viernes. 19.04.2024

El problema no es Europa, somos nosotros

Por acción o por omisión somos responsables de lo que está ocurriendo en las fronteras de esta “arcadia feliz” con aquellos que huyen de la guerra, de la pobreza, de la miseria, de la violencia, de la injusticia, de los abusos, etc. De un sin fin de avatares que suelen tener como origen nuestro depredador modo de vida.

Hay ocasiones en las que ante determinados acontecimientos, del sentimiento de vergüenza al sentimiento de ira apenas dista un paso. Hay veces que ambos se solapan de tal manera que resulta difícil diferenciarlos y habitualmente acaban viniendo acompañados de una sensación de impotencia que resulta tan abrumadora, y de efectos tan devastadores, que puede ser relativamente sencillo acabar cayendo en la indiferencia ante los mismos hechos que dieron lugar a esos sentimientos.

Creo que esa es la secuencia por la cual Europa se ha sumido en una criminal indiferencia hacia el sufrimiento de esos millones de seres humanos que más allá de nuestras fronteras son víctimas propiciatorias de nuestra insaciable codicia, nuestra estupidez, nuestra insolidaridad.

Y cuando hablo de Europa no hablo de sus gobernantes, de quienes ya sabemos que no podemos esperar algo parecido a un gesto de humanidad y de empatía hacia quienes sufren, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Hablo de todos y cada uno de los individuos que en ella vivimos y que por acción o por omisión somos responsables de lo que está ocurriendo en las fronteras de esta “arcadia feliz” con aquellos que huyen de la guerra, de la pobreza, de la miseria, de la violencia, de la injusticia, de los abusos, etc. De un sin fin de avatares que suelen tener como origen nuestro depredador modo de vida.

Seguramente todos habrán visto las imágenes. Un grupo de refugiados Sirios, empujados a echarse al mar por la actitud de rechazo que Turquía está adoptando hacia aquellos refugiados que acogió en 2016, se acerca a la costa Griega en una embarcación precaria completamente atestada de hombres, mujeres y niños absolutamente aterrados. A duras penas tratan de ganar la costa de Lesbos, cuando estos se ven acosados por los guardacostas griegos y por otra embarcación llena de “civiles” griegos que trataban de cerrarles el paso. En un momento determinado estos últimos abordan la embarcación, destrozan el motor y tratan de pinchar la lancha neumática, mientras insultan y agreden a los que la ocupan, que a duras penas consiguen mantenerla a floten mientras lloran, gritan y ruegan por sus vidas. Al mismo tiempo desde el guardacostas alguien efectúa disparos que se entienden de advertencia, pero que mucho me temo, pretendían acabar hundiendo la embarcación.

Es difícil describir el cúmulo de sensaciones que a uno le invaden viendo las imágenes. En un mundo como este, plagado de criminales, asesinos y mal nacidos sin ningún tipo de escrúpulo ni aprecio por la vida humana uno ya debería estar acostumbrado a ver determinadas cosas y no inmutarse. Conociendo como conozco el tipo y la magnitud de las atrocidades de las que el ser humano es capaz, nada debería de sorprenderme. Y sin embargo hay algo en este último hecho concreto que he descrito, que supera muchas de las infamias que uno puede concebir. Algo que ha despertado en mí los peores deseos e instintos. Esos que, por decirlo suavemente, me hacen albergar bastante poco interés por que esos “civiles” que trataban de hundir a los inmigrantes, sigan respirando con normalidad en un futuro inmediato.

Los protagonistas son civiles. Fascistas dicen sí, pero civiles

Y es que aquellos que han sido protagonistas principales de estos hechos no son policías, ni paramilitares, ni militares que cobran la soldada por hacer picadillo a unas cuantas mujeres y niños, porque eso es lo que hacen los militares por mucho que los anuncios del ministerio del interior traten de convencernos que los hombres y mujeres de nuestro ejército son Boy Scatuts del Candy Campament que van a Siria o a Afganistán a repartir chocolatinas y galletitas saladas. Los protagonistas son civiles. Fascistas dicen sí, pero civiles. Y en esa condición, no cuesta nada suponer que posiblemente, en su día a día, sean respetables padres de familia. Gente que baja a comprar el pan en la misma panadería que la gente de bien, gente que toma cerveza en los mismos bares, que van a ver el futbol con sus hijos los fines de semana, que acuden a las cenas y las comidas familiares en plan tito enrollado y, quien sabe, igual hasta van a la iglesia a ponerse en paz con Dios cada Domingo.

Me imagino a esta basura humana confesando antes del oficio de cada domingo en plan, “lo siento padre, pero he pecado. He hundido una embarcación con veinte inmigrantes pordioseros que venían a quitarme el trabajo y el pan de mis hijos, tanto ellos como sus hijos de cinco o seis años, que a Dios gracias se han ahogado en el lance y ya no serán una amenaza para nuestro país. Ni ellos ni las zorras de sus madres.” Y me imagino al cura reprendiéndolo cariñosamente y absolviéndolo con tres Avemarías y dos Padre Nuestros. O me los imagino también relatando su hazaña en el bar, esa misma tarde, animados tras la tercera o cuarta cerveza, haciendo alarde de su valentía y su virilidad mientras se agarran el paquete y la parroquia les jalea y les aplaude. O mientras calla cobarde, como hicieron anteriormente durante años cuando esos mismos valientes patriotas, antes de ser una amenaza real y letal, entonaban en el bar, o en el trabajo, o en el WhatsApp de padres del colegio, el mantra de que los inmigrantes son los responsables de todos nuestros males, son los causantes de la crisis económica, son los culpables de nuestros salarios de mierda, son los precursores de que nuestros mayores cobren pensiones de miseria, de que nuestros hijos no tengan presente ni futuro, de que los bancos nos echen de nuestras casa y de que haría falta tirarles a todos al mar o ir a Lesbos, o a EL Ejido a darles lo suyo.

Piénsenlo un momento que seguro que reconocen al tipo, porque es el mismo. Seguro que identifican la escena. Seguro que se reconocen también en quien asiente simulando complicidad, con una sonrisa estúpida en la cara, con el razonamiento oligofrénico del "cuñao" de turno. O se reconocen en quien de manera cobarde gira la cabeza y calla la boca, ante tal escena de violencia y de demencia. Seguro que se reconocen en el momento en el que justifican su silencio pensando que al fin y al cabo todavía no es letal, que aún resulta incluso gracioso. Seguro que se reconocen pensando que incluso encaja como individuo peculiar entre el paisanaje de un país peculiar. O se reconocen pensando que en todas las familias hay un tonto. O se reconocen haciéndose a sí mismos preguntas del estilo: ¿por qué discutir con un imbécil si estamos acostumbrados a vivir rodeados de ellos?, ¿porque rebatir sus argumentos racistas, xenófobos, homófobos, reaccionarios, siempre impregnados de odio hacia los débiles, hacia los indefensos?, ¿por qué plantar cara el fascismo en el bar, en la calle, en el trabajo, en el entorno familiar y sentirme excluido si puedo indignarme en las redes sociales sin riesgo a sentirme excluido? Sí, es posible que usted y yo también seamos los mismos, pero en eso otro sentido.

Jamás entonaremos el mea culpa o diremos aquello de “siento vergüenza por haber sido un cobarde”

Y en esas un día alguno de esos ciudadanos ejemplares que solo alardeaban en el bar y a los que ninguno de nosotros plantaba cara, ni replicaba, pasan a la acción y lo mismo hunden embarcaciones de refugiados en Lesbos que golpean a homosexuales en Astillero al grito de “fuera maricones de nuestro país”.  Pero no pasa nada, siempre nos quedará Facebook o Twitter para decir aquello de “siento vergüenza de ser Europeo o Español” eludiendo la cualquier responsabilidad propia en el hecho de haber creado una sociedad de mierda, cobarde, insolidaria, violenta. Jamás entonaremos el mea culpa o diremos aquello, mucho más fiel a la realidad, de “siento vergüenza por haber sido un cobarde”.

El problema no es Europa, somos nosotros
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