martes. 23.04.2024

Sobre vacunas, sectas y péndulos

En mi humilde y totalmente subjetiva opinión, creo que hasta que todos los muertos sean de primera, no avanzaremos mucho. Necesitamos urgentemente un nuevo Jenner con alguna idea revolucionaria que nos vacune contra esta infección.

En Olot, unos padres perdieron el pasado mes de junio a su hijo de corta edad víctima de la difteria porque creyeron las patrañas de los grupos antivacunas. En Huelva, una familia descubre en octubre con sorpresa que su hija de 22 años se ha convertido, en pocos meses, en una seguidora del islam más radical y es detenida en el avión destino a Siria. Todos los indicios apuntan a que en este caso tampoco hubo suficiente vacunación.

Fue el médico británico Edward Jenner quien inventó la primera vacuna contra la viruela. En 1796 llevó a cabo su famoso experimento exitoso de inmunización con linfa de viruela vacuna, y en aquel momento se inauguró la era de la vacunación. A Jenner la idea de la vacuna se le ocurrió tras escuchar a una lechera de su pueblo: "Yo no cogeré la viruela mala porque ya he cogido la de las vacas". A partir de ese momento, el galeno intuyó que esta experiencia podría llevarse a la práctica y dedicó más de veinte años de su vida a experimentar, estudiar y describir este método para despertar y rearmar nuestro sistema inmunitario frente a nuevos enemigos. Sí, vacuna viene de vaca, pero con poca carne roja que es malísima. Vamos, una vaca más bien pálida.

Este descubrimiento que, junto a los antibióticos, supuso el avance médico más eficaz de la historia de la humanidad y nos ha permitido más que duplicar nuestra esperanza de vida, hoy se pone en duda por algunos colectivos intoxicados, con algunos actores y actrices de Hollywood a la cabeza y al tiempo con muy poca. Creo que no podemos decir que estos falsos profetas de Gaia están poco informados, y menos aún en las sociedades desarrolladas en las que vivimos, salvo que la sobredosis de información sea una suerte de desinformación, que algo de ello también hay.

Y ya que estamos en el campo de las infecciones, hablemos de una de desagraciada actualidad. La yihad, que según los expertos no significa guerra santa, pero sí que explica a ojos occidentales una errónea e interesada versión del Islam, está de moda entre jóvenes formados, especialmente en el resto de Europa, o sin oportunidades como el caso español, que ni siquiera eran religiosos unos meses antes de inmolarse causando dolor y horror. París, je suis.

La formación, la libertad, la democracia no han sido capaces de vacunar a estos jóvenes frente al sectarismo bárbaro. La crisis económica o la falta de oportunidades para los jóvenes, por un lado, o el simple aburrimiento del bienestar, no son razones suficientes para explicar esta deriva, que me niego a calificar de ultrarreligiosa, sino simplemente inhumana y asesina. ¿Cómo puede una española de 22 años, de estética gótica, con estudios y sin grandes necesidades económicas, empezar a creer en pocas semanas y enfundada en un burka que lo que le espera al final de su viaje hacia el Estado Islámico es la justicia de Alá y el paraíso en la tierra en lugar de la esclavitud sexual y la total ausencia de derechos como persona, sólo por ser mujer?

Por eso, me pregunto, ¿qué vacuna podemos aplicar que sea efectiva contra el contagio de estas ideas sectarias que calan entre las nuevas generaciones? Al parecer, ni los expertos tienen una respuesta clara, y yo menos que nadie, pobre descendiente de un griego que además del primer filósofo cínico, tuvo el honor o la desgracia de ser el primer hipster de la historia.

Los mandatarios occidentales, con nuestra aceptación y hasta satisfacción, escogen recortar derechos civiles y bombardear enclaves de IS. Ignoro sin son medidas necesarias, pero de lo que si estoy casi seguro es de que no son suficientemente eficaces. Más educación, más cultura, más justicia social y oportunidades para todos, son ingredientes que seguro no deberían faltar en esa necesaria vacuna.

Y no olvidemos que no hace tanto, nosotros, tan civilizados, quemábamos en la hoguera a las curanderas por ser brujas según los criterios de nuestro propio Dios, o mejor dicho, según los que decían hablar en nombre y representación de la religión dominante.

Pero tampoco vamos a engañarnos, a los virus mortales, sean microscópicos o macroscópicos, no podemos concederles tregua; hay que contenerlos y, si es posible, anular sus negativos efectos al tiempo que intentamos componer la vacuna apropiada, en el caso de que estemos dispuestos a renunciar a una parte de nuestro paraíso material para desviar recursos hacia los pueblos que sufren; y ayudarles a que mejoren sus penosas condiciones de vida, a ser posible sin bombas de por medio.

La historia es como el péndulo de Jean Leon Foucault, el francés que colgó en 1851 este artefacto de 67 metros de la cúpula de los Inválidos en París y demostró la rotación de la tierra. A finales de los 60 y comienzos de los 70, las sectas autodestructivas y los Charles Mason escandalizaban con sus crímenes a la sociedad acomodada. Hoy son sectas, que ni siquiera el Islam reconoce, quienes reclutan a desheredados del tercer mundo y a universitarios hastiados del primero, para matar en nombre de Ala, de forma indiscriminada y sin pedirle permiso.

En Irak, los coches bomba semanales provocan cientos y cientos de muertos, en mercados, en mezquitas, en escuelas. Esas matanzas merecen unos pocos segundos en nuestros telediarios, aunque son víctimas del mismo problema. Por eso, en mi humilde y totalmente subjetiva opinión, creo que hasta que todos los muertos sean de primera, no avanzaremos mucho. Necesitamos urgentemente un nuevo Jenner con alguna idea revolucionaria que nos vacune contra esta infección.

Sobre vacunas, sectas y péndulos
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