viernes. 19.04.2024

Los 30 años del Parque Natural de Oyambre: ¿mejor o peor?



El relato de lo ocurrido no puede ser más 
desolador si alguien conserva aún la memoria de lo que fue –y pudo 
ser– el Parque Natural de Oyambre.

En octubre pasado se cumplió el XXX Aniversario de la creación del
 Parque Natural de Oyambre. Celebraciones, ninguna. Y si alguien tiene el
 (mal)humor de leer la Exposición de Motivos de la ley 4/1988 –de la
 LEY, no de ningún decreto, lo que debería haber comprometido mucho
más a los gobiernos responsables que se han sucedido desde entonces–
 de 26 de Octubre por la que se declara "Oyambre" parque natural 
comprobará, si hace un balance mínimamente objetivo, que "las razones 
científicas, culturales, conservacionistas, turísticas, económicas y 
sociales" que allí se mencionan han sido atropelladas y degradadas por
 una gestión nefasta y depredadora, precisamente de los recursos que se 
invocaron para la declaración del espacio protegido.


Y es que transcurrido todo ese tiempo resulta incomprensible que
 Oyambre siga sin Plan Rector de Uso y Gestión, sin Plan de Desarrollo
 Sostenible, sin los Planes Sectoriales de Buenas Prácticas 
Agroganaderas, Forestales, Pesqueras y Turísticas, sin un Programa de
 Corrección y Restauración de los Impactos ambientales y sobre el 
paisaje o de los testimonios más relevantes del Patrimonio Natural y 
Cultural, sin una plantilla fija de guardería, guías, personal de 
mantenimiento, y profesionales de la investigación, sin una normativa 
urbanística rigurosa y exigente sobre la integración respetuosa de los 
núcleos urbanos en el territorio que ocupan,  sin un Centro de
Interpretación –y su descentralización adecuada– que hiciera de la 
Casa del Pozo lo que lleva 10 años sometida al expolio y el abandono, 
sin una marca de Origen que revalorizase los bienes y servicios
ofrecidos por los tejidos productivos locales, sin la ampliación
 contemplada en la propia Ley del Parque a las rías de Tina Menor y Tina 
Mayor o, tal como recogen las Leyes estatales, a un Área marina
 Protegida en el frente litoral para garantizar la continuidad ecológica 
o evitar la destrucción y el arranque de los campos de algas y la fauna 
asociada, sin una consignación estable y generosa de subvenciones y 
financiación a las actividades privadas y públicas de los habitantes y 
ayuntamientos, o –y sin ser exhaustivos– haciendo las lecturas más 
restrictivas o simplemente ignorándolas,  de las disposiciones legales 
o de las numerosas sentencias y resoluciones judiciales sobre las 
numerosas agresiones que se han venido produciendo por todo el Parque (
y que bien podrían ser objeto de denuncia o seguimiento con la
 creación de una página web para facilitar el intercambio de información entre los usuarios y la dirección del espacio protegido o
para agilizar las reuniones y debates en e Patronato)

.

Añádase a ello 
los atropellos urbanísticos con la interpretación abusiva en la 
construcción de viviendas en suelo rústico

Porque mientras tanto el relato de lo ocurrido no puede ser más 
desolador si alguien conserva aún la memoria de lo que fue –y pudo 
ser– el Parque Natural de Oyambre: los estragos sobre los campos de 
dunas, los ecosistemas litorales y el paisaje causados por el campo de 
golf, el macroaparcamiento de Merón y el camping del Rosal  han sufrido
una artificialización extrema que les impide desempeñar la función de 
colchón amortiguador de los grandes temporales, se han interrumpido los
 flujos intermareales con las zonas húmedas adyacentes, y se ha dejado
 en la ruina ejemplos únicos de las culturas marineras y la 
investigación representados por la Torre de Ballenas, las colonias de 
la Institución Libre de Enseñanza, o el Lazareto de Abaño. Estragos
 que se han acentuado  por la pérdida de la productividad biológica 
como resultado de las alteraciones, rellenos, diques, puentes o 
carreteras con escasas luces y vertidos en las marismas de Pombo,
 Rubín, Zapedo-Capitán y La Rabia-Rioturbio, Los Llaos, Bederna, Merón
y  otras colas de penetración del mar en el interior. Añádase a ello 
los atropellos urbanísticos con la interpretación abusiva en la 
construcción de viviendas en suelo rústico y el hacinamiento de los
 barrios de La Barquera, Las Tenerías o Las Calzadas, Merón,  La
Argolla, La Braña, El Tejo, Trasvía..., la carencia de la mínima 
intencionalidad estética en los nuevos puentes de La Rabia y Zapedo con 
sus estridentes escolleras y tableros de hormigón visto, la 
desaparición de las hlleras arboladas características de las culturas 
viarias tradicionales en la carretera Barreda-La Revilla que pretenden 
rematarse ahora con la tala de varios ejemplares que resistían aún
entre Solatorre-Rubárcena y La Rabia, el incumplimiento de las
sentencias de derribo y desmantelamiento de la escollera del Pájaro
Amarillo o del Pabellón Polideportivo o de la restauración ambiental
 del campo de golf, el aparcamiento de la playa y la infraestructura de
la macrourbanización de Santa Marina, y la pésima gestión forestal
 del Monte Corona con talas a matarrasa, riegos asfálticos en las pistas 
de acceso o plantaciones masivas e indiscriminadas de pinos y eucaliptos 
en perjuicio de la reforestación con especies autóctonas, la
ampliación de los bosques de galería y las formaciones de ribera, y
 actuaciones  mucho más eficaces en la prevención y erradicación de
especies invasoras como la chilca, el plumero de la Pampa o la 
reynoutria

.

Estos impactos y degradación de los valores ambientales y el
 paisaje del Parque de Oyambre se verían afectados de manera 
irreversible por la ejecución del pretendido proyecto de macropuerto
 deportivo que carece de estudio económico-financiero sobre el tráfico,
 la competencia de otros puertos, y la demanda de atraques en el Oriente
 de Asturias y en la propia costa de Cantabria; que ignora en el Estudio 
de Impacto Ambiental las disposiciones legales que, por ejemplo entre 
muchas otras,  se recogen en la Ley de Declaración del espacio 
protegido que en su artículo 3.1 referido al régimen especial de
protección de la zona litoral queda expresamente prohibida "la 
instalación de elementos artificiales de carácter permanente que 
limiten el campo visual, rompan a armonía del paisaje o desfiguren las
perspectivas"; que va a suponer la privatización de la franja
marítimo-terrestre en una zona muy céntrica y frecuentada del núcleo
urbano; y que trae consigo una cuantiosa inversión que, por otro lado, 
no contempla un estudio de prioridades de otras necesidades para la
población de San Vicente, una mejora del puerto pesquero o el 
acondicionamiento de espacios de atraque mucho más baratos e integrados
con la bahía y los escenarios naturales; escenarios que deberían ser 
objeto, por otra parte, de una ambiciosa restauración del entorno de
San Vicente y el Parque de Oyambre mediante la sustitución de las masas 
arboladas de eucaliptos y pinos por las especies autóctonas de encinas
o robles en lugares tan relevantes como el cabo de Oyambre, los Picos de 
Bederna, el Monte Saria o los bordes de marismas, estuarios y arroyos
para garantizar las perspectivas abiertas, la profundidad de campo,  el
 carácter diáfano de los horizontes, la eliminación de los 
efectos-pantalla y el respeto a las líneas de cumbre. Todo ello, en el
 marco de un programa integral de prevención de los efectos del cambio
climático y la subida del nivel del mar a través de un
retranqueamiento generalizado de infraestructuras, asentamientos y 
actividades que contribuiría, también, en muchos casos, a eliminar los 
impactos de los aparcamientos, garitos, tejavanas, establecimientos y 
autocaravanas en las áreas más frágiles del litoral mediante su
relocalización en el eje de la carretera de Comillas a La Revilla y el
funcionamiento de vehículos lanzadera para las personas con
dificultades de movilidad.



Los 30 años del Parque Natural de Oyambre: ¿mejor o peor?


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