sábado. 20.04.2024

Del fin de la historia al fin de la política

Es necesario enfocar la política al desarrollo de proyectos largo plazo donde la principal característica sea la paciencia, y es necesario defenderlo públicamente en todos los espacios posibles.

Hoy en día es palpable el desdén y el desprecio que se ha instalado en la sociedad española hacia todo aquello que tengan la más mínima relación con la práctica la política. Para ello basta con ver las encuestas en las que se cuestiona a los españoles acerca de cuáles son sus principales preocupaciones. Entre ellas se encuentran siempre, situados entre los primeros puestos, a los políticos, los partidos políticos y la política. Y esta especial preocupación no obedece, por desgracia, a que los ciudadanos los vean como factores dignos de especial atención y de seguimiento en la medida en que puedan representar diferentes corrientes o conjuntos de propuestas y medidas que podrían dar solución a nuestros problemas más inmediatos, para nada. Preocupan porque se ha asentado la idea de que estos han dejado de ser considerados herramientas útiles para mejorar la vida de la mayoría de los ciudadanos.

Y la verdad es que razones no les faltan. En unos tiempos tan sumamente complejos y acelerados como los que hoy en día vivimos, parecen haberse estrechado de manera ostensible los márgenes de la acción de la política, como consecuencia de la asociación de esta a la figura de hiper-liderazgo del dirigente político de turno que se fomenta desde los medios y desde los propios partidos políticos. Algo que cercena la idea del trabajo colectivo o la implicación de las masas en los procesos de cambio que están por venir, arrebatando a la política todo elemento socrático, consistente en preservar la esencia de esta en la participación ciudadana.

El escenario político actual parece una vuelta al statu quo previo al 15M

Nos han convertido de nuevo en espectadores de nuestra propia realidad y nos han convencido de que no existe otro rol para nosotros que ese. En el nuevo tablero político el líder o dirigente aparece como una especie de visionario digno de nuestra total confianza que elucubra sobre nuestro futuro en su bola de cristal a la búsqueda de soluciones mágicas, como quien saca un conejo de una chistera. Algo que, de manera inexorable, acaba derivando en una representación grotesca de la política y de ellos mismos. De eso a la pérdida absoluta de credibilidad y de confianza ante la ciudadanía solo hay un paso, abriendo un escenario de apatía que es sin duda el soñado por los grandes poderes económicos y financieros de este país.

Este es sin duda el síntoma más evidente de agotamiento del ciclo político abierto con el 15M, un acontecimiento que fue la máxima expresión de la crisis de representación que en ese momento sufría, y aún sufre España. Un momento de ruptura del principio de representación en nuestro país, en el que los ciudadanos tomaron consciencia de la necesidad de empoderarse, de poner en marcha elementos participación política y de radicalismo democrático, que por otro lado estaban ya presentes a lo largo de la historia política de este país, como por ejemplo la toma del espacio público como ámbito esencial de la expresión política de la ciudadanía. De todo eso, hoy en día queda muy poco.

Hoy en día la política se ha transformado en a una disputa espuria por los marcos políticos

De hecho, el escenario político actual parece una vuelta al statu quo previo al 15M. El estado de ánimo se vuelve a asemejar al que inspiraban las teorías del fin de la historia de Fukuyama donde en la teoría, que no en la práctica, todas las revoluciones han sido ya hechas, todas las alternativas han sido probadas, donde todas las conquistas han sido alcanzadas y solo queda conformarse con lo ya obtenido. Solo que en vez de hacerse referencia al fin de las ideologías se haría referencia al fin de la política, que sucumbe a la mediocridad después de que esta última se haya impuesto definitivamente a la capacidad de razonamiento, de reflexión y, por supuesto, de participación.

Y camino de ell8 vamos, pues hoy en día la política se ha transformado en a una disputa espuria por los marcos políticos. Se concibe la política como una partida de ajedrez de vagos en la que se deja de lado uno de los principales valores de ese juego, el análisis paciente. Lo importante no es el trasfondo de las propuestas, es demostrar más destreza intelectual que el adversario en el ámbito de lo inmediato para ver quién gana el relato. Que cuestiones esenciales como el desempleo, los desahucios, la educación, la sanidad, la depauperación de los servicios sociales, la precariedad laboral, etc, no ocupen el centro del debate parece dar exactamente igual. Por si fuera poco, esto ha generado una casta de “spin doctors” que se venden a cualquier partido, vendedores de crecepelo que hacen de la política un espectáculo absolutamente deplorable. Es una guerra por el relato y todo lo demás parece no importar.

La política que afecta a la vida cotidiana de la gente está pasando cada vez más desapercibida. Los políticos, perdidos en la vorágine de titulares y “trending topics”, hacen cada vez más la labor de los escritores y de cronistas de falsas dicotomías, dedicando su tiempo a la creación de narrativas en búsqueda del aplauso fácil, del titular favorable, en el mejor de los casos, del voto de los incautos que creen mejor gobernante a aquel que es capaz de decir más cosas en menos tiempo, aunque sus discursos estén llenos de significantes vacíos. Mientras, escritores e intelectuales, visto el espacio dejado por los principales responsables políticos, hacen cada vez más labor política, o, mejor dicho, labor de propaganda política. Lo hacen porque sienten esa necesidad, porque toman el poder ellos mismos generando opinión, decidiendo que cuestiones deben estar en el centro del debate político y cuáles no.

Esto es enormemente contradictorio a la par que peligroso. Romper esta dinámica se ha vuelto una necesidad imperiosa que, de satisfacerse, supondrá un cambio sustancial en la política, volviendo a centrar esta en los aspectos concretos que realmente importan a los ciudadanos. Por eso es necesario abandonar de manera radical esas estrategias de marketing que nos arrastran a la atonía y a la mediocridad. Es necesario enfocar la política al desarrollo de proyectos largo plazo donde la principal característica sea la paciencia, y es necesario defenderlo públicamente en todos los espacios posibles. El dirigente político, sea del partido que sea, debe recuperar la idea de que él únicamente tiene la virtud de representar un discurso colectivo, de que él no es nada sin el esfuerzo y el respaldo de aquellos a quienes representa. Debemos esforzarnos por abandonar estas estrategias de “coaching cutre” que condenan a la ineficacia la herramienta de cambio más potente de la que dispone la ciudadanía para impulsar un proyecto de desborde y de superación de nuestro agotado modelo económico, político y social. Debemos apostar por una práctica política en la que nuestros posicionamientos emanen del estudio, de la reflexión pausada, del debate político ejercido de manera continua y sin descanso, de los argumentos reposados fundados en las pruebas empíricas y en los datos llenos de rigor. Solo así venceremos a lo que, al fin y a la postre, se ha convertido en nuestro principal enemigo, la banalización de la política actual.

Del fin de la historia al fin de la política
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