sábado. 20.04.2024

El camión que nos hizo infelices

Los terroristas nos hacen infelices tras un nuevo atentado, pero nunca pueden llegar a controlar nuestros miedos. Francia debe seguir viviendo y trabajando con normalidad, y los franceses sentirse seguros dentro de una Europa que ahora ha de estar más unida que nunca. Esta unión debe ser doble, contra el terror y contra los mensajes populistas que pregonan un blindaje de seguridad mediante el aislamiento y la expulsión del islamismo.

Un nuevo acto terrorista nos ha hecho renegar de esa canción que se titula “Yo para ser feliz quiero un camión”. El atropello masivo a inocentes ocurrido en la Francia más bella que es Niza, lo ha protagonizado un desalmado que ha asesinado a 84 personas, diez de ellos niños, y ha señalado con la guadaña de la muerte a otros 52 seres humanos que se debaten ahora mismo entre la vida y la muerte. Son víctimas del odio, y contra el odio no hay antídotos y además resulta muy difícil, por no decir imposible, sentar a una mesa de la paz a los contendientes de uno y otro bando. La paz se pone aún más cuesta arriba cuando los que llegan al poder lo hacen con promesas populistas de levantar muros (Trump), de expulsar inmigrantes (Theresa May), y de cerrar a cal y canto sus fronteras (toda la UE). Efectivamente, lo que trato de explicar es que la falta de unidad y la insolidaridad ideológica de nuevos líderes, que nos pueden llevar a precipicios, sólo hace que echar más leña al fuego para alejarnos de las posibles soluciones a esta guerra total que nos ha declarado el terrorismo.

Mejor que bombardear el Estado Islámico hay que dejarles sin dinero en los mercados financieros donde el terrorismo hace negocio

Desgraciadamente, en España sabemos muy bien lo que es vivir angustiados por el terrorismo. Es una preparación frente al mal que nunca pedimos, pero que nos hace comprender por lo que están pasando ahora franceses o belgas. Aunque lo voy a citar, no cabe pararse ahora en los errores que cometieron estos países en el pasado con los terroristas, sus autores materiales y quienes les amparan siempre desde el poder político, social, religioso y, sobre todo, económico. No deja de ser curioso que cuando se comete un nuevo atentado terrorista la potencia atacada piense antes en bombardear el Estado Islámico que en dejarles sin dinero en todos los mercados financieros donde el terrorismo hace negocio, incluidos los países fiscales y el dinero que guardan en Suiza. Los servicios secretos y policiales españoles siempre tuvieron en el punto de mira detener a los etarras al tiempo que acababan con sus finanzas y seguían la pista del impuesto revolucionario que la banda terrorista cobraba como extorsión habitual a los empresarios vascos.

Lo de Niza resulta peor. Francia y los franceses siempre se han distinguido por ser un país integrador con los procedentes de otras culturas, como es el caso del Islam. El problema social, debido al terrorismo de ISIS, se está acrecentando de tal manera que el odio, el rechazo, el recelo y la desconfianza se está estableciendo en la sociedad francesa. Por si fuera poco, aquí entra el populismo de los partidos y líderes como Le Pen, que con mensajes racistas exacerban a los franceses y les llaman a defender su unión, su bandera y su himno, pero solos, sin inmigrantes. Si en el siglo XX fue la emigración y las oportunidades la base del éxito y crecimiento de la Unión Europea, hoy todo esto se ha convertido en el problema principal. La desunión europea viene por la crisis y el gran paro, a lo que se suman los flujos migratorios y refugiados, que rechazan de plano la mayoría de socios, incluida por supuesto España, aunque aquí no hemos hecho de ello un problema esencial como es el caso de Inglaterra, Francia y Alemania.

Los yihadistas no pueden reescribir la agenda política francesa

Europa se tiene que preparar para cuando llegue el día en que tenga que regirse sin el eje Londres (ya fuera), París (muy tocado por el peor de los problemas, el terrorismo), y Berlín (imbuido en la creencia de que ellos pagan el buen vivir del resto de socios, y de que nadie les ha echado un cable en la solución con los miles de refugiados llegados hasta sus fronteras). Cuando las familias se tiran los trastos a la cabeza, son siempre los hijos los que pagan los platos rotos. Europa tiene la suficiente experiencia y potencial como para acabar con sus nuevos dilemas, con el terrorismo en el primer puesto de la lista. Se exige unidad, porque cualquier quebranto en la confianza dentro de un país es utilizado por estos canallas para volver a hacer de las suyas. Antes de la Eurocopa de Fútbol, Francia estaba con la moral por los suelos. El desarrollo del campeonato ha resultado un éxito deportivo y de seguridad, aunque el equipo francés perdiese la final contra Portugal. De esa manera se llega al 14 de julio, Día Nacional de Francia, y este camión terminator conducido por un franco-tunecino arruina totalmente una jornada de exaltación y confraternización ciudadana. El Gobierno francés opina que no hubo fallos en la seguridad, pero los hechos no apuntan a poder asegurarlo con tanta rotundidad. Ha vuelto a decretar otros tres meses de estado de excepción, algo que alimenta a los terroristas porque les hace creer que controlan el miedo. No se trata de decirle al presidente y ministro del interior galos lo que deben y no deben hacer, pero creo sinceramente que no pueden permitir que su agenda política la reescriban los yihadistas y los lobos solitarios que no dejan de seguir también a la Yihad. En la guerra contra el terror, las apariencias es un capítulo fundamental dentro del manual para combatir los disparos asesinos. Que el arma utilizada ahora sea el morro de un camión contra los viandantes que disfrutan de unos fuegos artificiales nos ha hecho infelices, sí,  pero no debe cambiar el sentido de la resistencia permanente contra el terrorismo.

 

 

El camión que nos hizo infelices
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