sábado. 20.04.2024

El desarrollo del impulso creador, motivo principal para la autonomía y el propio entendimiento

El impulso por la acción, por la vida, y el arrebato creador se distinguen además fundamentalmente por la variable de la diligencia, de la afección, o de la utilidad. Es el carácter y la manifestación del compromiso íntimo para la construcción de cualquier decisión con dirección suprapersonal.

"Ahora le poseía las fiebre de la salud y de la juventud, por la cual le parecía que en cada miembro latía un corazón... En este exceso de nubes cargadas de electricidad sentía un especial instinto destructor. Se liberaba de él moviendo trozos de roca de la cima y haciéndolos rodar hacia el abismo; o corriendo hasta perder el aliento".
"Titán" (4º ciclo), novela de Johann Paul Friedrich Richter -'Jean Paul'- , Wunsiedel, Alemania,  1763 – Bayreuth, Alemania, 1825

El ser humano, por lo que le caracteriza, necesita ayudar en la construcción de una axiología con valores justos, neutrales y objetivos, de los que se siente, aunque no enteramente, responsable. En esta meta, el empuje creador se abstrae notoriamente del acicate por el trabajo, esa experiencia pasional y entusiasta de la resistencia y el vigor vital. Así, el provecho y la obra acabada, solamente con la tarea constante del creador, pueden asumirse en la exteriorización de la iniciativa creadora. 

No obstante, lo que diferencia a esta querencia, transferidora, de la fuerza contra toda barrera para el ánimo, el alma -que interesa a la fortaleza y a la vida-, es así el encontrarse conducido hacia los efectos de la actividad, que, para el autor o el actor que somos se ha salvado de la significación individual y comienza a considerar una actuación propia, conformando una acción por encima de lo particular.

El objetivo del estímulo a la vida activa es solo la visión de ella como un destino imprescindible

El objetivo del estímulo a la vida activa es solo la visión de ella como un destino imprescindible. En ciertas condiciones puede ser que se revele un resultado imparcial y desinteresado, sin embargo este es exclusivamente un rendimiento marginal, no vital, y aventurado o circunstancial del avance por la actividad. Pero, además, ese impulso puede descifrarse asimismo en asolación y catástrofe, como se desprende de las líneas arriba escritas de Jean Paul, sobre el refuerzo de la vida instintiva que influye completamente en Zesara, el protagonista de "Titán". Aún más, el impulso por la acción, por la vida, y el arrebato creador se distinguen además fundamentalmente por la variable de la diligencia, de la afección, o de la utilidad. Es el carácter y la manifestación del compromiso íntimo para la construcción de cualquier decisión con dirección suprapersonal.

LA PERSONALIDAD

El término personalidad deriva del latín persona, que designa la máscara del actor, de donde procede también la palabra persona. Uno de los caracteres de la máscara del teatro antiguo es su permanencia, su fijeza. Durante toda la obra, el actor llevaba la misma máscara. El aspecto de permanencia es el que fue tomado por la psicología clásica, que ve en la personalidad "la función psicológica por la que un individuo se considera como un Yo uno y permanente" (Lalande), definición ya formulada en el siglo XVIII por Christian Wolff: "lo que conserva la memoria de sí mismo, es decir, lo que hace recordar haber sido otras veces, al igual que ahora, una y la misma cosa".
DELAY, J., y PICHOT, P.: Manual de Psicología, Toray y Masson, 1966

Y, sin embargo, cómo podemos considerarnos 'como un Yo uno y permanente' y qué memoria podemos conservar de nosotros mismos, si reparamos en el sentido y valor de nuestra procedencia genética, según múltiples estudios en, por ejemplo, gemelos e incluso familias enteras, en referencia a enfermedades -esquizofrenia, depresión o trastornos maníaco-depresivos- como en desarrollos lógicos de personalidad, así como también en la actividad cognitiva o para estimular y evaluar el propio cociente intelectual.

Reconozco que este pensamiento puede estar encuadrado en la que pudiera llamarse 'filosofía de la queja y el llanto', el existencialismo de Kierkegaard, Nietzsche, e incluso Sartre, que gime y clama contra la realidad circundante, contra ese espacio encapotado, taponado y ensombrecido; y, sin embargo, no dudamos en la necesidad de contemplarla, para reconocernos mejor, como unos seres humanos que no dejamos de ser unos extraordinarios y sobresalientes muñecos mutantes, perseguidos por la enfermedad y el final, pero que en definitiva nunca mueren.

“Nadie es como otro.
Ni mejor ni peor. Es otro.
 Y si dos están de acuerdo,
es por un malentendido”.
J. P. Sartre

Porque nuestra identidad, nuestra personalidad, está decidida y definida por nuestra condición, por la propia Naturaleza. Y así es porque esta y la genética no pueden cambiar, por muchos esfuerzos que hagamos por enmascararnos. En la antigüedad, a pesar de que la máscara en el teatro atraía por su colorido o por la expresión marcada en ella, la audiencia, los espectadores, tenían la atribución de asociarla a una suerte de entusiasmos, dramas, procedimientos y conductas de otra personalidad que en aquel momento se estaba traduciendo y caracterizando. El actor perdía su carácter, no era él mismo, y comenzaba, mientras duraba la obra, una visión y actitud ficticias, decididas por un ser real o imaginario - pero otro ser- con sus propios sentires y experiencias. Hoy, el mismo mecanismo se repite, pero fuera del ámbito teatral; aún así, no podemos desprendernos de nuestra identidad. Sin ella, el naufragio y la soledad son inevitables, dejándonos algo parecido a una sensación que remueve las entrañas y que nos enferma de incomunicación, nostalgia y vacío, o con similar destino al de las piedras rodantes o los cantos rodados, los rolling stones.

A MODO DE EPÍLOGO

Si nos atreviésemos a relacionar la primera parte de este escrito con la filosofía existencialista que hemos mencionado arriba, estas letras desean ser un alegato a favor del impulso creador que todos los seres humanos poseemos, no solo los creadores e inventores; un discurso a favor de la voluntad y la autodeterminación y libertad, de la percepción y la consciencia como sistema de la conciencia y de la posesión del sentido, y yendo más allá, de la intuición y entendimiento científicos; si, además, somos memoria (Emilio Lledó), algo tendrán que decir los recuerdos, cuando estos son iniciados, o generados, por la visión, la percepción. Por ejemplo, no dejamos de ser lo que los demás, los otros, ven en nosotros. Entonces, creo yo que merecerá la pena ser más empáticos, con mucha prelación a ser jueces detractores y graves críticos.

De cualquier manera, ese impulso creador, a su forma, está presente en los textos de los filósofos. Emmanuel Kant (Königsberg, Alemania 1724-1804) parece querer darnos alguna solución:
 
La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude? [¡Atrévete a saber!] ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! (...)
E. Kant (1989). Qué es la Ilustración. En VVAA, ¿Qué es Ilustración? Madrid: Tecnos. 

El desarrollo del impulso creador, motivo principal para la autonomía y el propio...
Comentarios