viernes. 29.03.2024

La meta improbable de vivir sin destruirnos

Con el coronavirus, 2020 suma a la historia destructiva del mundo un nuevo capítulo letal. Si el planeta pudiera hablar, ni la propia Biblioteca Nacional de España, una de las más grandes que hay, podría archivar la devastación contra la Tierra acometida a lo largo de los siglos. Somos así y así lo queremos. Lo preferimos a vivir en paz, equilibrio y erradicar la pobreza. ¿Qué va a cambiar con este virus? No hace falta ni responder.

Cuántas veces se lo oí narrar por radio y televisión al genial Andrés Montes: “La vida puede ser maravillosa”. Mal que nos pese, Agatha Christie, la autora de Asesinato en el Orient Express, lo veía de manera más fría al sentirse aprendida de que no se puede dar marcha atrás y sí ir para adelante. Aún profundizaba más, como dejándolo en suspense hasta la última línea de una de sus novelas: “La vida, en realidad, es una calle de sentido único”. En la cronología de las pandemias, Andrés Montes vivió en una etapa de la historia que albergó virus muy mortales, como el SARS (2002), la Gripe Aviar (2005), y además murió en el año de la Gripe A (2009). Más difícil, por la inexistencia de vacunas, fue la época de Agatha Christie, que de 1890 a 1976, tuvo tiempo de vivir en escenarios mortales donde camparon la Gripe Española (1918) o el primer brote epidémico del Ébola (1976).

En todo caso, desde la Plaga de Atenas (primera fechada) a la Peste ha llovido mucho, aunque no hemos aprendido lo suficiente. Me apoyo en que la ciencia y la investigación han avanzado vertiginosamente, al tiempo que el mundo se enrolaba en una era definida como global y digital, que ha descuidado no pocas cuestiones humanas, como el desarrollo de los países pobres, su hambre, sus muertes y falta casi total de sanidad. Esto queda lejos de las grandes capitales financieras del mundo. Esencialmente, en el Cuerno de África, y entretanto las afortunadas sociedades ricas, agraciadas con la educación, la sanidad y las oportunidades laborales, se permiten convivir en la seguridad que proporciona un robusto bienestar basado en trabajo, dinero, vivienda, salud, transportes, comunicaciones o pensiones. De todo ello se disfruta en ciudades con todas las comodidades, donde el valor de mayor garantía es disponer de un sistema sanitario moderno y eficaz. Sin embargo, en nuestro concepto cultural no entra la prevención ante posibles virus, como este Covid-19, que no distingue entre razas, ricos y pobres, mayores, medianos o pequeños. Solo se propaga, contagia y termina con la vida de la población. 

“La ciencia ha avanzado y el mundo global ha descuidado el desarrollo de los países pobres, su hambre, muertes y falta casi total de sanidad”

Siendo tan listos, los humanos no dejamos de cometer estupideces. Todo lo malo siempre queda atrás, en todo caso para los libros de historia. Hemos provocado dos grandes guerras mundiales, otras tantas civiles, masacrado con la bomba atómica, avergonzado con el Muro de Berlín, consecuencia de la Guerra Fría o mantenido el Apartheid durante demasiado tiempo, hasta su erradicación coincidente con la gran bonanza económica de los 80-90, conseguida precisamente por los mayores que mueren ahora de coronavirus. 

Como anotaciones en el calendario de las mayores catástrofes provocadas por la mano humana, hay etiquetadas dos fechas que pudieron ser el final de todo. Una fue el 26 de abril de 1986, en Chernóbil (Ucrania). La otra, el 11 de marzo de 2011, en Fukusima (Japón). En ambos casos, especialmente en el segundo, llegó a hablarse de “apocalipsis”, o el acabose de la vida como tal. ¡Sustos a nosotros! Así llegamos al coronavirus, que se identificó por primera vez el 1 de diciembre de 2019, en la ciudad china de Wuhan.

Nuestra forma de vida es hacerlo a todo trapo, mal, sin mirar atrás. Da igual en el plano que sea, el político, económico y social, que antepone el bienestar a cualquier otra cuestión, incluso si se trata de la supervivencia. Al tiempo, por hipocresía que no quede, y cuando la extrema gravedad del hecho lo requiere, como ahora, nos hacemos idéntica pregunta: ¿vamos a cambiar y en qué? 

No hace tantos meses estábamos con lo del Cambio Climático, en una de esas últimas cumbres mundiales que hace tiempo que no sirven para nada, solo para gastar millones en su organización. Igual que cada final de un año, entramos en el siguiente, con propósitos. Por supuesto, lo del Calentamiento Global ya estaba olvidado. En marzo de 2020, demasiado tarde ya, nos topamos con la realidad del coronavirus y todo lo que puede llegar a hacer. Está resultando un auténtico horror, con la pérdida de miles de vidas, que ni siquiera tienen una despedida en condiciones. ¿Por qué ha ocurrido esto del Covid?, se preguntan muchos. Algunos señalan a intereses retorcidos, otros ven premeditación, y otros simplemente lo achacan a que la naturaleza ha dicho basta de aplastarme y arrasarme como lo estáis haciendo. Por supuestísimo que necesitamos respuestas. Se lo debemos a todos los fallecidos en España y el resto del mundo, mayormente personas mayores. Me gustaría, eso sí, que mi profesión hiciera periodismo de investigación en vez de periodismo de salón, que se limita a anotar las respuestas a las preguntas anteriormente seleccionadas. 

“Hemos procurado vivir a todo trapo. Al tiempo, cuando la gravedad lo requería, nos hacíamos la misma pregunta: ¿vamos a cambiar y en qué?"

El virus pasará. Saldremos de nuestras casas. Poco a poco, se recobrará la normalidad, aunque con mucha prevención porque el coronavirus seguirá circulando. Algún día nos despertaremos con la noticia de que ya hay vacuna anti Covid. Y hasta la próxima que hagamos. Cierto que esta ha sido muy gorda porque nos ha confinado mucho tiempo en nuestros hogares, deja un país completamente doblado en lo económico y laboral, y el futuro, sobre todo si esperamos ayudas de nuestros socios de la Unión Europea, pinta muy gris. Aún así, seguiremos adelante, que es mucho decir para una civilización que no sabe convivir en paz, sin estropearlo todo. Al final, ese boomerang destructivo, lógicamente se vuelve contra nosotros mismos, sin permitir que la vida pueda ser maravillosa que decía el periodista Andrés Montes.
 

 
 

La meta improbable de vivir sin destruirnos
Comentarios