sábado. 20.04.2024

Políticos, cultura y sociedad

Encaneciéndonos, todos somos menos perceptivos a los reclamos publicitarios. Los puntos de vista extremistas, absolutos y fanáticos se alivian, no se ‘alteran’ más que como noticia, dándose cuenta de lo que es razonable, así en los reaccionarios y tradicionalistas como también en los envejecidos iconoclastas y subversivos.

"Afirmo, señores, que las reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. [...] ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria. [...] ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensa en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, combatir, destruir la ignorancia!
Habría que multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio de los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos los lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden. [...] Han caído ustedes en un error deplorable; han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria."
Víctor Hugo a la Cámara constituyente, ante la proposición política en Francia de reducir la partida cultural (10-11-1848)

Hace seis años, el filósofo y profesor de Calabria Nuccio Ordine reclamaba la atención sobre lo que estaba pasando en cuanto a la demolición y estrago cultural. Y decía: “Los políticos matan la cultura porque desprecian la cultura, pero también porque le tienen miedo”. Sin embargo, habría que preguntarse asimismo si se complacen y disfrutan con ella, porque suele ser que todo lo que no puede conseguirse ni gozarse se subestima y se rechaza normalmente de plano, campando por sus respetos el adocenamiento, la intrascendencia y la postiza utilidad. De tal manera que las palabras ‘beneficio’ y ‘útil’ son perfectamente ambiguas y su verdadero significado está corrientemente falseado. De ahí que el título de su libro, editado en ‘Acantilado’ lleve por título La utilidad de lo inútil. Dice en la Introducción:

Los políticos, que tienen un gran poder en este campo de la cultura, no están siempre a la altura de esta

El oxímoron evocado por el título La utilidad de lo inútil merece una aclaración. La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios. En una acepción muy distinta y mucho más amplia, he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que -precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial- pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores.

La falta de tiempo hace que leer un libro sea farragoso y pesado por la falta de concentración y se asiente en sus reales la pereza y la fast culture. Esta da un barniz cuando se va a un museo o a una conferencia, pero de los que se sale igual que se entró, esperando cuál va a ser el próximo evento para devorar y consumir fatigosamente y con falseada fruición, porque se espera de esos bienes una consecuencia rápida, un uso utilitarista o monetarista, un uso sin imaginación y, por lo tanto, sin emociones.

Por eso, los políticos, que tienen un gran poder en este campo de la cultura, no están siempre a la altura de esta, resultando paradójica la relación particular ‘políticos y cultura’. Parecería que para un considerable número de los primeros se debe hacer todo lo necesario para sofocar a la segunda, precisamente porque con ella los seres humanos pretenden el bienestar, la felicidad y la esperanza de hacernos mejores. Debemos agradecer a los antiguos griegos que nos transmitieron el ideal del político cuyo objetivo era el beneficio y el bien públicos, desinteresado, sin anhelar las ventajas para él mismo, sino el mero cometido suyo para los demás. Todos podemos conocer alguna localización, no muchas, en la que su representante se encuentra en una situación inferior a la de sus representados: arrastra las cargas de toda su responsabilidad y vive en condiciones por debajo de la media de la población a la que representa.

El espanto y el mutismo es lo que hay después de cada catástrofe de los yihadistas en los museos

Sin embargo, lo normal es lo contrario, el sujeto arrebatado por la autoridad y por la fuerza, el agitador mediante halagos y concesiones, corrompido por el antojo de avasallar a sus prójimos, o -más en los sistemas demócratas, porque en los que no lo son manda solo un dictador- aquel a quien le atraen el placer, los avisperos y chanchullos del mundo de la política. Verdaderamente, el político se asienta en la encrucijada de ambos anhelos: el suyo, el de administrar; y el que es de los demás, ser administrados. Y este dilema no le va a amparar de los olvidos y desapegos de la tribu, que antes le exaltaba y engrandecía. Pero como en todo, en política nada permanece y todo se aja y se gasta. No tiene jamás dos momentos para rebozarse en una equivalente multitud, porque los individuos y los habitantes se desarrollan y progresan, y los deseos y las esperanzas evolucionan.

(...) Mi historia está terminada, mis ambiciones, fuera de las que á la patria me ligan, han concluído, y en el ocaso de mi vida, no me queda otro gran sentimiento que acompañarla y morirá ella abrazado.
Enrique Diego-Madrazo: Prólogo a "¿El pueblo español ha muerto?" Santander, 1903.

Encaneciéndonos, todos somos menos perceptivos a los reclamos publicitarios. Los puntos de vista extremistas, absolutos y fanáticos se alivian, no se ‘alteran’ más que como noticia, dándose cuenta de lo que es razonable, así en los reaccionarios y tradicionalistas como también en los envejecidos iconoclastas y subversivos. Así, van cayendo y sucumbiendo las estructuras, que no las colectividades, las culturas y el progreso.
              
LA VIOLENCIA DESTRUCTORA DE LA CULTURA

En nuestra España, siempre que ha habido recortes, se empieza por estas cosas que ellos atienden y sienten como inservibles

La violencia destructora se cierne, como siempre ha sido, afligiendo a la cultura y al respeto de los demás, y no porque las cosas o los elementos objeto de destrucción sean sentidas como de poco o nulo provecho, ineficaces y estériles, sino por el daño que pueden infligir a los que no son de su cultura. El obispo Teófilo, cuando carga en el s. IV contra un templo pagano no lo hace solo como befa y rechifla hacia el Serapeo, sino para ocasionar la mayor afrenta a las creencias de sus fieles. Su arrasamiento, la devastación hasta las cenizas de los pergaminos de la Biblioteca de Alejandría y la ejecución y lapidación sin proceso alguno de Hipatia no fueron más que una vileza, una despreciable infamia cuyo papel era significar la victoria del cristianismo ante otras religiones.

Más tarde, conocimos la cultura, en forma de obras y manuales herejes, destruida por el fuego de los inquisidores; y la puesta en escena de la destrucción y quema de todos los libros y por haber, en Berlín y por parte de los nazis. Y hoy, también asistimos a la desolación, al arruinamiento y asolación del pasado, del arte, absolutamente de la herencia cultural, de las mezquitas, la pintura, la literatura y los alminares en Afganistán por parte de los talibanes; o la amenaza y terror cultural, en Irak o en Palmira, utilizado por ISIS como táctica de mercadotecnia, como publicidad en todos los medios de comunicación, no haciendo ascos al comercio y especulación de objetos de arte mientras protagoniza la demolición de los depósitos arqueológicos. El espanto y el mutismo es lo que hay después de cada catástrofe de los yihadistas en los museos. Aún recordamos cómo respondimos y qué resistencia tuvimos ante la barbaridad en el atentado al museo de Mosul en 2014, el cual conservaba los ejemplares más esenciales e interesantes de relieves y tallas de las ciudades asirias hace tres milenios, fuesen copias o no de las verdaderamente originales. La saña para acabar con la historia y el origen de nuestra civilización a martillazos porque ellos han decidido que las imágenes y monumentos son divinidades y efigies antónimas a Alá; para ellos, su único Dios.

La ONU se encontró con su pie cambiado, respondiendo mal y tarde a esta abominación yihadista de la demolición por la demolición. Atacaron el centro neurálgico de lo que nos ha hecho más humanos, nuestra civilización. El disparate de aquella ofensiva a la cultura no dejó de ser un macabro y patético ataque a nuestra responsabilidad cósmica y global de disfrutar del arte y de la cultura para reunir e igualar a la humanidad y a las naciones y para elevar y proteger la armonía, compenetración y conciliación entre las diversas sociedades y culturas. Tanto estos salvajes como los propios destructores de guante blanco de la cultura perciben a esta como algo estéril y vulnerable, cerrado e inocente, y, sin embargo, la reciben como una crisis y amenaza por el mero hecho de que están. Son desestimables para el utilitarismo y monetaristamo y contrarias para cualquier modo de ver que se le ocurra al poder.

En nuestra España, siempre que ha habido recortes, se empieza por estas cosas que ellos atienden y sienten como inservibles, ¿para qué pueden servir unos titiriteros y, en general, el mundo de la farándula? Solo se salvan, si los de fuera lo ven culto y educador. Y así, estos gobernantes provincianos de poco pelo y de nulo estilo lo copiarán y harán suyo, poniéndose las medallas, pero siguiendo sin entender nada.

NO SE VE MÁS ALLÁ DE LAS PROPIAS NARICES

“Lo útil es solo lo que reporta y rinde provechos tangibles, crematísticos”, piensan estos descerebrados. Así, las bibliotecas solo pueden ocasionar un servicio a gente rara que investiga, por ejemplo; la arqueología, solo como fin turístico; como también pueden lograrlo la música, algo que puede vestir pero no necesaria en la educación; las humanidades -algo para cubrir el expediente en una carrera no siempre deseada-; el arte, algo valioso sobre todo para los marchantes; y algo tan fundamental como los archivos y documentación del Estado, una manía exclusiva de friquis colgados. Por eso, cuando hay que bombardear, macear o recortar, se empieza siempre por estos oficios tan infructuosos e inservibles, porque en la filosofía del fast life nunca se prevé el futuro. Parafraseando a Roger Waters, estaban tan deshechos que solo lograban proponernos su tristeza y su desvergüenza.

La Ilustración y, antes, el Renacimiento avanzan y hacen florecer los derechos fundamentales de la persona, de los que hoy tanto se habla y parece que queremos que sean nuestro santo y seña. Pues bien, ambos momentos históricos coexisten con dos de las grandes oleadas de un nuevo territorialismo europeo. Tanto los reyes como los pensadores ilustrados, y la Iglesia, revistieron y encubrieron la extorsión, el expolio y el exterminio mediante un lavado de cara, de servicio ilustrador. Pero más acá sucede de igual manera y en nuestros propios límites, los asilados y los que no pueden llegar a serlo son nuestros más insólitos dominios. Sin embargo, los filósofos renacentistas transmitieron que la diversidad étnica, lingüística, religiosa, biológica y social y filosófica, no son un obstáculo para las sociedades, sino, al revés, un patrimonio cultural para el ser humano; no se podría esperar que se expresase de otra manera el panteísta y poeta Giordano Bruno:

Por encima de todo, el pensamiento en Dios. Inserto en todas las cosas, el pensamiento es naturaleza. Penetrando todas las cosas, el pensamiento es razón. Dios dicta y ordena, la naturaleza obedece y nace. La razón contempla y discurre.
Bruno, G.: Sobre el Triple Mínimo (I, 2.)

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