jueves. 25.04.2024

De la “supermujer” a la paradoja de las nuevas masculinidades

Es hora de reclamar una nueva masculinidad, que conlleva una nueva educación para que el hombre sea capaz de elegir libremente su rol en la sociedad, reclamar igualmente la conciliación laboral y familiar también para él y asumir las responsabilidades que muchos de nosotros queremos asumir sin que eso repercuta ni en nuestra salud ni en nuestras posibilidades de tener una carrera profesional.

Mi generación, la de aquellos que nacimos en los años 70, fue probablemente la primera en España que fuimos criados por “supermujeres”. La masiva incorporación laboral de la mujer en la España de las décadas de los 70 y 80 y su consecuente emancipación económica y familiar probablemente fue el hecho que generó la mayor revolución y evolución social que ha vivido este país y que silenciosamente acompañó y empujó muchos de los procesos de modernización de este Estado. Nuestras madres fueron las heroínas y también las víctimas de la evolución económica y social de España. Las mujeres se desdoblaron en su trabajo: largas jornadas de trabajo fuera de casa unidas a la asunción del trabajo doméstico y la responsabilidad de la educación de los hijos a coste de un sacrificio personal casi nunca valorado.

Durante la última década, afortunadamente, las mujeres criadas por “supermujeres” se han dado cuenta de que ese modelo es inviable para una generación que ya no se conforma con la incorporación laboral sino que reclama un tiempo del que sus madres no disponían y que tiene una serie de necesidades individuales que van más allá de trabajar y criar a sus hijos. Esa generación, más libre y consciente de su individualidad, reclama una conciliación real y el derecho a poder elegir sin tener que renunciar ni a su vida individual, ni a su vida familiar, ni a su vida laboral. En definitiva avanzar en un nuevo modelo social en el que la mujer gane libertad de decisión.

Esa generación, más libre y consciente de su individualidad, reclama una conciliación real y el derecho a poder elegir

A pesar de la evolución del rol de la mujer en las últimas décadas la variación en el rol del hombre ha sido lenta. Sin embargo, incorporada la mujer a la vida laboral, la tendencia no podía ser otra que la mayor participación del hombre en las tareas domésticas y educativas y la paulatina pérdida de la responsabilidad única o principal de aportar los ingresos al hogar familiar. A pesar del largo camino que aún queda por recorrer en materia de igualdad es patente que ha habido un cambio en los roles masculinos.

La educación en democracia, alejada de los modelos sociales autoritarios y las nuevas realidades familiares, espoleadas en muchos casos por las consecuencias de una crisis económica que ha disparado la inestabilidad y la precarización laboral y que ha tumbado el rol del hombre como responsable de la manutención familiar, han sido dos importantes factores para cambiar la realidad del rol masculino.

Aun siendo todavía menor la participación del hombre en la crianza de sus hijos, ese rol es demandado y asumido cada vez más desde el mundo masculino. Sin embargo, la casi imposible conciliación de la vida laboral con la familiar hace que esa tarea sea difícil de asumir. Por ejemplo, aunque legalmente lo esté, no está plenamente aceptado que un hombre solicite una reducción de jornada para poder estar “más tiempo en casa”, tampoco que comparta la baja de maternidad con la madre en aquellos casos que así lo decidiera la pareja. En general el hombre cuando ejerce sus derechos debe de poner “excusas” para justificar su decisión. Se mira con recelo al hombre que lo hace, casi siempre con la “sospecha” de que en realidad tras una reducción de jornada está un deseo de simplemente “trabajar menos”.

En general el hombre cuando ejerce sus derechos debe de poner “excusas” para justificar su decisión

Pero tomar esa decisión no es tampoco fácil, el principal escollo es que no todas las familias pueden renunciar a parte del salario para poder estar más tiempo en casa, esto sigue siendo un privilegio. Pero además existe una enorme presión sobre el hombre para que no tome esa decisión. Si socialmente no se acepta, laboralmente tampoco. Al igual que la mujer, el hombre que decide renunciar a parte de su salario para cuidar a sus hijos es penalizado, se le acusa de falta de compromiso, de falta de “profesionalidad” y su carrera laboral de repente pasa a estar peligrosamente amenazada. Lamentablemente el hombre que toma esa decisión suele ser aquel que asume que sus días en la empresa están contados o que tiene claro que intentará un cambio de trabajo cuando quiera “recuperar” su carrera.

Otra dificultad es la asunción de ese nuevo rol. En general, los modelos de nuestros padres han sido modelos que asumían la responsabilidad de traer los ingresos principales a casa y estaban salvo casos excepcionales, buena parte del tiempo fuera de ella. Los asuntos “domésticos” incluida la educación caían en la mayoría de las veces en manos de la madre. El cambio de este rol no es un hecho que suceda de modo natural, son muchas las resistencias con las que inconscientemente los hombres tenemos que luchar, resistencias que afectan en ocasiones al propio ego, seguridad o a aspectos tan conceptualmente discutibles como la “virilidad”. Es increíble experimentar como pese a que los creamos superados, las asociaciones entre éxito o realización personal y los modelos masculinos televisivos se aferran como parásitos a nuestras conexiones mentales.

Con trabajos a los que uno está permanentemente conectado gracias a las tecnologías unido a las largas jornadas laborales españolas, la conciliación es una quimera

Lo más común es que en ese despertar de ese nuevo rol masculino, como cuidador y educador, el hombre se debata entre sus responsabilidades laborales y sus deseos de participar en la crianza de sus hijos. Hoy por hoy, con trabajos a los que uno está permanentemente conectado gracias a las tecnologías unido a las largas jornadas laborales españolas, la conciliación es una quimera en el mundo masculino. Esto conlleva frecuentemente una permanente insatisfacción o estrés que es difícil de superar...¿estaremos ante el nacimiento del nuevo “superhombre”: trabajador 24 horas al día, padre todo lo que puede y compañero que intenta colaborar todo lo posible en las labores del hogar porque cree que deben ser repartidas al 50% pero permanentemente estresado?

Es hora de reclamar una nueva masculinidad, que conlleva reclamar una nueva educación para que el hombre sea capaz de elegir libremente su rol en la sociedad, reclamar igualmente la conciliación laboral y familiar también para él y asumir de ese modo las responsabilidades que ya muchos de nosotros queremos asumir sin que eso repercuta ni en nuestra salud ni en nuestras posibilidades de tener una carrera profesional como ya vienen reclamando desde hace años las mujeres. Si esta reclamación es compartida por mujeres y hombres, con total seguridad será más probable que podamos conseguirla.

Este artículo ha sido publicado también en el blog www.wemum.es

De la “supermujer” a la paradoja de las nuevas masculinidades
Comentarios