jueves. 28.03.2024

Enfrentarse a la biografía de Leonora Carrington supone descorrer un velo que muestra con toda crudeza la realidad de la mujer artista, de la mujer en general con todas sus dramáticas limitaciones. Si ser un genio incomprendido siendo varón es complicado y produce desajustes, siendo mujer puede triturar la mente y el cuerpo. Tener la excentricidad de ser sensible, amar la libertad o no aceptar imposiciones familiares, puede parecer simpático si eres Dalí, o Buñuel, otra cosa es padecerlo siendo mujer. En la antigüedad, se las quemó por brujas, la Inquisición dio cuenta de ellas. En el siglo XX, tuvieron la condescendencia de encerrarlas en psiquiátricos como si fueran locas peligrosas. No encajar en las estrictas normas que por su condición y sexo le imponían, acarreaba vivir en continua y desigual lucha. Un ejemplo claro es la vida de esta pintora surrealista.
 
Leonora Carrington, nació el 6  de Abril de 1917 en Chorley Lancashire, dentro de  una adinerada familia cuyo padre se dedicaba a los negocios. Fue expulsada de varios colegios por mostrar indisciplina y una tajante rebeldía. Desde temprana edad, demostró un carácter indómito y cierto talento artístico.

“Nunca acepté las normas ni las leyes dadas. Me horrorizan"

Mejor le dejamos a ella, que expresó con nitidez su carácter en una entrevista realizada por XL Semanal en enero de 2006, el rechazo que sentía por las normas impuestas: Nunca acepté las normas ni las leyes dadas. Me horrorizan; siento un fuerte rechazo por la autoridad, que exista el código que establece lo que es normal y no. Pero las cosas son más complicadas de lo que parecen y las creencias dependen de cada país. Hay un subterráneo infinito. Para muchas civilizaciones, ese subterráneo es parte de la cultura. Sin embargo, nuestra civilización occidental, gobernada por lo llamado “racional”, es más rígida. La realidad es mucho más compleja de lo que imaginamos y por ello no se puede actuar sólo en un marco racional”.

Con esos antecedentes y la vena artística que mostró, puso en guardia a su familia. Desde muy joven se sintió atraída por los caballos, que luego materializó con frecuencia en su obra. Ya en la infancia mostraba capacidad para el dibujo y la pintura, sintiéndose atraída por las artes en general. Quiso perfeccionar su técnica pictórica en la escuela de Amedée Ozenfant, en Londres. Fue frustrante el aprendizaje en ella, para su ansia de avanzar, confesó a los cercanos, que la tuvieron durante seis meses pintando una manzana. Pronto abandonó la disciplina que tan poco la aportaba, viajando a París. Allí, contando tan solo veinte años, llegó el encuentro con Max Ernst, entablando con él una relación amorosa profunda.

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El pintor estaba casado; contaba 47 años cuando se conocieron, lo cual hizo que saltaran de nuevo las alarmas en su familia, condenando la relación. De la mano de Ernst se introdujo en el París de los surrealistas, entrando a formar parte de ese grupo.

Volvemos a dejarle hablar a ella, para que nos cuente como fue su experiencia: “Pensé que tenía mucha afinidad con esa gente. Era un grupo compuesto esencialmente por hombres que trataban a las mujeres como musas. Eso era bastante humillante. Por eso no quiero que nadie me llame musa (…) Yo caí en el surrealismo porque sí. Nunca pregunté si tenía derecho a entrar o no”.

Protesta velada de que no la consideraran una igual. Brote de rebeldía de Leonora que no quiere ser musa, ella quiere ser miembro de pleno derecho del grupo surrealista.

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El idilio con Ernst, sigue de forma apasionada, aunque él no se divorcia de su esposa. Se recluyen en una casita en  Sant- Martin de Ardiche, donde viven un año de absoluta libertad, pasión y felicidad. Mientras tanto las tropas alemanas avanzan por Europa. Ernst es alemán, por tanto el régimen de Vichy le considera enemigo, además de que todo el grupo de surrealistas había colaborado, en alguna ocasión con la Resistencia. Max es encarcelado, poco después, dejando a Leonora en un estado emocional muy afectado. Cae en una depresión obsesiva intentando a toda costa salvar a Ernst de la cárcel. Durante un tiempo todos sus esfuerzos van en esa dirección quebrantando su salud de forma visible. Diversos amigos, intentan sacarla del marasmo en que se encontraba, enferma de soledad, sintiendo que los problemas que abaten Europa le conciernen a ella de forma personal. Interioriza el sufrimiento de un continente herido bajo la bota hitleriana. La entrega a la causa de la liberación de Max Ernts la obsesiona de forma enfermiza.

Decide viajar a Madrid en busca de un salvoconducto para él, en un viaje atroz por una España que lucía las heridas de la reciente guerra 

Decide viajar a Madrid en busca de un salvoconducto para él, en un viaje atroz por una España que lucía las heridas de la reciente guerra. Leonora, durante el viaje y en su estancia en la capital, da muestras de su pérdida de cordura temporal. Unos requetés que observan su comportamiento errático, la violan en grupo en un parque madrileño durante la noche. Ella siente que el dolor de la España de postguerra se adhiere a sus carnes y expurga con lágrimas y sangre el enfermizo ambiente de la postguerra española.

Oculta la violación pero no cabe duda que ese hecho, socava aún más su precario estado mental. Alertado el padre de su estancia en Madrid y de sus erráticas acciones, decide internarla en el sanatorio psiquiátrico del doctor Morales, que se encontraba en Santander y gozaba de “fama” internacional por sus tratamientos “novedosos” y drásticos. Lo que desean los progenitores es quebrantar su fuerza, atar la locura que mueve su sensibilidad, hacer de ella una mujer plena de mansedumbre que olvide veleidades artísticas y pasionales.

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Hago un inciso para referir que el citado psiquiatra, doctor Morales, era conocido por su ideario nazi. Su clínica era un caserón rodeado de vegetación y pabellones, dignos de literatura gótica. Admirador y seguidor de sus colegas, Vallejo- Najera y Lopez Ibor, practica, como ellos, una medicina sádica y espeluznante, digna del doctor Mengele, que posiblemente fuera su ídolo. La clínica siniestra ha desaparecido junto con la riqueza arbórea que la rodeaba, víctima de la piqueta constructora de los años sesenta, para hacer un barrio periférico de la ciudad, con ínfulas de skay line que quedó en desordenado espanto. Cuentan, los que se atrevían a acercarse por los alrededores, que los alaridos de los pacientes del doctor Morales se oían de lejos. Sus alrededores, boscosos, con pabellones siniestros conformaban el recinto ideal para socavar la voluntad, creando terror en las víctimas de los “doctores”. 

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Su hijo, don Luis Morales Jr participó en las rocambolescas apariciones de Garabandal, donde unas pastorcitas… (Siempre son pastorcitas) tuvieron visiones virginales. En una primera interpretación el doctor Luis Morales Jr. testifica que todo se debe a la histeria de las niñas y que no hay nada real. Posteriormente, previa concienzuda “conversión” a un cristianismo militante, cambia su argumento afirmando lo contrario y testifica a favor de las apariciones. Hombre ambivalente se cuentan escabrosas historias sobre él, que no reproduzco por pudor, cosa que no le impide el acercamiento al OPUS, además de protagonizar escenas de dudosa lucidez a lo largo de su vida profesional. Todo ello puede darnos la pauta de cómo eran los tratamientos y el trato ofrecido a los pacientes de tan peculiares doctores.

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Leonor fue secuestrada en Madrid y enviada a Santander

Leonor fue secuestrada en Madrid y enviada a Santander. En el viaje de coche le administran Luminal inyectándole, además, en la espina dorsal anestesia sistémica. Le provocan una paralización total, con rigidez; la sensación del paciente es terrorífica ya que simula con precisión, la muerte.

Llegada al hospital, comienza el periplo de torturas y vejaciones a las que es sometida en la clínica del terror. Volvemos a dejar hablar a Leonora, que, quizá como terapia curativa, escribió un magnífico libro donde refiere la estancia en la clínica del doctor Morales. La obra tiene un título definitorio: La casa del miedo.

“En "Covadonga"-así llamaban al pabellón donde encerraban a los locos más peligrosos, tomaba el nombre de una hermana del doctor Morales, muerta- me arrancaron brutalmente las ropas y me ataron con correas, desnuda, a la cama. […] No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible: creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi  sumisión. La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques. No me molestaba demasiado la suciedad. (Carrington, 1995 [1943], pp. 22-23).

Una nueva época empezó con el día más negro y terrible de mi vida. ¿Cómo puedo hablar ahora de esto, cuando me da miedo sólo pensarlo? Siento una angustia terrible, aunque no puedo seguir viviendo sola con ese recuerdo… Sé que una vez que lo haya escrito me habré liberado. Pero ¿podré expresar con meras palabras el horror de aquel día? (Carrington, 1995 [1943], p. 30)

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Vive aterrada, luchando por no dejarse ir, por no perder las riendas sobre su propia lucidez

En su novela, da cuenta de la lucha tenaz que su mente mantiene para permanecer cuerda, para transformar el terror que le ocasionan, en visiones surrealistas que más tarde plasmará en su obra pictórica. Vive aterrada, luchando por no dejarse ir, por no perder las riendas sobre su propia lucidez que en todo momento, los brutales métodos del doctor Morales, pretendían quebrar. Hubo momentos que se conformaba, con el abandono producido por el agotamientos, como forma inmediata de supervivencia: “me  confesé a mí misma que un ser lo bastante poderoso como para infligir tal tortura tenía que ser más fuerte que yo; admití la derrota, mía y del mundo que me rodeaba, sin esperanza de liberación" (Carrington, 1995 [1943], p. 32).

Poco después hace en su novela, una aseveración aterradora, dándose por vencida.

"Podían hacer lo que quisieran conmigo: me mostré obediente como un buey" (Carrington, 1995 [1943].

No obstante, no consiguieron quebrarla; aun con todo lo sufrido consigue escapar en un viaje que le dejan hacer, ya que los padres deciden trasladarla a un psiquiátrico de Sudáfrica. Burla la vigilancia de su cuidadora, huye hacia Lisboa, refugiándose en la embajada de México, donde se encuentra un antiguo amigo, Renato Leduc, con el que se casa para eludir la custodia paterna y poder huir a México, país que les acoge con cariño. Para entonces, el pintor Max Ernst la había abandonado, se había divorciado de su anterior esposa, y contraído matrimonio con la rica heredera y mecenas, Peggy Guggenheim, con la que viaja a EEUU, eludiendo la guerra europea y convirtiéndose en su protegido, con lo que ello suponía para su obra.

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Esa mujer considerada loca, consiguió eludir los dramas que le tocó vivir, establecerse en el nuevo país, crear una obra pictórica, escultórica y escribir con talento. La mujer destrozada, violada y maltratada, consigue llevar una vida normalizada. Se divorcia de ese matrimonio de conveniencia, para casarse de verdad con Emeric Weisz y criar varios hijos mientras desarrolla una gran obra pictórica. Entabla una intensa relación de amistad con una genial pintora, de la que nos ocuparemos en breve, Remedios Varo, así como participa activamente del movimiento cultural del país de adopción.  

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Murió  el 25 de Mayo de 2011, dejando una  obra pictórica interesante, plena de sueños oníricos que son un viaje por el subconsciente, dibujando los resortes de las pulsiones ocultas que la persiguieron toda su trágica vida
 

Leonora Carrington
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