martes. 23.04.2024

Progres versus políticamente incorrectos, la película

Los progres y los autodenominados políticamente incorrectos no sólo se necesitan y se retroalimentan, también consiguen que parezca que hay diversidad e incluso enfrentamiento donde prácticamente sólo existe pensamiento único.

Decía Alfonso Sastre, en los albores del régimen del 78, que la palabra progre, que había visto nacer, le había causado repugnancia desde que surgió siendo un término banalizador de conductas y posiciones a veces claramente antifascistas hasta que empezó a cubrir una auténtica realidad sociológica, la del inconformismo superficial cuya respuesta a situaciones y problemas se reduce a un sistema limitado y rígido de clichés con ínfulas de cierta rebeldía pero que no cuestiona las bases del sistema. El dramaturgo afincado en Hondarribia –el pueblo guipuzcoano donde reposan los restos mortales de otro literato madrileño, maldito y extraordinario, su amigo José Bergamín– constataba ya entonces la proliferación de un fenómeno que no había hecho más que empezar.

Como cuando Sastre los definió, los progres siguen reproduciendo ahora tesis reaccionarias con ‘argumentos’ que coinciden con los dictados de una moda cultural pseudocosmopolita, pero lo hacen con una importante novedad: esa moda se ha convertido ya, en cierto modo, en dominante.

Eso sí, los progres siguen sin cuestionar las bases del sistema –no sólo no las cuestionan sino que contribuyen a reforzarlas–, por eso nunca dirigen sus dardos al fondo sino a las formas, centrándose especialmente en el lenguaje. Por ejemplo, nunca cuestionarán el papel de Estados Unidos en guerras como la de Siria –porque ya se sabe que Al Assad no es un santo, y Putin, no digamos– pero sí que se llame negros a quienes ellos llaman “de color”, como si los blancos, que tampoco son exactamente blancos, no fueran de color sino transparentes.

Los progres siguen sin cuestionar las bases del sistema, por eso nunca dirigen sus dardos al fondo sino a las formas, centrándose especialmente en el lenguaje

Los progres han cosechado no pocos éxitos en sus cruzadas lingüísticas –no sólo beben de esa moda cultural pseudocosmopolita, también la alimentan–, y es aquí donde entran en escena los autodenominados políticamente incorrectos, un cajón de sastre que contiene reaccionarios de todo pelaje con ínfulas de rebeldía que cuestionan el capitalismo o el imperialismo tanto como los progres –es decir nada–, pero a quienes sin embargo les parece gravísimo que empiece a estar tan mal visto eso de llamar negros a quienes los progres llaman “de color”. Y es que los progres no sólo han contribuido a vaciar de contenido anticapitalista y antiimperialista el concepto de izquierda, también han regalado a la derecha el concepto de incorrección política, que ya no consiste en cuestionar las bases del sistema sino esa moda cultural pseudocosmopolita que tampoco cuestiona las bases del sistema.

Los progres y los políticamente incorrectos no sólo se necesitan y se retroalimentan, también consiguen que parezca que hay diversidad e incluso enfrentamiento donde prácticamente sólo existe pensamiento único, y es que unos y otros constituyen las dos caras de la misma moneda capitalista e imperialista.

Si los progres consiguieron lo que parecía imposible –que ser de izquierdas sea compatible con despotricar contra Fidel mientras se elogia a Hillary Clinton porque hay que ver cómo se las gasta el Trump ese–, sus homólogos de derechas están logrando el más difícil todavía: que la incorrección política consista en reivindicar a gente que va desde el propio Trump hasta Marine Le Pen. Y en esa tela de araña tan magistralmente tejida nos hacen vivir enredados.

Progres versus políticamente incorrectos, la película
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