Yo también soy Vallés
Torcer el brazo al periodista, quebrarle la voz, ha sido un deporte encubierto que han practicado, a veces con éxito, próceres de cuello duro.
Torcer el brazo al periodista, quebrarle la voz, ha sido un deporte encubierto que han practicado, a veces con éxito, próceres de cuello duro.
Ya sólo falta que la factura sobre la mentira retorcida del IVA en las mascarillas se la endilguen a cualquier transeúnte que pase por allí.
Si interrogan a los salvadores patrios, lucirán las subvenciones, las ayudas, el paraguas de la administración en tiempos revueltos, de anemia y pandemia. Ya solo faltaría que tampoco.
Pese a alegrarnos por las cosas nimias de la vida: una canción del jefazo, una tortilla de patatas con la cáscara de los huevos manchada, la sonrisa de una madre tras la verja, al otro lado de la mascarilla; el maullido de un gato, el raspón del chupete de un infante… Pese a todo, manda el ‘hijoputismo’ en las alturas.
Nunca le he confesado a Lee Roth, ni a Sammy Hagar, que en ocasiones he sacado de algunas canciones la pista de voz para apreciar mejor las notas líquidas de Eddie, los requiebros, los arañazos que el genio infligía al instrumento.
Hay destacados miembros del Gobierno de coalición que quieren ver a la Monarquía en el hoyo y apuestan en consecuencia por un cambio de régimen.
Qué sería de esta España llena de hipócritas, cándidos, díscolos, frívolos y disolutos absolutos sin un buen chisme, sin un notición del corazón que enganche durante horas el alma del telespectador a la mal llamada crónica social.
Los genios también fallan, y hasta fracasan, pero yo los quiero en mi equipo la próxima temporada. Quítate la bata de científico y vuelve a cantarme Linda.
Salvando la distancia del parné, el yate y la cuenta corriente (que no es poco), el fondo, nada baladí, es el mismo, y desde luego, lo más democrático del mundo: el derecho del presunto delincuente se conjuga en presente; el de su víctima, siempre en futuro.
El paradigma de una sociedad mal ensamblada, llena de contradicciones entre las leyes y una justicia que parece de moviola, lenta hasta la desesperación e infradotada en lo económico. Que convierte al malo en bueno, a éste en pagano y a Marsellus… Ya saben cómo acabó y qué justicia utilizó.
España, alguien lo olvida, es una nación. Si Sánchez aprende mucho de Iglesias y nada de Feijoó, que ponga las barbas a remojar, porque ya habrá visto una coleta en el suelo de la barbería.
Ahora que tanto se habla de los ERTEs y tan poco con justicia de los inertes, aquellos miles de compatriotas que vieron cambiada su identidad por un número, como si estuvieran a la cola del pan de Dios, es perverso, indecente, y hasta delincuencial, hacer cualquier llamamiento a que la vida sigue.
Decidme, panda de hipócritas con ansias de manipular los despojos detrás de los matojos: ¿cuántos de aquéllos que nos trajeron hasta aquí han entregado el alma en el frío desierto de una noche de primavera?
Un país que no cuenta bien sus muertos, en honor a ellos, a sus familias, y en justicia para reclamar lo que les corresponda, será otra cosa, no un país.
El Estado de Alarma prevé de manera diáfana las situaciones por las que cualquier ciudadano puede o debe salir de su casa. Hacer lo contrario es poner en riesgo su salud y la de los demás. De modo que enseñen el carné, a ver si pone tonto.
No diré que el Gobierno español ha estado a uvas, porque sería injusto. Pero da la impresión de que ha demorado en exceso la línea de actuación, sobre todo con las comunidades autónomas, y que ha dejado las explicaciones en manos de los técnicos, cuando lo que necesitaba la gente era una instrucción política diáfana y rápida.
Determinados sectores de los ‘Mass-Media’ se echan estos días las manos a la cabeza por la intromisión de señalados políticos del Gobierno central y la oposición en medios privados que tratan de hacer su trabajo como entienden que deben realizarlo.
Mientras quienes deben sacar a Cantabria del desierto todavía no han decidido si es más conveniente ponerse una vez rojo que ciento amarillo, los proyectos no llegan nunca, los que parecían cercanos mueren de éxito por falta de léxico.
Malvas a la tumba de quien se muestra fiel; bogavante con atenuante para el malvado. Mientras ERC siga cascando las nueces que recoge el PNV y los gobiernos de turno pegados con Glue 3 a la silla de Moncloa acudan al ágape como si se tratara de una comida navideña, siempre habrá regiones como la cántabra que vayan quedando en el arcén de esta carretera hacia ninguna parte.
Sánchez es un consumado artista de pincel falaz. Cambia de color en un pispás. A veces lo puede hacer incluso el mismo día.
Ustedes son conscientes de que si mañana alguien roba una gallina con nocturnidad, aunque sea para comer, la llamada Ley le masajeará los riñones con una lija de tacto grueso. Y nadie mirará al Código Penal a ver si un rinconcito le afloja la condena.
Una relación con recelo y desconfianza: un baile de Pimpinela, olvídame y pega la vuelta.
Todo ello ha provocado un ataque de histeria en la parte del Gobierno regional que depende del PSOE. Que si rompen el acuerdo, que si la paz, que si el amor, que si la abuela fuma y calza botas de Valverde del Camino.
Mil y pico kilómetros hacia abajo la justicia española sigue haciendo su trabajo. El Tribunal Superior de Cataluña ha inhabilitado a Torra, el presidente regional, (un año y medio) por no retirar los lazos amarillos durante el periodo electoral de abril. Es la de cal, contra la arena que Europa sopla de manera cíclica contra los ojos abiertos como platos de la España perpleja.
Ni Cataluña es de ERC –más de la mitad rechaza la independencia- ni Sánchez tiene el botón mayor de España para hacer con ella lo que quiera. La Constitución es amplia y se puede reformar, pero nunca prostituir.
Tan preocupado estaba el líder federal de que Iglesias no se zambullera en sus sueños como un Freddy Krueger comunista, que, ya sosegado por el pacto a su izquierda, descuidó el flanco republicano, de modo que se ha despertado con el del paquete meándole en la pernera