viernes. 29.03.2024

Los legendarios hombres de la mar y sus barcos mitológicos

Los legendarios hombres de la mar no se identificarían con ese epíteto si sus barcos no fuesen también mitológicos y rodeados de una estima y admiración extraordinarias. Los sinónimos que ambos tienen verifican y demuestran muchos de los hechos heroicos e inolvidables que de continuo son importantes para el ser humano, y que la mar ha sido la testigo fiel. Muchas veces, devolviendo a la orilla en silencio los cuerpos mudos de sus protagonistas, y otras  veces ni eso, porque todo ha sido real en la mar; también, con la misma realidad de la imaginación, partiendo de hechos reales, porque, si ha habido a veces más fantasía que lo ocurrido verdaderamente, no ha sido al azar, sino por la enorme extensión de la mar y el propio mal de mar, ese mareo que provoca el movimiento del barco en marcha o incluso en calma o amarrado a puerto, que no hay marino ni viejo lobo de mar experimentado que sepa en dominio sólido y fijo andar, aun batallando con la mar entera detrás. Aun siendo apasionado de la mar, no se llega a entender del todo su mundo, porque cada barco y cada navegante tienen su historia, su crónica y su memoria.  

El motín en el Bounty, junto con la inexplicable resistencia del despótico capitán Bligh, abandonado con dieciocho leales en el Pacífico, en medio de unas cuatro mil millas sin avistar tierra alguna  y condenados a una presumible muerte, o la menos conocida Marquesa, la galera en donde Cervantes peleó, desde el esquife, el 7 de octubre de 1571, en Lepanto -en el golfo de Patras, en el Jónico-.  El todavía no escritor, siendo joven y bisoño -nuevo en estas lides-, pasó como todos los soldados, y como los navegantes del Bounty o de la Marquesa, una verdadera y mayúscula odisea.

Pero protagonistas pedagógicos en este mundo marino y naval que logran llamar fácilmente la atención de los lectores más jóvenes son las novelas de aventuras, La Isla del Tesoro -de ficción, pero con hechos reales-. La Hispaniola es el barco pirata y el medio en el que se desarrolla esta obra de Robert L. Stevenson.

Si bien cualquiera puede imaginarse algo las calamidades sin cuento de los protagonistas de la mar que callaron y sus habitáculos que las presenciaron y también las silenciaron, tampoco sería necesaria tanta imaginación para contemplar a aquellos navegantes de la Victoria, la primera nao en circunnavegar el globo terráqueo. Volvieron solo dieciocho tripulantes derrotados y consumidos y los que partieron de Cádiz antes eran 300, en un periplo de tres años; uno que no llegó fue Fernando de Magallanes, el capitán. Todos marineros antes de empezar a ser.

Así fue desde siempre, desde que hubo océanos. Y si esto se niega, no podríamos explicarnos el Argo, la nave con la que Jasón y los cincuenta héroes griegos, llamados los argonautas, navegaron desde la ciudad de Yolco buscando el vellón del carnero alígero. Los griegos bautizaron así la nave en honor de su constructor Argos. Cuando el mito es real; y la realidad, un mito.

Y de esta manera podríamos ir encadenando suficientes ejemplos para esta historia tan extensa. Solo me quedaría abrochar esta serie de barcos con el Pequod, capitaneado por Ahab, Ismael que cuenta la historia autobiográfica de Hermann Melville, el escritor de Moby Dick (1851), y Queequog, el arponero. Cuando Hermann tiene doce años, su padre muere y deja ocho hijos, siendo nuestro novelista el tercero de ellos. La educación sistemática acabó para él. Va a comenzar la universidad de la vida, e Ismael dirá que “Un barco ballenero fue mi Yale y mi Harvard”.   

Si cualquier tema marino ya despierta por sí en el género humano un interés especial, atávico, que nos lleva a nuestros orígenes, al medio evolutivo de donde procedemos, el pensamiento  sobre la mar es un éxito garantizado. Tampoco hace falta haber nacido a la orilla de la mar, o tener familia marinera. Pero seguramente nos encontraríamos muy cómodos, con libertad, imaginando el mundo marinero. Para eso es necesario estar libre de amarras, sin sujeción alguna a nada ni a nadie; maestros imaginando, la mejor estrategia o manera de demostrar nuestras facultades didácticas. Si la navegación es un aprendizaje continuo, firme e incesante para los que ejercen ese oficio, este relato histórico ha querido ser una inspiración progresiva y prolongada en el tiempo para cualquier amante de la mar. Las grandes gestas en la mar, los barcos legendarios que marean entre los límites de la crónica y de la ficción. Como no son ficción los centenares de inmigrados que llegan a nuestras costas: o se piensa que su dilema de opción es llegar a tierra por ser esta más segura o, por el contrario, seguir en la patera, si no hay ahogamiento. No. Las dos opciones son, para ellos, innumerablemente más seguras que volver a su país.

Con esta interesante presentación, el aprendizaje de esta vida en el medio natural de la mar nos hace leer cómo serían aquellas singladuras con unos medios muchas veces en precario y cómo en tantas otras deberían cambiar el rumbo, por culpa de las tormentas, con los consiguientes trastornos en tiempo, dinero y escasez de víveres, sin obviar enfermedades como la del escorbuto, en conchas mal llamadas embarcaciones.

El éxito será mayor el de los escolares. Si les es posible aprovechar un puerto cerca, sus superiores bien pueden programar una unidad didáctica con la asistencia al barco que pueda ser visitado. El punto sería poder dar una pequeña vuelta por la bahía. Todo ello si viven cerca de un sitio con mar. Si no, un vídeo hace el resto. Los alumnos, los verdaderos testigos de lo que allí donde vayan pueda albergarse. A los niños, atentos, les faltará tiempo para conocer y reconocer tantas emociones que pasarán por sus centros de interés y entendimiento. En esa unidad van a tener el momento de ahondar en las dificultades, complicaciones y también oscuridades de la vida marina a través de los siglos, y asimismo sentirse orgullosos del papel principal que jugaron nuestros marinos españoles, la riqueza de sus acciones y la historia y leyendas que escribieron, a pesar de que la tecnología solía distar en numerosas ocasiones de estar al mismo nivel que las circunstancias naturales. Sin embargo, todo esto unido hace posible que se les pueda atribuir un lugar especial en nuestra importancia y representación en el planeta. Un ejemplo es que los casi ocho mil kilómetros de costa de nuestro país dan fe de la vocación marinera de los españoles. Y tanta fue nuestra presencia en la mar que hasta hubo un tiempo en que la navegación española era de tal magnitud que la “mar fue de España durante muchísimo tiempo”, como he leído en unas palabras de Arturo Pérez-Reverte.

Los legendarios hombres de la mar y sus barcos mitológicos
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