jueves. 28.03.2024

El país más democrático del mundo

Salvando la distancia del parné, el yate y la cuenta corriente (que no es poco), el fondo, nada baladí, es el mismo, y desde luego, lo más democrático del mundo: el derecho del presunto delincuente se conjuga en presente; el de su víctima, siempre en futuro.

Ya está España dando caña: dos mil contagios diarios. Dice el psiquiatra José Carlos Fuertes que los españoles somos unos tipos particulares  (y tipas) con una querencia especial a hacer lo que nos sale de las entrepiernas -esto es mío- y que la única solución es imponer la autoridad para salvaguardar el bien y la salud de la comunidad. Y sí: somos unos demócratas del santo copón, por eso gente sin mascarilla se enfrenta a las fuerzas del orden, por eso la ocupación tiene mil años de perdón y por eso destacados delincuentes entran y salen de los calabozos casi el mismo día: saben que pueden tomarse la ley como un esbozo.

Algunos próceres de cuello duro mostraron el camino y ahí siguen sus procesos, durmiendo el sueño del risueño que se sabe al margen de cualquier control de la autoridad. Lo cierto es que la justicia se ha democratizado de maravilla: empezamos ya con muchísimo éxito a replicar abajo lo que sucede arriba. Salvando la distancia del parné, el yate y la cuenta corriente (que no es poco), el fondo, nada baladí, es el mismo, y desde luego, lo más democrático del mundo: el derecho del presunto delincuente se conjuga en presente; el de su víctima, siempre en futuro. Lo futurible, cada vez menos factible.

La gente, más aún los idiotas, deben embozarse la mascarilla

En el país más democrático del mundo usted puede escupir a su vecino en la misma tráquea y aducir ante el juez que se encontraba jugando al golf y trataba de hacer un ‘berdie’. Puede recibir, machete en mano, al dueño de la vivienda que usted ha ocupado previamente y pretextar que estaba cortando filetes en el pasillo. Puede zurrar a un vigilante hasta casi llevárselo por delante. No debe, pero puede, porque entre la pena y la trena media toda una escena (de Tarantino).

No miren, sin embargo, al juez, que aplica normas de legisladores que, muy a menudo, son farragosas y con una notable falta de dotación económica. La gente, más aún los idiotas, deben embozarse la mascarilla. Pero quizá piensan que es más carilla de lo que les habían prometido.

El país más democrático del mundo
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