jueves. 28.03.2024

Espacio tiempo político

La Teoría de la Relatividad, un importante paso hacia el aún inalcanzable modelo teórico único, se puede demostrar con las matemáticas y con la observación: la luz no va recta en presencia de un campo gravitatorio. Pero la Relatividad política es otra cosa.

Albert Einstein presentó el 25 de noviembre de 1915, ante la Academia Prusiana de Ciencias de Berlín, la teoría que acabaría por elevarle a la categoría de mito. En realidad, lo que presentó fue la continuación de la Teoría de la Relatividad Especial, que pergeñó 10 años antes como funcionario de la Oficina Suiza de Patentes. En este caso, este funcionario empleó de forma muy productiva para la ciencia su tiempo libre en el puesto de trabajo.

Sólo un reducido grupo de especialistas y matemáticos comprendió su desarrollo, en el que proponía que la realidad no tiene solo tres dimensiones, alto, ancho y fondo, sino que hay una cuarta, el tiempo. Si ya era difícil comprender el asunto, añadió una complicación: este espacio tiempo no es inmutable, sino que se modifica bajo las fuerzas gravitatorias de los cuerpos celestes.

Aunque algún lector no está dispuesto a creérselo, este complicado desarrollo matemático ha sido confirmado en la práctica. Por ejemplo, si no se tuviera en cuenta este efecto sobre el espacio tiempo, los satélites que informan al GPS de nuestro coche dónde está ese restaurante nuevo y fino que nos han recomendado, nos enviarían a una tasca inmunda donde Alberto Chicote echaría hasta la primera papilla. Aprovecho para plantear al espacio tiempo y sus moradores una duda que me corroe desde hace tiempo: ¿A quién mira Chicote cuando da el informe?

Ante los atentados indiscriminados, además en zonas de clase obrera, los claveles en los kalashnikov no paran las balas asesinas

Una vez más, la ciencia y sus increíbles avances, que casi siempre desconocemos e incluso nos da pie a presumir de nuestra ignorancia, sirve para cosas cotidianas, como llegar a ese restaurante de moda.

Pero también me permite, que para eso tengo licencia, aplicar la teoría de la relatividad a nuestro espacio tiempo, es decir, el de los atentados yihadistas en París, el de la hiperactividad de Hollande aprovechando el desconcierto de los franceses, el de la sobreactuación de los belgas cerrando hasta los estancos durante semanas o el de “mi GPS en mi avión de guerra ruso estaba roto y fue sin querer” o el de los turcos, “si te pasas de la raya llamo a mi primo el de Zumosol”, léase OTAN.

Pero me interesa más el espacio tiempo en España. Sobre todo, estos días, el de Podemos. Esa sí que es relatividad. Estoy en contra del terrorismo yihadista, pero la guerra no es la solución. ¿Guerra, quien dijo guerra? Mi electorado natural, abajo a la izquierda, como la casa del portero, es pacifista, bien. Pero ante los atentados indiscriminados, además en zonas de clase obrera, los claveles en los kalashnikov (pobre hombre, qué cruz le ha caído) no paran las balas asesinas.

Claro que hay que cortar las fuentes de financiación de los terroristas. ¿Seguro que los españolitos, y los soberanistas, y la CUP, esté donde esté esta semana, estamos dispuestos a pagar la gasolina más cara cuando le exijamos a Arabia Saudí que deje de financiar estas redes radicales? No sé, no sé…

Como siempre, el gris es el color dominante. Ni blanco ni negro. La Teoría de la Relatividad, un importante paso hacia el aún inalcanzable modelo teórico único, se puede demostrar con las matemáticas y con la observación: la luz no va recta en presencia de un campo gravitatorio. Pero la Relatividad política es otra cosa. Se puede torcer en presencia de un campo electoral, es verdad, o bajo la influencia de los sondeos y encuestas crudas o cocinadas, según el comensal. Pero no se ajusta a una fórmula matemática, ni siquiera al algoritmo de Google, misterio que se añadirá al de la Santísima Trinidad y al de por qué Gran Hermano sigue liderando audiencias.

La política es humana, y como tal, un misterio insondable. O quizá demasiado superficial. Si el candidato es guapo, tiene un plus de votos del 10% (a ojo de buen cubero, el que fabrica los cubos Rubik). Y ya no hablo del “coleta”, que puede resultar atractivo, pero lo que se dice guapo, no es. Da lo mismo si en el programa de los emergentes se promete sacrificar a todas las ballenas que osen acercarse a la costa española (y del resto de las nacionalidades, claro), o si considera que eliminar los símbolos del franquismo de las calles, como ya hizo Europa con sus propios dictadores hace décadas, no es prioritario. Y no lo es porque cuando mi hijo, o el suyo, le pregunte quién es ese señor a caballo que preside la plaza del pueblo, hay que decirle: “Es como Mario Bros., un personaje de ficción. Calla y cómete el helado, Albert”.

No entretendré más al lector ( gracias… ¿fuiste tú?). Porque nuestras vidas, y sobre todo nuestras carteras, tiene algo mucho más importante de lo que preocuparse (con permiso de la crisis del Madrid). Hablo del Black Friday. ¿No sería más bonito White Friday? Parece que a los estadounidenses, que al parecer lo inventaron, y de quien lo importamos sin filtro ni control, esta fiesta del consumismo, el gran motor de nuestra época, les parece más atractivo eso de black, o sea, negro. Y si les gusta tanto, ¿por qué cuando las fuerzas policiales de EE.UU. ven a un negro de 17 años con un cuchillo ridículo le meten 16 tiros? ¿Porque no compró el arma en friday? Cosas del moldeable espacio tiempo.

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