viernes. 29.03.2024

UN INSULTO AL ISLAM

Rubios y de ojos claros, los kalash son alegres y orgullosamente paganos, se sientan sobre sillas en lugar de alfombras, cultivan la vid y beben enormes cantidades de vino. Las mujeres exhiben su belleza y se adornan con unos extraños sombreros multicolores, decenas de collares y túnicas bordadas. No podría haber mayor provocación para la moral musulmana, por no hablar ya de la de los cercanos talibanes. Y todavía peor, porque ellas pueden elegir a sus maridos, divorciarse e, incluso, cometer adulterio sin que el asunto tenga una gran importancia.

Jóvenes Kalash | Foto: WikipediaJóvenes Kalash | Foto: Wikipedia

TODA UNA NOCHE BAILANDO

Conocí a los kalash en los primeros años 90. Para llegar hasta allí, los Jeep tenían que cruzar los ríos encarrilando sus ruedas sobre dos troncos tendidos, mientras sus ocupantes lo hacíamos utilizando puentes tibetanos. Eran terriblemente pobres, y la lepra se extendía por las aldeas. Aunque en la actualidad se han construido algunos lodges para los escasos turistas, no ha mejorado mucho su situación desde entonces.

PASOS DE TRONCOS PARA VADEAR LOS RIOS EN EL ACCESO AL TERRITORIO KALASH. FOTO O.L.Pasos de troncos para vadear los ríos en el acceso al territorio Kalash | Foto: O.L.

Una noche, nos despertó un sonido de tambores acompañado de gritos femeninos, semejantes al ulular de las mujeres árabes. El sonido de la fiesta nos guió a través de la oscuridad hacia arriba, en la montaña y, cuando llegamos, estaba amaneciendo. En un claro, entre las cumbres y las encinas sagradas, las chicas bailaban sujetándose por los costados en una ancha fila, y los muchachos, imitándolas, trataban de romperla. Cuando lo conseguían, se mezclaban, reían y volvían a empezar. En aquel lugar soberbio, la escena tenía una ingenuidad y una gracia que nos cautivó.

MUCHACHAS KALASH BAILANDO UNA DANZA RITUAL AL AMANECER. FOTO O.L.Muchachas Kalash bailando una danza ritual al amanecer | Foto: O.L

EL PAÍS DE LOS INFIELES

Denominado por los musulmanes Kafiristán, “El país de los infieles”, el territorio kalash quedaría hoy repartido entre Afganistán y Pakistán. En 1890, el emir Abdur Rahman Khan decidió acabar con el mal ejemplo de aquella irritante presencia pagana y, mediante un genocidio técnicamente perfecto, eliminó o islamizó a los kalash afganos. Afortunadamente, sobrevivieron los tres pequeños valles que quedaban bajo la jurisdicción del imperio británico: Birir, Rumbur y Bumburet, hoy pertenecientes a Pakistán, palabra que significa “El país de los puros”.

¿ADÓNDE NO LLEGARON LOS NAZIS?

Kafiristán siempre fue un espacio en blanco en los mapas, un lugar salvaje, de montañas verticales y estrechas gargantas, pobladas de osos, lobos, enormes cabras montesas, leopardos de las nieves, y hasta una versión local del yeti. El primer occidental moderno no llegó allí hasta 1883. Desde entonces, el aura de misterio y aislamiento que rodea el lugar y sus gentes, lo convirtieron en una de las mecas de exploradores y antropólogos románticos.

El aura de misterio y aislamiento lo convirtieron en una de las mecas de exploradores y antropólogos románticos

Durante El Gran Juego –la no tan romántica competencia anglo-rusa por el control de Asia Central– la zona estuvo trufada de agentes y espías rusos y británicos, la mayor parte disfrazados a la moda talibán, que fueron relevados, ya en los años 30 del siglo pasado, por las expediciones antropológicas nazis en busca del mítico paraíso original de la raza aria.

LOS IRRITANTES ESPACIOS EN BLANCO DE LOS MAPAS

La inquietud occidental, esa búsqueda insaciable que no puede soportar el desafío de un área desconocida, choca vivamente contra la tranquila aceptación de estos pueblos primitivos. Kipling, el autor de “El libro de la selva” la expresó a la perfección en su relato “El hombre que pudo ser rey”, en el que dos aventureros, desertores del ejército británico, se presentan ante un redactor de un periódico indio. Quieren ir al Kafiristán para sojuzgar a los nativos y conseguir poder y riquezas, pero no saben dónde está. El periodista les presta unos mapas y los ve alejarse hacia lo que considera una muerte segura.

TERRITORIO KALASH. FOTO O.L.Territorio Kalash | Foto: O.L

PARAÍSOS PERDIDOS

“¿Por qué estas culturas remotas nos atraen tanto?”, me pregunta Ferdinand, un antropólogo francés que ha pasado un año estudiando la cultura kalash. Estamos sentados junto a las extrañas viviendas kalash de madera en Bamburet, sin ventanas ni chimeneas, y con una estrecha escalera tallada sobre un solo tronco para acceder a las casas, siempre elevadas, quizá para evitar la entrada de fieras.

VIVIENDA KALASH, SIEMPRE ELEVADA Y CON ACCESO POR ESCALERAS TALLADAS EN UN SOLO ARBOL. FOTO O.L.Vivienda Kalash, siempre elevada y con acceso por escaleras talladas en un solo árbol | Foto: O.L

“Es la nostalgia occidental por el paraíso perdido”, se responde él mismo. “Nuestra complicada y, en el fondo, insatisfactoria civilización, ve en ellos una pureza y una sencillez que perdimos a cambio de las ventajas del progreso. Por su parte, los musulmanes los odian porque ponen en evidencia la futilidad de sus normas y tabúes. Pero ambas visiones son solo las proyecciones de nuestras respectivas mentalidades. Ellos son sencillamente ellos, sin más”.

CHICAS KALASH BAILANDO EN UNA CEREMONIA. FOTO O.L.Chicas Kalash bailando en una ceremonia | Foto: O.L

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Nadir, un kalash de Rumbur, dibuja un panorama sombrío para su etnia. “Aún vivimos bajo las amenazas de muerte de los talibanes afganos, que están a un tiro de piedra de aquí. Pero ahora, los musulmanes se están asentando en nuestros valles, y para paliar nuestra miseria, no nos queda más remedio que ir vendiéndoles, poco a poco, nuestras tierras. El pueblo de Birir ya está casi totalmente islamizado, y pronto le seguirán los otros dos. Nuestros hijos se van a trabajar a Chitral o Lahore, y no quieren volver. Nuestra cultura agoniza. El futuro de los kalash está sentenciado”.

POBLADO KALASH. FOTO O.L.Poblado Kalash | Foto: O.L

¿NIETOS DE ALEJANDRO MAGNO?

Los eruditos sostienen que el origen de la etnia kalash viene del tiempo en que los nómadas arios componían el Rig Veda, entre tres y cuatro milenios atrás, y que su lengua se emparenta con el sánscrito más primitivo. Pero ellos se consideran descendientes de Iskander (Alejandro) y su general Selashkan (Seleuco), que pasaron por allí en el siglo IV a.C. en su camino a la India. Mantienen curiosas semejanzas con la Grecia clásica, y crónicas de la época mencionan la desaparición de un destacamento macedonio en la región. Los análisis genéticos, que confirman el origen ario, contemplan cierta contaminación de genes del sudeste de Europa. Así que el gobierno griego, que no pierde comba, cada año financia los estudios de algunos jóvenes kalash en Atenas. 

UNA RELIGIÓN DE LA NATURALEZA

En la intrincada madeja de dioses, genios y espíritus, héroes y mitos de la tradición, exclusivamente oral de los kalash, la naturaleza ocupa un lugar central. Hasta fechas recientes, los muertos se colocaban en un bosque de encinas, dentro de ataúdes sin tapa, para que los buitres los devorasen, y así devolver a la naturaleza el alimento que ésta había entregado al difunto. 

LOS DIFUNTOS KALASH SE ABANDONAN EN UN BOSQUE DE ENCINAS CON LA TAPA DEL ATAUD ABIERTA WikipediaLos difuntos Kalash se abandonan en un bosque de encinas con la tapa del ataúd abierta | Foto: Wikipedia

Pero la tradición más chocante es la del Burdalak: un pastor elegido cada año por su fortaleza, belleza y virtudes morales que, mientras pasa los meses cálidos con sus cabras en los pastos de alta montaña, es transmutado por la divinidad, que toma su forma. A su regreso, se organiza una fiesta en la casa de baile comunal de la aldea, una noche de vino y danzas extáticas, en la que el burdalak podrá tener relaciones sexuales con cuantas mujeres elija, no importa que sean solteras, casadas o abuelas. Que, en el fondo, no deja de ser un sátiro de la mitología griega. Por mucho que disguste a nuestros tabúes igualitaristas, para una mujer kalash, ser elegida es una bendición que irradia a toda su familia, porque los niños que pudieran nacer de estos encuentros tienen origen divino y se convertirán en admirados prohombres de la tribu.

EL HOMBRE QUE QUISO SER REY

En el relato de Kipling, –que John Huston llevó magistralmente al cine en 1975, interpretado por Michael Caine y Sean Connery–, el redactor del periódico indio descrito más arriba, recibe, años más tarde, a un mendigo moribundo que resulta ser uno de los dos aventureros que partieron hacia el Kafiristán en busca de riquezas. El mendigo relata al periodista sus tretas para engañar a los kalash, y cómo éstos, creyéndolas, proclaman dios a su compañero y lo coronan rey. Pero la deriva megalómana del nuevo y demasiado humano rey-dios acabaría llevando a los nativos a descubrir la intriga urdida por los dos europeos. 

“Vea al rey en todo su esplendor”, dice el enloquecido mendigo al periodista, mientras abre una bolsa y le muestra la cabeza momificada -y aún con la corona ceñida- de su amigo, asesinado por los kalash. 

Se trata de un mito recurrente sobre la fascinación del occidental por lo exótico: una atracción fatal a la que no puede resistirse, y se abandona. Pero, con la pérdida del poder sobre sí mismo, pierde el control sobre sus propios demonios, que terminan por destruirlo. 

Es el mismo tema de la delirante campaña de Alejandro hasta la India, y el que Conrad describe en El corazón de las tinieblas, también llevado al cine en la película Apocalypse Now. Quizá haya algo de verdad, pero ¿quién puede resistirse a los espacios en blanco de los mapas?
 

Kalash: los últimos demonios paganos en el país de los puros
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