jueves. 25.04.2024

El derecho y el deber de ilusionarnos

Debemos ser plenamente  conscientes de que en la praxis nada ha cambiado, de que lo ocurrido este martes no es el final, sino solo el principio.

Escribo estas líneas un día después de la histórica sesión de investidura celebrada este martes siete de enero de dos mil veinte, una fecha para la posteridad, en el Congreso de los Diputados y en la que Pedro Sánchez ha resultado elegido, en una ajustadísima votación, como nuevo presidente de gobierno. Todo como paso previo a la conformación del que será, el primer ejecutivo de coalición de izquierdas en nuestro país desde hace más de ochenta años.

Una sesión de investidura en la que, como todos ustedes sabrán, el tono del debate no ha podido desmarcarse de la crispación y la retórica guerra-civilista que han caracterizado las dos sesiones precedentes del pasado sábado y domingo. Sesiones en las que una ultraderecha más reaccionaria, más montaraz y más asilvestrada que nunca, ha convertido el hemiciclo, la casa de todos los españoles, en un escenario en el que dar rienda suelta a sus más bajos y primarios instintos.

En estos días hemos asistido a un despliegue y a una expresión, nada disimulada por cierto, de odio, de intolerancia, de sectarismo y de falta de cultura democrática sin parangón en las formaciones conservadoras de las democracias de nuestro entorno. Todo a cargo de los que durante siglos han considerado nuestro país su cortijo privado y a los millones de españoles que hasta hoy lo habitaron, su incuestionable servidumbre. Ya lo dijo uno de sus padres políticos “Spain is different”, sobre todo nuestros conservadores.

Todo entre vivas al rey, a la virgen y a los tercios de Flandes y cierra España

Su insaciable voracidad de poder, su sentido patrimonialista del mismo y su rencor por la derrota electoral frente a quienes ellos consideran enemigos de la patria, ha llevado a personajes como Pablo Casado, Santiago Abascal o a Sergio Sayás a mostrar, desde la tribuna de oradores, un comportamiento más propio de sargentos chusqueros embriagados con coñac barato dispuestos imponer sus razones por la fuerza de un fusco, que de parlamentarios dignos representantes de los ciudadanos de este país. Y en los asientos del Congreso, jaleando a sus caudillos, sus enardecidos correligionarios, reproduciendo en los escaños que albergan la soberanía popular, nuestra soberanía, comportamientos solo equiparables a una turba de gañanes enfervorecidos tras unas cuantas horas de botellón. Todo entre vivas al rey, a la virgen y a los tercios de Flandes y cierra España. Un espectáculo tan rancio como patético.

Por supuesto cuando digo ultraderecha no me estoy refiriendo solamente a los diputados de Vox, sino también a los miembros del PP y de Ciudadanos, cuya nueva líder Inés Arrimadas es la prueba viviente de que cualquier tronista de Mujeres y Hombres y Viceversa puede hacer carrera en las cortes con absoluta solvencia. He visto a chonis poligoneras con mucho más estilo, educación y finura que ella, amén de con una retórica mucho más rica y refinada. Ambas formaciones con su actitud, y huérfanos de la más mínima decencia, han dejado desierto el espacio de la moderación, la sensatez y el sentido democrático en la vertiente conservadora del espectro político de nuestro país. Parece mentira que a los largo de estos días quienes hayan demostrado mucho mayor sentido de la responsabilidad y mucho más respeto por las instituciones democráticas y por la gente de nuestro país, sean aquellas formaciones políticas a las que constantemente acusan de querer romperlo y fragmentarlo. Quizás sea esta la prueba de que otra España bien distinta, sí es posible.

Escribo también estas líneas después de un día repleto de emociones extrañamente contrapuestas. No en vano, el caprichoso destino ha querido que este acontecimiento coincida con el aniversario del fallecimiento de un ser querido, alguien que nos dejaba también un siete de enero de hace ya catorce años. Quien me iba a decir a mí que en este día dejaría a un lado la habitual tristeza, para dibujar en el rostro una sobria y plácida sonrisa. A él, republicano y de izquierdas convicto y confeso, le imagino donde quiera que esté en compañía de muchos otros que también nos dejaron, brindando por ver hecho realidad aquello que no pudo presenciar en vida. Porque el martes era también un día para recordar a quienes se fueron sin ver colmadas sus esperanzas y sus deseos de alumbrar un gobierno cuyo proyecto político abrigase la esperanza de construir una España diferente. Una España que dejase atrás esa otra en blanco y negro, que los reaccionarios tanto añoran y cuyas presuntas bondades y virtudes tanto reivindican. Ha sido tanto el tiempo que hemos tenido que esperar y tantos los que trabajaron por conseguirlo sin llegar a lograrlo, que es nuestra obligación, o al menos yo así lo siento, albergar un mínimo de ilusión por el capítulo de nuestra historia que ahora mismo de abre.

En esta última década algunos hemos participado en política con una intensidad fuera de lo común y desde luego nada recomendable si se tiene un mínimo de aprecio por la propia salud

También fue este martes un día para recapitular todos y cada uno de los últimos años. Y hacerlo con la sensación de que en el mosaico del proyecto que ahora arranca, algunos de nosotros también dejamos alguna teselita. En esta última década algunos hemos participado en política con una intensidad fuera de lo común y desde luego nada recomendable si se tiene un mínimo de aprecio por la propia salud. Hemos desarrollado cada acción, cada gesto, cada idea, cada propuesta, cada iniciativa, cada alternativa y cada proyecto con la esperanza de convertirlo en un medio para alcanzar una oportunidad, por insignificante que fuese, de cambiar algo que mejorase la vida de la gente que ha sido arrastrada a la situación de podredumbre que muchos han vivido y aún viven. Y esa oportunidad ha llegado.

Por el camino todos hemos tenido aciertos y hemos cometido errores. Todos, con más o menos argumentos hemos creído tener razón la mayor parte de las veces. Algunas veces la tuvimos y otras no tanto. Todos hemos defendido aquello en lo creíamos aún a riesgo de perder nuestro propio crédito y nuestro propio bienestar. Hemos debatido, a veces apasionadamente. Nos hemos peleado y en ocasiones dividido. Nos hemos enfrentado y en ocasiones distanciado. Pero también nos hemos reencontrado y nos hemos entendido. Hemos tenido diferencias que hemos sabido superar. Juntos o por caminos separados hemos madurado, y finalmente, hemos aprendido que solo existe una trinchera desde la que defender los derechos fundamentales de  cuarenta y seis millones de españoles frente a los desmanes de unas élites que han llevado a las clases trabajadoras de este país al borde de la desesperación y la bancarrota. Y que el enemigo es un enemigo común, está en la trinchera de enfrente y es poderoso y brutal. El proceso de maduración y aprendizaje no ha sido sencillo y por eso, y por muchas otras razones, nos hemos ganado el derecho a ilusionarnos con la etapa que ahora se abre ante todos nosotros.

Pero la ilusión no puede dar paso a una actitud autocomplaciente, puesto que aún no hemos ganado nada

Pero la ilusión no puede dar paso a una actitud autocomplaciente, puesto que aún no hemos ganado nada. En nuestro país, hoy al igual que ayer, cada día se vulneran derechos fundamentales, como el derecho a una vivienda, a un trabajo o a una existencia digna, de la inmensa mayoría de los españoles. En nuestro país, hoy al igual que ayer, la legislación laboral sigue siendo garante de esa nueva y terrible realidad que es el incremento exponencial de trabajadores con salarios que apenas les permiten salir de la miseria. En nuestro país, hoy al igual que ayer, los niveles de pobreza infantil, los niveles de exclusión social o los niveles de pobreza energética, se sitúan entre los más altos de la Unión Europea. En nuestro país, hoy al igual que ayer, seguimos teniendo una fiscalidad injusta y regresiva que compromete el futuro de elementos fundamentales de nuestro estado del bienestar, como son las pensiones. En nuestro país, hoy al igual que ayer, la violencia machista se sigue cobrando decenas de víctimas cada año y la regresión en la lucha por la igualdad de género o los derechos de los colectivos LGTBI cristaliza en el crecimiento de opciones políticas que ponen en cuestión esos derechos. En nuestro país, hoy al igual que ayer, los servicios públicos como la sanidad y la educación sufren las funestas consecuencias de años y años de recortes y políticas austericidas. En nuestro país, hoy al igual que ayer, las funestas medidas que la derecha española ha impuesto a la problemática territorial del Estado siguen amenazando la convivencia pacífica entre las diferentes identidades nacionales que lo conforman.

Y estos son solo algunos de los muchos problemas pendientes. Es por eso que podemos ilusionarnos, pero sin dejarnos llevar por la euforia. Debemos ser plenamente  conscientes de que en la praxis nada ha cambiado, de que lo ocurrido este martes no es el final, sino solo el principio. De hecho, es una llamada a filas a ciudadanos, militantes y activistas a la creación de contrapoder que afiance en las calles las parcelas de poder conquistadas en las instituciones. Porque la lucha continúa y en esta nueva etapa será más descarnada que nunca.

El derecho y el deber de ilusionarnos
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