jueves. 28.03.2024

Angelina Martínez es una señorita rubia, estudiante, que vive en Madrid. Es guapa y es, sobre todo, graciosa y desenvuelta. Tiene una fina silueta de lo que es: de señorita correcta y lista.

Lleva un gran fusil al hombro.

-Salud. ¿De la C.N.T?

-No. De las Juventudes Socialistas.

No habla sin sonreír. Circulan en nuestro redor multitud de milicianos. En su mayoría, son de Izquierda Republicana, que tiene su centro en un principal de este elegante edificio de la calle Mayor. En el hall, que da a la calle y sirve de acceso a un gran bar y a un cine de lujo, hablamos Angelina y yo. 

-Creí que chicas armadas –le digo- no las tenían más que la C.N.T. Me habían dicho eso.

"La mayoría de las mujeres atienden los servicios de sanidad y otros. Pero yo he querido armas"

-La mujer republicana – me contesta- está animada del mismo entusiasmo que los hombres en esta contienda. La C.N.T tiene muchas; acaso sea la organización que más. En las Juventudes Socialistas, en los comunistas, etc. la mayoría de las mujeres atienden los servicios de sanidad y otros. Pero yo he querido armas.

Su fusil oscila enganchado de su hombro, muy cerca de mí, como queriendo hacer acto de presencia para confirmar el valor de la muchacha.

-¿Tiene usted la familia en Madrid?

-Vivo en Madrid con unos tíos míos. Mis padres son un poquito…de derechas…

No hay en esta confesión la menor ausencia de cariño y hasta de consideración a los padres. La sonrisa de la muchacha está en todo.

"A mi lado caían compañeros y yo solo me daba cuenta, detrás de cada descarga, de que aún funcionaba mi brazo armado"

-Yo tomé parte en el asalto al Cuartel de la Montaña –dice, y su voz tiene orla de epopeya-. Sí, tomé parte. Llevaba arma corta, que es la que mejor manejo. A mi lado caían compañeros y yo solo me daba cuenta, detrás de cada descarga, de que aún funcionaba mi brazo armado: ¡pum! ¡pum!... Tiraba a dar. Se lo aseguro. Yo soy incapaz de matar un insecto. Pero ¡qué gusto aplastar un fascista!...

El bullicio de alrededor nos envuelve un poco: “A ver, hacen falta cuatro hombres para un servicio” “¡Oye, compañero, conduce a esta camarada al local, que quiere alistarse como enfermera!” Miro. Es una mujer vestida de blanco con cara un poco triste. Joven, delgada, con atavío modesto, se deja llevar, esperando de todos el aislamiento que solicita. “Ven, compañera”. Todos tienen mucho que hacer, han de atender a cien cosas a la vez, y la joven, vestida de blanco aún permanece mucho tiempo de unos en otros, hasta que, por fin, alguien que se encarga de ella la conduce a la sección correspondiente.

Desaparece con uno de los milicianos, escaleras arriba, por el pequeño portal que conduce a Izquierda Republicana. 

Angelina Martínez, la estudiante sonriente, sigue su relato.

-Cuando, por fin, se pudo asaltar el cuartel, yo me enrolé de las primeras. Mi avalancha era de las de más empuje. Como trombas irrumpimos, roncos de vivas a la República en la explanada del cuartel. Tropecé con un cuerpo caído. Yo también creí, al principio, como todos habían creído, que era un cadáver. Por muerto le habíamos dado todos. Pero las mujeres, aun en batalla, los ojos se nos llenan más profundamente de la visión de un muerto. Y yo le atisbé un soplo de vida. Esta pugnaba por hacerse patente en el rebullir angustioso de una de sus manos. Me olvidé al punto de todo. “¡Vive!” –grité-. Con la confusión no se oía bien, y parecía que gritaba “¡viva, viva!”, grito de entusiasmo que salía en aquel momento de todas las bocas. Pero no era eso lo que gritaba entonces. “¡Vive, vive compañeros; este compañero está vivo! ¡Ayudadme!” Gracias a mi insistencia acabaron por entender, y entre algunos recogimos al compañero, cuyo instinto de conservación nos había hecho señas con la mano.

Su relato es vivo y sincero. La emoción ingenua con que lo hace le da hasta arte…

Otra vez los estruendosos vivas de la calle se nos echan encima. Ha partido un camión erizado de fusiles y un bosque de puños en alto se levanta para despedirlos. 

El torrente de plausos lo anega todo; Angelina ha vuelto su cabeza a la calle. 

-Se van a pelear- dice sin abandonar su sonrisa de niña que ahora es un poco triste-.

-¡Yo también me quisiera ir!

Yo no he cogido las armas por gusto – agrega dirigiéndose de nuevo a mí-. ¿Y esto para qué periódico es? -me pregunta con una encantadora volubilidad auténticamente femenina.

Para Estampa.

-¡Yo quiero ir a Segovia o al Alto del León! –afirma.

Yo no tengo el fotógrafo a mano y me dedico a pensar donde podría volver a encontrar a Angelina para retratarla. Pero eso es difícil. Angelina Martínez es una estampa fugaz de esta página memorable.

-Compañera, ven –dice un miliciano enganchándola precipitadamente de un brazo.

-¡Salud! – me dice mientras se aleja en uno de los torbellinos…

-¡Salud!

Francisco Coves
Estampa, 1 de agosto de 1936 

Fuente: Búscame en el ciclo de la vida

Angelina Martínez, la miliciana que tomó parte en el asalto al Cuartel de la Montaña
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