viernes. 19.04.2024

La expresión política y cada situación

Las guerras vienen por intereses económicos y políticos y, a veces, con trasfondo religioso. A caballo entre el último siglo y el actual lo pudimos ver en Irlanda, Kosovo o Cachemira y, hoy en día, con el grupo terrorista Estado Islámico.

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones […].”

(Declaración Universal de los Derechos Humanos, Art. 19)

La expresión política se ejerce a la hora de manifestar un juicio sobre el sentido de las ocupaciones y quehaceres públicos. En la realidad, ese derecho no se refuerza ni se alcanza sino en elementales y claras situaciones, toda vez que esa expresión siempre ha de contemplar el grado de avance y progreso del horizonte social que queremos, previendo consecuencias de nuestra expresión política, y nunca abriendo caja alguna de los truenos. Pero nunca, sin llegar a ser el remedio -el medio para la libertad de expresión- peor que la enfermedad -el objeto o motivo por el que nos expresamos-, menoscabando así precisamente nuestra lucha por la libertad.

En esta línea, no estaría mal pararnos a pensar en los avisos que los periódicos advierten, como una salmodia, sobre el derecho de la publicación de los comentarios a sus noticias y artículos: No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Debe ser de sentido común, si ciertos abusos y tanta presión pueden ser nocivos para un entendimiento humano positivo.

No es difícil imaginarse el ejercicio de la libertad de expresión para los grandes pacifistas que nos ha dado la historia y que iluminaron el camino.

No es difícil imaginarse el ejercicio de la libertad de expresión para los grandes pacifistas que nos ha dado la historia y que iluminaron el camino. Cada uno en nuestro entorno ha conocido también a muchos otros, quizás desconocidos para los demás, que han sido ejemplo de mediación, diálogo y no violencia. Entre los primeros, la lista no es pequeña, pero puede bastar una pequeña mención para poder reflexionar pedagógicamente sobre su vida y sus hechos: Mahatma Gandhi (1869-1948), ‘Alma grande’; los argentinos Carlos Saavedra Lamas y Adolfo Pérez Esquivel; Martin Luther King (1929-1968)

Únicamente las posibilidades de paz conservan la autoridad y el poder para superar la violencia -también, la cultural- y las cruzadas. Las cruzadas. Las guerras vienen por intereses económicos y políticos y, a veces, con trasfondo religioso. A caballo entre el último siglo y el actual lo pudimos ver en Irlanda, Kosovo o Cachemira y, hoy en día, con el grupo terrorista Estado Islámico. Alguna vez, incluso en espacios más cercanos, se han escuchado palabras enardecidas de ciertos predicadores políticos en sus asambleas como “tal ideología o cual partido es mi religión”, confundiendo así un oficio, una vocación o unos intereses con aquello que verdaderamente se armonizan los seres humanos: las creencias religiosas, la especie humana, la familia, el grupo de amigos o las ideas y principios. Valga lo anterior como argumento para explicar que por estos fines se bate el cobre la gente e incluso estaría decidida a sacrificarse por ello. Las religiones son también dignidad, amor propio, sentimiento del deber cumplido en las formas de vida y en las costumbres de una época y de un determinado grupo social, pues por medio de la cultura imaginan sus mayores aspiraciones, anhelos y utopías, transforman y confeccionan sus diagnósticos morales y filosóficos, dan una interpretación a la vida y, finalmente, tienen una voz que expresar sobre el objeto último y supremo de la existencia en nuestra aldea global.

Será difícil lograr la paz sin la necesidad de regenerar la capacidad de lo que merece respeto, de lo intocable, la medida emocional de nuestra energía que son la fuente de toda religión y que va mucho más allá de estas, porque esa sensibilidad subyace en toda estructura religiosa que quiera fomentar, afirmar y entibiar al ser humano de paz espiritual, no de medios anómalos o perversos.

Al fin y al cabo, va a ser el poder del Estado quien determine quién tiene o no el derecho responsable a la libertad de expresión.

Al fin y al cabo, va a ser el poder del Estado quien determine quién tiene o no el derecho responsable a la libertad de expresión. Es el Estado quien puede declarar una guerra a quienes él crea, pero también nos quedará la esperanza de que con capacidad, una buena aptitud e imaginación podemos tener un considerable porcentaje para superar cualquier traba. El terror ha acampado en las democracias occidentales, motivo por el que estas han reaccionado inmediatamente con el proteccionismo y el paternalismo de dar seguridad a sus ciudadanos, de fortalecerla, para lo que se justifica cualquier medio. ¡Dios nos coja confesados! ¿Será irreversible el derecho a la intimidad, el de la libertad de opinión y expresión?, ¿cuántos pasos atrás, si alguna vez hubo alguno hacia adelante, con la llamada ‘ley mordaza’ -Ley de Seguridad Ciudadana- o con el trato -maltrato- a los inmigrados, sus devoluciones sumarias ilegales y ocultas, ambos problemas tan preocupantes y tan cuestionados?

Ante esto, no avanzamos. Se sigue mintiendo y faltando al más elemental respeto hacia la ciudadanía. Se han abandonado los cimientos más fundamentales de la honradez y la dignidad, de la transparencia y el juego limpio, de la identificación con los desposeídos y empobrecidos, todo lo cual no predice nada positivo para la democracia. Y, sin esta, tocamos fondo, perdemos confianza; la perdemos al galope, ante quienes dicen querer darnos seguridad. Esta es la situación.

La expresión política y cada situación
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