jueves. 28.03.2024

Cuando me encuentre por la calle con un sanitario

Reflexiones desde casa. Penúltima reflexión.

En adelante, cuando reconozca por la calle a algún sanitario, estoy seguro que pararé a darle las gracias. Ayer, de regreso a casa tras disfrutar del horario en que puedo desconfinarme, me topé ya con dos de ellos y se lo transmití con la voz entrecortada: “Lo que habéis hecho es muy grande, y el resto lo podemos contar por combatir vosotros al virus, con una profesionalidad que solo se puede calificar de excepcional”. La mayoría de ellos y de ellas no creen formar parte de la liga de héroes, como realmente es, y se limitan a contestar que han hecho lo que deben. Aprendamos, por favor, de esta sencillez. A lo único que están es a promover la salud, es su vida, la que han tratado de preservar en todo momento a los demás. Solo podemos sentir orgullo de contar con semejante grupo humano de médicos, residentes, personal de enfermería, auxiliares, servicio de limpieza y el transporte sanitario en las ambulancias. No quiero olvidar a todos los cuidadores en las residencias de mayores, y lo que están sufriendo. Es importante recordarlo para cuando se les recorta en plantillas, salarios y medios. Al final, la sanidad es lo más grande que tenemos en este país, afirmación contrastada con los hechos. Para demostrarlo están nuestros profesionales sanitarios, uno por uno, una por una. Es así porque llegan a dejarse la piel, incluso con un tal Covid-19, que nos sitúa al borde de un dramático precipicio. Creo que nadie es ajeno a esta realidad, que habrá que tener muy en cuenta de ahora en adelante. Lo recalco por lo siguiente: han trabajado sin medios, sin recursos, levantando la voz solo para exigir equipamiento sanitario adecuado para curar sin infectarse. Desgraciadamente, no lo han logrado y son miles de contagiados los integrantes de la sanidad española. Muchos también los muertos. Nuestra sociedad tiene que ser capaz de transmitir, en especial a sus familiares, que, por su entrega, este país queda en deuda. Lo mismo cabe señalar de los farmacéuticos. Acudo hoy por vez primera, tras la cuarentena, a la farmacia de mi barrio. Saludo al entrar para que se me oiga bien: “Sois las mejores”. No es una frase más. Cada uno de estos trabajadores no ha tenido tiempo de pensar en lo que deparará el futuro, porque seguirán militando en el servicio a los demás, y no hay pandemia peligrosa que valga, aunque les alarma (me permito contarlo en su nombre) que parece ya no haber temor al coronavirus. Lo avisan como sanitarios que son. Les gustaron los aplausos diarios, a las ocho de la tarde, hasta que se apagaron. Somos así, olvidamos rápido. No pasa nada, y también lo saben. Están ya acostumbrados a que lo mismo les den las gracias que un grito o reproche injustificado, la mayoría de las veces. Los que podríamos cambiar un poquito somos los pacientes, ¿no les parece? Del quédate en casa hemos pasado a tomar las calles, a veces, en apariencia de manifestación. Da igual, porque los sanitarios, en cumplimiento de sus obligaciones, van a seguir erre que erre con que tomemos precauciones, principalmente la del distanciamiento social, ya que no quieren que regrese la imagen de hospitales colapsados, aunque ahora haya mayor número de mascarillas, guantes o respiradores que utilizar. ¿Qué cuál sería la mejor recompensa para el mañana? Dotarles de todo, como es debido. La pandemia del coronavirus y nuestra sanidad forman ya parte de la historia de España. Como tal, el homenaje nacional será la mayor y mejor prueba de mostrar al mundo esa sociedad solidaria que, sin duda, somos. Lo sé: siempre habrá excepciones que denotan intolerancia. En plena cuarentena, con los muertos creciendo a diario, de forma imparable, y los sanitarios sin retroceder un ápice, hubo ocasiones en que tuvieron que ver lamentables notas pegadas por sus vecinos, para que se alejaran de sus propias viviendas. Hay que ser familiar directo de un sanitario para ver y sentir por todo lo que ha pasado (y pasa) este ejército de batas blancas, que es el color protector, asociado a la paz. Y es que, como dijo Gregorio Marañón, uno de los más grandes médicos españoles, la verdadera grandeza de la ciencia acaba valorándose por su utilidad. Bien que lo han demostrado, dejándose en muchos casos su propia existencia, nuestros hombres y mujeres de la sanidad. Hasta ahora, son el mejor antídoto frente al virus asesino. Saben que su trabajo no ha terminado, y jamás aflojarán, incluso después de que llegue la vacuna.    
 

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