sábado. 20.04.2024

Regreso mental a Sarajevo

El XXI que se prometía pacífico y venturoso, es el siglo de las guerras. Al parecer, las lecciones sobre la avaricia, el poder y las invasiones de territorio ajeno producen un suspenso permanente. Nadie puede hablar sobre una guerra que no ha sufrido en sus propias carnes, como los sirios. En mi caso, tras la Guerra de Bosnia, solo puedo decir que cada noche que pasé en Sarajevo sentía el escalofrío que produce palpar el odio acumulado dentro de una ciudad asediada a bombas durante cuatro largos años.

Sun Tzu, aquel general chino que escribió “El arte de la guerra”, ya nos avisó que luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo. Bueno, pues a pesar de la advertencia con fundamento de filosofo y guerrero, a lo largo de la historia de la humanidad no hemos dejado de guerrear y matar. Jamás habría que educar en la guerra, pero como no paran de declararse, lo mejor es combatirlas mediante la educación, en casa y en las aulas. Puede que toda paz haga retroceder a los taques, pero no atenúa el odio. Esto es lo que sigue sucediendo hoy en territorio bosnio, tras cumplirse 25 años de la Guerra de Bosnia- Herzegovina (1992-1995). Ha sido una de las mayores vergüenzas perpetrada en el mismo corazón de Europa, mientras el resto de países del mundo, incluido el Estado  Vaticano, se hacían los suecos como si este genocidio no fuera con nadie.

Semejante relato se repite actualmente con Siria, recién bombardeada por Estados Unidos (¡ya empieza Trump!), pero antes ha sido Rusia, y Francia e Inglaterra van igualmente a lo suyo. Los 59 misiles Tomahawk explosionados en la madrugada del 7 de abril sobre la provincia siria de Homs fueron disparados por los buques estadounidenses USS Porter y USS Ross, con base en Rota (Cádiz). Todo indica que en España no hemos aprendido la lección de la invasión de Irak, unido al deplorable papel que viene jugando la Unión Europea en esta guerra y no digamos con el maltrato que infligimos a los miles de refugiados del conflicto sirio. 

“Todo indica que en España no hemos aprendido la lección de la invasión de Irak”

Tengo que contarle al periodista Javier Lezaola que además de cubrir informativamente los sucesos de Reinosa hace treinta años ("Yo cubrí la batalla de Reinosa", publicado por él en este periódico), también estuve en Bosnia tras una guerra que causó 97.207 víctimas entre bosnios musulmanes y serbios, más 1,8 millones de desplazados. Ya han pasado 25 años de aquel genocidio. Tras pisar tierra bosnia, creo que no he estado más silencioso y observador en mi vida. Veía las ciudades y pueblos destruidos por las bombas, sus casas acribilladas y agujereadas a balazos y bombazos, y los supervivientes haciendo como que vivían con normalidad hasta que surgía un nuevo mal recuerdo de la guerra y sus secuelas. Sarajevo, de noche, me producía escalofríos. Hacías como que cenabas con normalidad en un restaurante con media ocupación, pero ninguna mesa quitaba ojo a la de al lado, como queriendo hallar la seguridad de que nada malo podía suceder. En cualquier conflicto mundial al que hemos mandado tropas, no existe lugar que nos recuerde con tanto afecto como en Bosnia. La preocupación de nuestros militares siempre fue más allá de velar por la paz, por los cientos de casos de ayuda desinteresada, puerta a puerta, en que nos vimos inmersos. Tras 18 años y 46.176 militares desplegados, el 18 de octubre de 2010 España ponía fin a su presencia en Bosnia-Herzegovina. El acto de despedida fue en Sarajevo, el mismo lugar donde visité una gigantesca base militar en la que estaban instaladas las fuerzas militares de la EUFOR (European Union Force Althea). Era como una ciudad dentro de otra. La noche caía pronto en Sarajevo. Con la oscuridad, regresaba el tembleque, mitad por el frío, mitad por inquietud. Quien ha vivido dentro de una ciudad asediada durante cuatro años seguidos, día tras día, es imposible que sea la misma persona que fue antes de iniciarse el conflicto bélico.

“Como dependamos de la piedad de Trump, Putin, Hollande o May ¡vamos apañados!”

No me atrevo a sincerarme tanto con el futuro de Damasco, capital de Siria, y sus habitantes. Hasta ahora, nos hemos preocupado más por la destrucción del patrimonio histórico sirio que por los propios sirios. Ellos lo saben porque se sienten abandonados completamente a su suerte, lo que permite incluso gasear ciudades con armas químicas mortales. Cada poco, las televisiones sacan a los niños llevados a hospitales, advirtiendo que las imágenes pueden herir nuestra sensibilidad. ¿Qué sensibilidad? Como dependamos de la piedad de Donald Trump, Vladimir Putin, François Hollande o Theresa May ¡vamos apañados! Pero sin duda ya ha llegado el día en que, a falta de arrepentimiento, nos limitamos a conmemorar el aniversario de tal o cual guerra. Como la de Siria, desde el año 2011 a la actualidad. Como la de Irak, de 2003 a 2011. Como la de Afganistán, de 1978 a 1992. Como la que vi de cerca, en Bosnia, 25 años atrás, con el recuerdo de Sarajevo y las noches que pasé con el escalofrío en el cuerpo que produce respirar horror.

Regreso mental a Sarajevo
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