jueves. 28.03.2024

Gastronomía: reclamo y sensatez

Turismo y gastronomía van ya de la mano, pero esta unión se resiente cuando la calidad que ofrecen muchos restaurantes nada tiene que ver con los desorbitados precios que llegan a cobrarse con ocasión de las vacaciones. No gusta decirlo y de ahí reconocerlo, pero España empieza a ser un país muy caro, tanto para el turismo interior, el que más se queja,  como para el exterior. 

Muchas cosas buenas y malas han pasado en el mundo, desde que un tal André Michelin creara en el año 1900 la conocida Guía Michelin. Pese  a ello,  muy pocos saben que al principio era una guía publicitaria que se regalaba en Francia con la compra de neumáticos, precisamente de la marca Michelin. El país vecino tenia por aquel entonces 2400 conductores registrados, y es a partir de 1920 cuando se pone a la venta y aparecen ya reseñas de restaurantes que hablan de la calidad de  su  comida. En 1926 se comienza a utilizar la famosa estrella para designar los mejores restaurantes, y en 1931 aparece la clasificación de 1, 2 y 3 estrellas de la buena mesa, que tienen que ver con la calidad de sus platos, la creatividad y el esmero en cocinarlos. Solo hay que verme para detectar mi pasión por la gastronomía, aunque he de confesar que siempre me ha picado el gusanillo de escribir críticas culinarias positivas, tras levantarme de la mesa de un buen restaurante, y negativas sobre aquellos locales que no he vuelto a pisar por su mala comida, peor atención y precios de atraco.

Ejercer de periodista sensato cuesta lo suyo en los malos tiempos que corren, debido a determinados hechos y personas, aunque en esta ocasión voy a hacer parada obligada para hablar del precio de la gastronomía en nuestro país. Y es que cada verano me invade la misma sensación de que muchos restaurantes de pueblos y ciudades de España, pese a no tener ninguna Estrella Michelín, se lo creen y será por eso que fijan unas tarifas desorbitadas, que piden a gritos bajar a sus dueños del limbo en que viven. La gastronomía se ha convertido hoy en uno de los mejores reclamos para el turismo de calidad. Hay regiones y capitales consagradas a un estilo de vida que tiene en la buena mesa su mejor referencia para un reconocimiento nacional e internacional. Se ofrece lo que se ofrece, bueno y rico, y se cobra en proporción a lo que es el local y su carta. Dicho lo cual, me gustaría que de vez en cuando los servicios de inspección de precios dentro del sector hostelero pusiera orden a la hora de que cualquier restaurante quiera cobrar lo que le venga en gana, sencillamente porque no ofrecen la calidad necesaria que les hace dignos de una diferenciación concreta.

Los servicios de inspección de precios deben poner orden a la hora de que cualquier restaurante quiera cobrar lo que le venga en gana

En vivo, todavía dentro del propio local donde se nos mete el palo, aún no somos muy proclives a reaccionar y pedir explicaciones. Internet y las redes sociales se han sumado a la denuncia, que muchas veces lleva razón y otras  no, que todo hay que decirlo. Resulta un arma poderosa para utilizarla con cabeza, porque entiendo en ocasiones las quejas de determinados hoteles y restaurantes que se pueden sentir perseguidos por determinados clientes. No es algo nuevo, porque aguantar a los trolls difamadores en Internet, Twitter o Facebook se ha convertido ya en el pan nuestro de cada día, pero también se hace necesario por parte de la hostelería hacer y presentar bien el mencionado pan, por seguir con el símil. Muchos locales se exceden en verano, y de ahí la expresión hacer el agosto, sin importarles el grave daño que causan a la imagen de su comunidad. 

Una comida o una cerveza no debieran tener debate por el carísimo precio que se cobra en establecimientos de nula profesionalidad

Pensemos que nuestra tierra o la ciudad en la que vivimos puede ser muy bonita, pero si los visitantes acaban sus vacaciones llevándose una mala impresión por los altos precios de nuestros restaurantes y lo que han pagado por comidas y cenas, creo sinceramente que nos ponemos la soga al cuello, sin necesidad de que otros nos pongan a caldo dentro de las terminales mediáticas más seguidas por el turismo. Los últimos países en integrarse en la Unión Europea, como Croacia, se tienen muy aprendida la lección, y el norte de África quiere volver a la primera línea del turismo, una vez reforzada la seguridad para sus visitantes. ¡Hasta la Supercopa de fútbol se ha jugado en Tánger! España y sus comunidades, algunas en mayor medida, resultan ya caras, y son todos los negocios dedicados a la restauración los que mejor o peor ejemplo dan al respecto. Una comida familiar, una cerveza, un vino o una copa no debiera de tener debate por el carísimo precio que se cobra en determinados establecimientos que, lejos de las estrellas Michelín, lo que denotan es nula profesionalidad. Consciente de que con escribirlo no vale, al menos una vez, creo que va siendo momento de poner cartas en el asunto sobre lo que puede y debe cobrar un restaurante de un pueblo recondito de 600 habitantes, que se cree con todo el derecho a igualar los precios del mejor restaurante capitalino que, premiado o no, sigue esas viejas reglas estilo Guía Michelín, sobre calidad, creatividad, sabor y confort, que,  por supuesto, deben marcar la suma de la factura final.

 

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