jueves. 28.03.2024

Balance de 2017

Aquí estamos cerrando 2017, el año de lo que cada uno quiera considerando lo que le haya ido bien o le haya ido mal. En términos generales, que es tanto como no decir nada, ha sido como los anteriores, y por desgracia como los siguientes.

Ya se acaba el año. Otra vez. Cada vez las Navidades llegan antes. A este ritmo, en unos años será Navidad en agosto, encenderán las luces en junio y las colas de la lotería en Doña Manolita empezarán en enero. El tiempo corre que se las pela, y el cambio climático tampoco ayuda para contar meses y días. Las cuatro estaciones de toda la vida se han convertido en dos, la del calor y la del frío. Se nota en las tiendas de ropa. Ya sólo venden camisetas y bermudas, o jerséis de lana gorda y chaquetones de plumas.

Con este panorama, los años son efímeros, y se nos escurre la vida en un abrir y cerrar de ojos. Aquí estamos cerrando 2017, el año de lo que cada uno quiera considerando lo que le haya ido bien o le haya ido mal. En términos generales, que es tanto como no decir nada, ha sido como los anteriores, y por desgracia como los siguientes. Se ha pasado entre la liga de fútbol, los rigores del invierno, las medusas en verano, los presupuestos del Estado y el discurso del Rey la noche del 24 de diciembre. Entre medias, lo de Cataluña, que ha sido una constante en el último cuatrimestre, y la corrupción, que es una constante constante. No tenemos remedio. Nos liamos con las cosas aburridas que nos echan para entretenernos mientras las mañanas se suceden, los fines de semana no duran nada, los sueldos se consumen antes del 10 de cada mes y el futuro se tiñe de negro roto.

España ha evolucionado en este año tanto como nada, y no nos lo han contado

España ha evolucionado en este año tanto como nada, y no nos lo han contado. Los que nos gobiernan nos han tenido entretenidos con aventuras de las que no mejoran los salarios ni contienen los precios de las cosas ni nos hacen la vida más fácil. Las instituciones siguen empozadas (presuntamente) y la regeneración se ha quedado en un suspiro en cuanto los que la tenían por bandera han pisado moquetas caras de pelo alto. Cataluña ha sido el somnífero de 12 meses de la marmota. Fríamente y con perspectiva, es difícil recordar algo relevante de este año 2017 que no haya sido el intento catalán de la desconexión. Es verdad que ha sido una cosa grave que ha dejado heridas que tardarán en cerrar, y mucho más en cicatrizar, pero han pasado más cosas que el crujir de la Constitución no ha dejado que escuchemos. Tenemos el país hecho un erial que cada día se encargan de resecar el PP de los sobres y la cachaza franquista, el PSOE del viene y va (y viene y va), la derecha Ciudadana de 1954 y el Podemos del populismo primario de los estereotipos.

El mundo también ha debido cambiar, casi tanto como nosotros. Si lo ha hecho, nos lo hemos perdido. La serpiente del verano permanente han sido Trump y Kim Jong con un con su baile de gallitos y el iletrado de Maduro con sus exabruptos de taberna. Dos descerebrados con acceso a bombas nucleares y un lila con un programa de televisión entreteniendo a un mundo que se calienta, que se muere de hambre, que está en guerra, que es global y que se está acabando. Tampoco importa tanto. Si no estamos pendientes a lo que pasa cerca, enmascarado en inocuos debates sobre calles peatonales de un solo sentido y ese eterno problema que son los vestidos que se pone la reina Letizia, malamente vamos a ponernos con la ONU, la EU, el Brexit o el Pacto Mundial contra el Cambio Climático.

En nada estaremos acabando 2018. La canción será la misma, porque –como en el chiste- no nos sabemos otra. Y tan felices. Mientras haya fútbol, Gran Hermano, Sálvame y cuatro partidos que nos dirigen como tontos, ellos y nosotros, todo va bien. Y si no va tampoco pasa nada, que no nos enteramos.

Balance de 2017
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