martes. 23.04.2024

El 1% y el coronavirus

La pandemia ya está sacudiendo las economías de medio planeta, y, aunque aún sea prematuro precisar todo lo que se nos puede venir encima, muchas previsiones aventuran, terminada la alarma sanitaria, una crisis devastadora, con cifras de similar orden de magnitud que las de la Gran Recesión de 2008. Las preguntas que hay que hacerse son si esta vez se va a salir de manera diferente a cómo se hizo hace una década, si el 1% asumirá que ellos son los que más tienen que contribuir a la solución.

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, afirma que el 1% de la población que disfruta de un mejor nivel de vida no suele comprender que su destino está ligado a cómo vive el otro 99%. A lo largo de la historia esto es algo que esa minoría solo ha logrado entender cuando ya era demasiado tarde. El mejor ejemplo lo tenemos en la Francia de finales del XVIII, cuando los estamentos privilegiados - el 1% que diría Stiglitz – fueron incapaces de comprender lo que suponía su oposición a contribuir fiscalmente al sostenimiento de la monarquía absoluta ante la inminente quiebra del Estado. Cuando en 1789 los nobles franceses se negaron a pagar impuestos, no supieron intuir que estaban acelerando el reloj de la Historia. Puede que muchos de ellos, solo camino de la Plaza de la Revolución y antes de subir al cadalso, entendieron que dicho reloj marcaba la hora del crepúsculo, y que el sol del Antiguo Régimen, por su culpa, se ponía por última vez. 

Lo que han terminado ganando los de arriba es mucho menos de lo que han perdido los de en medio y los de abajo

No hace falta remontarnos al siglo XVIII para encontrar ejemplos históricos que ilustren la tesis de Stiglitz. Vayamos a la Gran Recesión que empezó en 2008. En aquel momento estalló una crisis originada por la desregulación de los mercados financieros que pronto se trasladó a la economía real. Los causantes de aquella catástrofe fueron, paradójicamente, los encargados de sacarnos de ella. Y lo hicieron culpabilizando a los sectores sociales más desfavorecidos en general, y a los países del sur de Europa en particular, por haber vivido -decían- por encima de sus posibilidades. Las recetas que aplicaron para solucionar la crisis se basaron en el rigor fiscal, los recortes en los servicios públicos y la devaluación salarial. Este tipo de salida implicó un aumento de las desigualdades sociales; pero también demostró una enorme ineficiencia, puesto que, como señalan muchos expertos, lo que han terminado ganando los de arriba es mucho menos de lo que han perdido los de en medio y los de abajo.  

De 2008 para acá se ha librado una batalla ideológica formidable para convencer a las víctimas de la crisis de que ellas, y solamente ellas, eran las responsables de su desgracia, y que había que expiar los pecados con la penitencia de la austeridad. Los verdaderos culpables se negaron a cualquier alternativa que implicase más progresividad fiscal, abominaron de las políticas activas contra la desigualdad y rechazaron una mayor intervención del Estado en la economía. La fe en la mano invisible del mercado tensionó muy peligrosamente a buena parte de las sociedades europeas, y en algunas de ellas sus sistemas políticos se llegaron a tambalear. Pero, una vez que fue amainando la protesta social, el 1% terminó creyendo que habían esquivado el problema. Y, precisamente cuando se producían las últimas réplicas del terremoto que supuso la Gran Recesión, llegó el coronavirus.

La pandemia ya está sacudiendo las economías de medio planeta, y, aunque aún sea prematuro precisar todo lo que se nos puede venir encima, muchas previsiones aventuran, terminada la alarma sanitaria, una crisis devastadora, con cifras de similar orden de magnitud que las de la Gran Recesión de 2008. Las preguntas que hay que hacerse son si esta vez se va a salir de manera diferente a cómo se hizo hace una década, si el 1% asumirá que ellos son los que más tienen que contribuir a la solución, o si por el contrario habrá que volver de nuevo a los mercados financieros hasta que la prima de riesgo obligue, en el caso europeo, a acogerse al fondo de rescate con el consiguiente programa de reformas estructurales. En definitiva, el círculo vicioso de la austeridad, ineficiente y que tanto sufrimiento ha traído a nuestro continente y muy particularmente a países como España.  

Ahora lo que toca es la pérdida de derechos, la bajada de salarios o el paro

Esta vez no se puede condenar a los países del sur de Europa por una supuesta falta de disciplina fiscal, ni a las clases medias y populares por abusar del crédito. El Covid-19 no se para en las fronteras ni distingue entre clases sociales. Parece que la Unión Europea empieza a intuir que será muy difícil decirle a la sociedad que, una vez se haya vencido a la pandemia, va a haber que recortar en la sanidad pública, precarizar más el trabajo de las personas que estos días nos atienden en los supermercados o empeorar las condiciones laborales de los empleados públicos, que están sosteniendo los servicios esenciales del Estado; o sea: castigar a los héroes a los que se aplaude todos los días desde los balcones. Y tampoco será fácil pedir a los millones de personas que han sufrido pacientemente meses de confinamiento y de angustia que ahora lo que toca es la pérdida de derechos, la bajada de salarios o el paro. 

De la UE llegan algunas señales esperanzadoras. Los países ricos del norte, según parece, empiezan a pensar en la posibilidad de renunciar a los mecanismos de rescate habituales de la Unión, para, en su lugar, implementar soluciones que conlleven alguna forma de endeudamiento mancomunado. De donde no llega ninguna señal de vida inteligente es de esa clase política española que representa al 1%, a aquellos que disfrutan de las mejores condiciones de vida. La feroz oposición que estamos contemplando, la violencia verbal que emplean y el odio que a diario se esparce en redes sociales desde cuentas vinculadas a determinadas opciones políticas, asusta. Y asusta más todavía que la oposición ha elevado el tono de forma más brutal, justo en el momento en el que el Gobierno ha aprobado medidas de carácter laboral y social, medidas que, al menos en su intención, bosquejan una salida a la crisis diferente a la de 2008. Es curioso, pero podemos estar asistiendo a una revuelta de los privilegiados, como en la Francia de 1789. No sería una buena noticia que triunfasen, porque el estallido social que iban a provocar tendría unas consecuencias imprevisibles para todos… también para ellos, para el 1%.
 

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