viernes. 29.03.2024

Soy el único recitador que queda en pie, no
solamente en España, sino en Europa.

P. M.

La organización de una exposición-homenaje a Pío Muriedas en la Biblioteca Central me ha movido a recuperar de entre mis papeles algunos escritos que en su momento tenía pendientes de publicación. Nada mejor que esta ocasión para sumarme a la reivindicación de quien fuera asiduo desde comienzos de los años 60, cuando regresó a Santander de su largo periplo por los destierros.

Era, sin duda, uno de los tipos más característicos entre los diversos que muy prolíficamente genera Santander. Pío Muriedas, o Pío Fernández Muriedas, como en realidad se llamaba; o Pío Fernández Cueto, como por los difíciles momentos políticos se vio obligado a hacerse anunciar artísticamente durante varias décadas, lo cual no dejó de constituir un homenaje encubierto a su propia madre, cuetana de origen.

Sus primeros años de vida transcurrieron entre los palcos y las bambalinas de aquel vetusto edificio

Nacido en Santander el día 5 de julio de 1903, era hijo de un empleado del matadero municipal que en sus horas libres ejercía como acomodador y tramoyista en el Teatro Principal; por lo tanto, sus primeros años de vida transcurrieron entre los palcos y las bambalinas de aquel vetusto edificio que en 1915 caería pasto de las llamas, siendo sustituido cuatro años más tarde por el Teatro Pereda.

Una de las muchas contradicciones que habrían de acompañarle a lo largo de su también larga existencia (Marañón pronto le vaticinó que sería longevo, como también lo llegaron a ser sus amigos Luis Corona y Manuel Escalera), fue que, habiendo estudiado en sus primeros años en las escuelas laicas, pasara muy pronto a frecuentar las aulas evangélicas.

La ciudad se quedó muy pequeña para un niño con inquietudes, como era el pequeño de los Muriedas, a quien ya por entonces habrían de conocerle como sobrino de “La Voladora”, debido a que una hermana de su madre salió despedida por los aires cuando la catástrofe del Cabo Machichaco, perdiendo una pierna en esa pirueta salvadora, y por ello desde entonces le quedó el sobrenombre por el cual era conocida; sobrenombre que, como ocurre en los puertos de mar, heredan sus hijas y, si se descuidan, se extiende a los parientes más próximos.

En Barcelona, como los pilletes de las novelas por entregas, vocea periódicos y se ofrece como “sparring”

El ansia de aventuras de aquel muchacho acostumbrado a vivir cada noche, a la hora de llevar la cena a su padre, los dramas del teatro, vidas de otras vidas; el ansia de aventuras, digo, le conducen pronto a escaparse de casa y, movido por cuanto había leído acerca de la fama y fortuna de los boxeadores de moda en Norteamérica, se puso en carretera hasta Barcelona, tardando un mes en llegar espoleado por las triscas que le daban los campesinos cuando le sorprendían robando la fruta de sus árboles. En Barcelona, como los pilletes de las novelas por entregas, vocea periódicos y se ofrece como “sparring”, pese a su corta edad, y en tal dedicación recibe alguna que otra paliza, que será redondeada por una fuerte tunda propinada por su propia madre.

–Cuando se enteró de que estaba en Barcelona y que quería ser boxeador, me cogió y me dio una paliza que se me quitaron las ganas de nuevas aventuras –decía Pío, recordando aquella peripecia de su juventud, muy a la inversa de la que le tocó vivir al protagonista del libro De los Apeninos a los Andes.

Sus escapadas ahora serán a los pueblos de los alrededores, en los que asombra a los campesinos recitándoles fragmentos enteros de obras de Calderón y de Shakespeare, camino que le llevaría más adelante a ejercer la vocación de juglar trotamundos que no le abandonaría hasta los últimos momentos de su vida.

Cuando ya trabajaba como ayudante de tramoyista en el Teatro Pereda se le cayó una vara de telar encima y le abrió la cabeza

Y para mejor enterarse de los quebraderos de cabeza que le iba a proporcionar esa su afición nacida entre los tinglados de la antigua farsa, cuando ya trabajaba como ayudante de tramoyista en el Teatro Pereda se le cayó una vara de telar encima y le abrió la cabeza. La lección aprendida consistió en permanecer lo más lejos posible del lugar de los decorados, incluso actuar sin decorados, como hizo en su vida de actor-declamador: todo supeditado al timbre de su voz y al dominio de sus manos.

Pero un actor solo no hace teatro. Por lo menos en la España de los años veinte, cuando trataba de sacar rendimiento, artístico y económico, de su profesión. Y, dado que las giras escénicas traían a Santander gran cantidad de compañías profesionales, comenzó a rondar a las grandes figuras de la escena de entonces: Enrique Borrás, una gran estrella, Margarita Xirgu, la diva que supera a Catalina Bárcena. Del primero, palabras, palabras, palabras... De la Xirgu, un meritoriaje que le convirtió en galán joven con algo menos de veinte años, debutando en Valladolid con una obra de Benavente en 1921, y una gira por Cuba. Pero siempre hambre, el hambre de los cómicos, ese hambre que él todavía recordaba en confesión leonfelipesca ya en la plenitud de la edad:

–Tengo setenta años y he pasado cuarenta de hambre... Comer es necesario, pero no imprescindible, pues te aseguro que puede uno pasar perfectamente tres días sin hacerlo.

Y también su ruptura con Margarita Xirgu, achacada a motivos sociales

Incluso estando en la isla antillana le faltó dinero para volver a España, y a poco hubiéramos tenido otro actor compaginando con el escritor santanderino Joaquín Aristigueta, saltando de isla en isla hasta la tierra firme de Méjico, cuando aún no triunfaba en aquellos lares el actor y director cayonés Ramón Pereda. Y también su ruptura con Margarita Xirgu, achacada a motivos sociales:

–Me marché porque no quiso pagar los billetes de dos sirvientas que tenían María Bru y Pepe Rivero. Entonces yo creía en la justicia social.

Y esa creencia le llevará a embarcarse en la guerra civil y a utilizar los resortes que su capacidad de rapsoda (no le gustaba nada esta palabreja, que le parecía un tanto afeminada), y su espíritu juglaresco y popular le conduce a los frentes republicanos a declamar odas y romances de verbo encendido y versos comprometidos, con un currículo adquirido en los bolos hechos durante su estancia con las compañías de Borrás, Villagómez, Gómez Ferrer, con las cuales volverá a pisar América, viajará al norte de África, también a Lisboa, siempre con la amenaza de ruina persiguiéndole, los préstamos de las autoridades para poder hacer el regreso sin necesidad de recurrir a la trashumancia.

Aunque la suya sea la del 27, se consideraba heredero de la generación del 98

Aunque la suya sea la del 27, se consideraba heredero de la generación del 98: “porque la gente tenía más conciencia de lo que era el arte y sabía protestar”, dice. Cuando, en realidad, su vida parece más bien extraída de las andanzas cualquier personaje de esa picaresca que tantos relatores tuvo en el Siglo de Oro español. ¡Pícaro Pío!, como dijo de él Pick.

muriedas03Tertulia de Pío Muriedas en la cafetería Frypsia de Santander con Quirós, Escalera, Corona, Sedano, Viadero y algunos periodistas (1981)

En el frente asturiano repasó su repertorio revolucionario de “poeta del pueblo”, con versos de Alberti, Bergamín, Arconada, Pla y Beltrán, Cancio, Machado, León Felipe, y ha de aceptar la utilización de los altavoces para hacerse oír en las trincheras. Realiza una tournée por Asturias, pasando a Reinosa, Lemona, Aragón, Cataluña... Extremadura, donde conoce a Miguel Hernández, Lorca es sólo una sombra desvanecida. Ya ha caído Santander en manos de los sublevados, para entonces. Finalmente traspasará los Pirineos caminando entre la nieve y con mucha hambre, ese leit motiv que siempre le acompañará, esta vez con la previsible presencia de los lobos:

–Si llega a aparecer uno, ¡me lo como!

En Bilbao conoció a la que sería su segunda mujer, María Luisa Gochi Mendizábal

Un breve exilio francés, breve porque hace caso de las palabras de los enviados de Franco prometiendo que a los que no tuvieran las manos manchadas de sangre no les ocurriría nada, y regresa a España, pero le pasarían una factura que no era suya y que su sobrino, el también recitador Mariano Fernández Izabal, le había endosado, sabedor de que se encontraba a salvo en Francia. Así que nuevamente la cárcel (1), una condena de muerte que elude gracias a la intervención salvadora de José María Pemán, y después la libertad condicional y el indulto, con el consiguiente destierro en Zaragoza, Vitoria y el País Vasco. En Bilbao conoció a la que sería su segunda mujer, María Luisa Gochi Mendizábal, procedente de la burguesía bilbaína, quien pese a su aspecto desastroso y las penurias que juntos hubieron de pasar en compañía de sus dos hijos, le quiso hasta el último momento.

Y la trashumancia cultural, los recitales por los ateneos, círculos sociales, colegios de frailes y monjas, a los que a menudo escandalizaba con su repertorio escogido con afán de provocación; teatros con un único espectador, pero también bares de pueblo donde, al final, para redondear sus ingresos, rifaba una botella de coñac, como el pintor Riancho rifaba sus cuadros en los años veinte. Incluso huyendo de la pedrea montada por un grupo de vecinos de Villafranca de Orio, descontentos con su recital. Esperas heladas en las estaciones de ferrocarril, siempre acompañados de un gran baúl y una maleta:

–Prefiero estar en un depósito de cadáveres que en una estación de ferrocarril, pues es lo más triste que hay.

Nunca nadie fue tan pintado, tan dibujado, tan abocetado

Parece una mezcla del actor que interpreta Fernán Gómez (del cual se consideraba un admirador) en la película El viaje a ninguna parte y  los protagonistas de los series televisivas Una gloria nacional y A vuestro servicio, encarnados por Francisco Rabal y Fernán Gómez, respectivamente, en los años noventa. Días, meses, años de incertidumbre y de miseria, pero también de conocimiento con poetas, escritores, pintores que hacían su retrato: nunca nadie fue tan pintado, tan dibujado, tan abocetado. Retratos a cargo de  Quirós, De la Foz, Cevallos, Oteiza, E. Vicente, Pablo Serrano, Jesús Otero, Miró, Olabarrieta, Sedano, Buero Vallejo, Laxeiro, Artigas, R. Bernardo, L. Muñoz, Arrabal, Eduardo Vicente, Barceló, Sobrado, Ibarrola, Hoyos, etc, muchos de ellos perdidos. Sólo con su efigie se podría haber hecho un museo temático.

Eduardo Chillida le hizo un retrato que Pío vendería por alguna mísera cantidad que necesitaba en aquel preciso momento. A superar sus penurias le ayudan los pintores, regalándole cuadros, apuntes, dibujos... y también los poetas, enviándole un giro postal de vez en cuando. Aunque muchas de sus amistades de antes de la guerra se encuentran ya muertas o en el exilio, Pío va recopilando nuevas adhesiones por doquier, voluntades que servirán para socorrerle en las temporadas malas, que son las más frecuentes.

Esto sirve para ir tirando, para sentirse un poco mejor y para que su infatigable compañera María Luisa consiga cuadrar las cuentas caseras en esa libreta cuadriculada que le acompañaba por los caminos de España. Pero también para ser incluidos en el repertorio de Pío, recitados incansablemente, hasta el extremo de que el escultor Pablo Serrano escribía: “Por la garganta de Pío se alimentan los poetas”.

Algunos de ellos han mantenido siempre relación con su declamador, hombre de gesto amistoso en todo lo que no se refiera a su más directa competencia. Porque en el caso de Gerardo Diego dice:

–Es el mejor técnico de habla hispana, pero recitando es más monótono que las gotas de lluvia aporreando las lonas de un circo. Como persona, excepcional bajo todos los puntos de vista.

Pío se volcó hacia los jóvenes y con ellos quiso recuperar el tiempo perdido, montando obras de teatro de gran envergadura

En la última etapa santanderina, viaje a Nueva York incluido, Pío se volcó hacia los jóvenes y con ellos quiso recuperar el tiempo perdido, montando obras de teatro de gran envergadura. En Pío y con Pío aprendieron a decir el verso, con técnica ya perdida. Reencontró su interés por la pintura y se convirtió en un artista naif con centenares de cuadros propios y multitud de exposiciones. Joaquín Soler Serrano le dedicó un programa en su espacio televisivo "A fondo" (1977).

Pero también se asomó a la pantalla cinematográfica, a pesar de que nada le gustaba el séptimo arte, porque su forma de gesticular era ya muy difícil de aceptar incluso en el teatro y completamente incompatible con ese notario y censor de movimientos a la vez que es la cámara cinematográfica. Fue incapaz de sustraerse a los requerimientos de sus amistades y por ello colaboró en los filmes Hacia el silencio (Páramo, 1963), Manderley (Garay, 1979), y Géminis (Garay/Revuelta, 1981), Miguel Labordeta. Biografía íntima o ¿Apuntes biográficos?" (Artero, 1988) así como fue protagonista del docudrama In Pío (Garay, 1985-86), esta última una especie de radiografía suya como cómico y juglar.

Todos ellos contribuyeron a dejar una visión de este Pío Muriedas inaprensible, que siempre se escapa por los resquicios del arte y la conversación, cultivador de las paradojas, algunas de las cuales le llevaron hasta el umbral de la muerte y otras le hicieron sobrevivir hasta desvanecerse de la faz de la tierra el 8 de diciembre de 1992.

No me pongáis esquela –dijo. Y regresó a su patria, porque como dice su propio verso: Uno nace en la patria donde quedan sus huesos.

Quedando como rastro de su paso sólo una tumba en Ciriego, sencilla y laica, junto a la de su mujer

Y así se hizo. Quedando como rastro de su paso sólo una tumba en Ciriego, sencilla y laica, junto a la de su mujer, además del recuerdo de quienes le conocieron, sus viejas semblanzas publicadas en el periódico obrero La Región, un libro a modo de biografía firmado por Jesús Pindado (1976), otro póstumo debido a su también amigo Benito Madariaga (2009), unas memorias hasta ahora inéditas por voluntad propia, dos libros de poemas dedicados a Maria Luisa y una farola solicitada por sus amigos en la plaza de Numancia.

Poco antes de su fallecimiento le hice una última entrevista para la prensa: “Joven, está usted hablando con un cadáver”, así me saludó como preámbulo a un encuentro que también sonaba a despedida. Se murió de puro aburrimiento.

(1) En 1941 se encuentra recluido en la prisión provincial de Oviedo, según carta de fecha 20 de enero, enviada a Gerardo Diego, en cuyo contenido le narra sus peripecias recientes. Vid. Gerardo Diego. Epistolario santanderino, Ayuntamiento de Santander 2003, pp. 62-63.

Pío Muriedas, reivindicación del último juglar del siglo XX
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