jueves. 25.04.2024

La dosis hace el veneno también en política

Un poco de arrogancia y energía, incluso de ensayada y medida interpretación de naturalidad, nos viene bien a todos. Pero cuidado con la dosis, no vayamos a superar el límite de la toxicidad que soportan nuestros débiles cerebros.

Paracelso aseguró en el siglo XVI: “Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno“. A pesar de los siglos transcurridos, este principio sigue vigente. Tomaré prestado un ejemplo con el permiso del brillante divulgador Jordi Pereyra y su blog “cienciadesofa.com”: El agua es buena, si no está contaminada, claro. Parece saludable, pero puede ser mortal según la dosis.

Está científicamente demostrado que si un hombre de unos 80 kilos de peso se bebe 7 litros de agua de una sentada, aunque sea de Solares, tiene un 50% de posibilidades de morir en muy poco tiempo. La razón es que las células se hinchan a medida que absorben el agua que al cuerpo no le da tiempo a excretar a través de la orina. Y las células del cerebro son las más sensibles a este efecto, hasta el punto de ejercer tal presión sobre el cráneo que se producen lesiones graves y hasta la muerte.

Qué cosas tienen los científicos.

-    Ayer murió un hombre en la fuente del pueblo

-    ¿Ahogado? 

-    No, es que hacía calor y tenía mucha sed.

Pero volvamos a las dosis: 249 gramos de sal, 2,46 kilos de azúcar o 37,35 gramos de plomo, cada una de una sentada, son suficientes para que un humano medio entre en el peligroso club de “tienes un 50% de posibilidades de palmarla en pocas horas”.

¿Qué dosis de desprecios, desplantes, ironías, amenazas y displicencias o directamente insultos puede soportar una formación política y sus integrantes antes de que su disposición de pactar con el adversario político salte por los aires?

Esto se puede medir, pesar y calcular, pero yo me pregunto: ¿Qué dosis de desprecios, desplantes, ironías, amenazas y displicencias o directamente insultos puede soportar una formación política y sus integrantes antes de que su disposición -o necesidad- de pactar con el adversario político, precisamente el que le dedica estos arrumacos, salte por los aires?

Comprendo que, a diferencia de la física y la química, esto es mucho más complicado de medir, sobre todo cuando el agraviado necesita la colaboración del agraviante para sobrevivir políticamente.

Pero compatibilizar los buenos deseos con esta catarata de improperios en dosis casi letales, es un ejercicio que pondría al límite incluso al paciente Job. 

La llamada vieja política necesitaba un buen meneo. Una revisión a fondo y una mayor implicación de la ciudadanía para participar, controlar y exigir ética y eficacia a sus representantes. Bienvenidas sean las nuevas opciones que obligan a todos a reciclarse y a poner las prioridades donde deben estar, que no es otro lugar que la solución de los problemas de la mayoría de los españoles, y de los catalanes que no se sienten españoles, y de los vascos que tampoco, y de las mareas de Galicia, y de… bueno, de todos los que vivimos en la península ibérica, exceptuando a los portugueses, ese país amigo y lejano a pesar de su cercanía geográfica que lleva siglos soportando nuestra indiferencia, dicho sea de paso.

Quiero creer que se imponga el sentido común y el consenso negociado, porque el conjunto de los votantes así lo ha querido

Y cuando celebrábamos que el fundado cabreo de la gente ante la crisis no se había materializado en opciones fascistas, como en Grecia o en Francia, algunos líderes de la nueva política sacan a relucir las tácticas más viejas de las que tenemos memoria. Eso sí, esta vez hábilmente adaptadas a las nueva técnicas propagandísticas televisivas. Incluida la estrategia del tono bronco que tan buen resultado le ha dado a Sálvame.

Quiero creer, además de desear, que se imponga el sentido común y el consenso negociado, porque el conjunto de los votantes, cada uno desde su sensibilidad, así lo ha querido. Tengo mis preferencias, como todo hijo de vecino, y estaría más cómodo con un gobierno más a la izquierda que más a la derecha. O de más abajo que de arriba, si utilizamos la nueva (¿) nomenclatura.

Pero los acuerdos, al menos en el resto de Europa, se alcanzan sobre medidas concretas y no sobre frases lapidarias sugeridas por Maquiavelo pero salpicadas de desplantes. En este punto tengo que aceptar que los más jóvenes siempre exhiben esa arrogancia tan necesaria para que las cosas avancen, mucho antes de que, como Sócrates, y tras algunos años de experiencia, se alcance el pensamiento final y definitivo: “Solo sé que no se nada”.

Un poco de arrogancia y energía, incluso de ensayada y medida interpretación de naturalidad, nos viene bien a todos. Pero cuidado con la dosis, no vayamos a superar el límite de la toxicidad que soportan nuestros débiles cerebros y, finalmente, cambiemos de canal.

La dosis hace el veneno también en política
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