martes. 23.04.2024

De Atapuerca a Altamira

Inmersos en nuestro día a día, enfrascados en el trabajo o en su búsqueda,  en nuestro pequeño universo, donde pocas veces nos deja tiempo para parar ese mundo, y reflexionar como los clásicos de cómo nos comportamos e incluso porqué estamos.

Abrir la puerta de la noche de los tiempos, ver la evolución de nuestros antepasados en el árbol de la vida, las diferentes especies que nos han precedido, como estos homínidos nos han ido configurando, aportando su ADN, y trasmitiendo su saber hasta llegar a lo que somos actualmente es una aventura tremendamente emocionante. Tener una idea más real de dónde venimos, quizás nos haga poseer una perspectiva más real de dónde estamos y hacia dónde caminamos.

Inmersos en nuestro día a día, enfrascados en el trabajo o en su búsqueda,  en nuestro pequeño universo, donde pocas veces nos deja tiempo para parar ese mundo, y reflexionar como los clásicos de cómo nos comportamos e incluso porqué estamos.  Aconsejaba la abuela, con todo el cariño, a su nieta cuando tenía un problema que podía parecer irresoluble, diciéndole, "mira, levanta los ojos al cielo, ves lo pequeña que tú eres y lo grande que es el universo, si somos tan pequeños, nuestros problemas quizás no sean tan grandes como pensamos".

Seguimos pensando como antes de Galileo, donde el centro del universo somos nosotros, todo se mide desde lo que nos sucede, cuando en realidad hay un mundo globalizado, donde uno estornuda en Japón y el efecto mariposa se retransmite en directo en Canadá, donde ya tienen video y le han hecho la foto con el meme moviendo el mundo. Sin embargo se da la paradoja que cada vez somos más individualistas, más metidos en nosotros y lo nuestro. En ello tiene mucho que ver la cultura en la que nos educan, de espaldas a lo efímero que somos, y la información que recibimos. Donde los valores que nos inculcan muchas veces dan la sensación que poseer y disfrutar son sinónimos, así lo más importante es simplemente lo más inmediato.

Ponernos en el contexto correcto espacio tiempo nos puede servir para darnos cuenta de lo fugaz que es nuestra existencia. Darwin nos sacó de la teoría creacionista, mostrando como somos parte de una evolución que se remonta a esa noche de los tiempos y se dirige a futuro inmedible, quizás también incomprensible para nuestro saber y entender actual, por mucho que nos creamos que todo está en el buscador de nuestro ordenador o móvil.

Para poner un poco de luz en la oscuridad de los tiempos gozamos del privilegio de tener dos templos de sabiduría en un radio de apenas 180 km., para observar nuestra evolución desde las Cuevas de Altamira donde uno se puede dar cuenta como el arte tiene tantos años como la imaginación de los hombres, hasta sumergirnos en el pasado más remoto en Atapuerca donde puedes sentir la emoción de caminar por la misma senda que nuestros parientes de hace más de un millón de años.

Ahí te das cuenta de que estamos de paso, somos una pequeña muestra de luz, un chispazo de milésimas de segundo apenas detectable. Que estamos de paso, no somos dueños sino inquilinos a tiempo parcial de un mundo, donde nuestra obligación es mejorarlo o al menos dejarlo a las futuras generaciones en las mismas condiciones en que nos ha sido entregado. Como aquellos que en Altamira decoraban su hogar, convirtiéndola en la capilla Sixtina del Paleolítico, y tantos años después es el nuestro.

La capacidad técnica y nuestra inteligencia son fruto de esa evolución  a los largo de más de tres millones de años, desde que Lucy, la australopithecus, nos puso de pie en África, Miguelón, homo heidelbergensis, en torno al medio  millón de años y el homo antecessor,  corrían y cazaban por la Sierra de Atapuerca. Este último homínido es antepasado del neardental y de nuestra especie, el orgulloso e inteligente Homo sapiens. Hasta hace cuatro días, 2500 a C., en Egipto hacían las tumbas más grandiosas y hermosas esperando vivir en mundos paralelos. Ese conocimiento delegado de generación en generación no debe servir para explotar los recursos de nuestro hogar, para satisfacer necesidades inventadas por aquellos que nos hacen creer que somos inmortales, cuando la naturaleza nos demuestra todos los otoños lo hermoso que es dar el relevo para que otros tengan su primavera.

Altamira y Atapuerca, libros interactivos que todos debiéramos leer para disfrutar más del instante, de ese momento que siempre es irrepetible, y cuidar este mundo  del todavía  no sabemos muy bien ni cómo se creó, ni cuándo se acabará. Esto quizás nos haga más humildes, sobre todo más conscientes de nuestra suerte por poder disfrutarlo. Es una fortuna que en un espacio tan cercano tengamos dos santuarios sobre el conocimiento de nuestros antecesores, con tanta historia  que merecen, sin duda, nuestra visita. En su reconocimiento la UNESCO ha catalogado ambos lugares como Patrimonio de la Humanidad y nosotros haríamos bien en nutrir nuestras mentes con este conocimiento. Pocas cosas más hermosas que ver el arte de Altamira y sentir las huellas de nuestros primeros antepasados.

De Atapuerca a Altamira
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