sesenta, Juanín ya estaba muerto. Había nacido en noviembre de 1917 y su vida estuvo marcada por el esfuerzo –tuvo que dejar la escuela y ponerse a trabajar con 11 años–, la guerra –en 1936 y 1937 combatió al fascismo internacional en las filas del Ejército republicano–, la cárcel –de 1937 a 1941 en Santander y de 1941 a 1942 en Valencia–, la libertad vigilada –de vuelta a Liébana, en 1942 y 1943 tuvo que visitar semanalmente el cuartel de la Guardia Civil– y la resistencia en las montañas desde que se echó al monte en 1943 hasta que fue abatido en abril de 1957.

Prácticamente los cinco años que Juanín pasó preso antes de echarse al monte, los pasó en la Tabacalera, uno de tantos grandes edificios santanderinos reconvertidos en prisiones y campos de concentración franquistas a partir de 1937. Como los Salesianos, los Escolapios, las Salesas, el Seminario de Corbán, las caballerizas del Palacio de la Magdalena… Cantabria llegó a albergar 50.000 presos, y algunos historiadores han afirmado que Santander llegó a ser la ciudad con más prisioneros por habitante de todo el mundo.

En el último momento y tras lograr convencer a duras penas a uno de los guardias, el militante preso pudo rescatar el manifiesto y entregárselo a su compañero, pero su despiste podría haber acabado en tragedia

Actual sede de la Biblioteca Central de Cantabria y Archivo Histórico Provincial, la Tabacalera fue levantada en 1900 junto a la bahía santanderina como depósito de tabacos, pero 37 años después fue reconvertida en depósito de presos políticos. Isidro Cicero le dedicó uno de los apartados de ‘Los que se echaron al monte’, rompiendo así un silencio de cuatro décadas sobre la historia más siniestra de este edificio que, según el escritor lebaniego, destacó entre todos los reconvertidos en prisiones y campos de concentración franquistas tanto por su “elevado número de prisioneros” como por su “refinamiento de la crueldad”. Y es que la historia más negra de la Tabacalera está marcada por el hacinamiento, el hambre, la humedad, la falta de higiene, las enfermedades, el maltrato y las sacas.

Juanín fue muy querido por su vecinos lebaniegos porque era un muchacho cercano, simpático y bromista, pero poco tiempo después su seriedad ya llamaba la atención entre los presos políticos de la Tabacalera, donde escuchaba mucho y no hablaba prácticamente nada. Frecuentaba las reuniones del patio, pero solía intervenir de tarde en tarde para pronunciar una sola frase… que llamaba la atención de todo el mundo. Aunque no siempre se mostraba tan reposado:

El Partido Comunista estaba muy bien organizado en las distintas naves de la Tabacalera, y algunos de sus militantes presos cantaban en el coro de la prisión con el objetivo de aprovechar los ensayos para pasarse documentos y mensajes de unas naves a otras. Una vez, un militante escondió un manifiesto –de esos que podían costar la vida a sus portadores– en una cesta de mimbre con comida con la intención de sacarlo después y pasárselo a un compañero de otra nave durante el ensayo del día, pero olvidó el documento en la cesta y no se percató de ello hasta que las canastas ya estaban a punto de ser revisadas por los guardias para salir. En el último momento y tras lograr convencer a duras penas a uno de los guardias, el militante preso pudo rescatar el manifiesto y entregárselo a su compañero, pero su despiste podría haber acabado en tragedia. Cuando el incidente fue analizado y valorado por todos los prisioneros políticos en el patio de la Tabacalera, Juanín fue el más implacable de ellos: “¡Fuera! ¡Ese, fuera! ¡No se puede cometer errores así!”. Cicero lo expresó de esta forma: “El hombre que más astutamente burló toda vigilancia en montes y aldeas durante casi quince años empezaba a no permitirse ni permitir a ninguno de sus compañeros el más mínimo error o descuido”.

El preso más reservado de la Tabacalera
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