jueves. 28.03.2024

Tan pronto arriba, tan pronto abajo

No podemos negar el conocimiento general que hay sobre el lamento de españoles que triunfan dentro y fuera, caso de los grandes deportistas, y que al tiempo declaran sentirse poco queridos en su país. Parece un destino que se extiende en la medida que reina la confusión social, ya que la lógica y los principios parecen estar ausentes en todo lo concerniente al debate sobre los problemas reales que acucian a España.

Confucio decía que nuestra mayor gloria no está en fracasar nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos. Esto es muy difícil de llevar a cabo en España, y es un cambio obligado que tenemos que generar para legar a futuras generaciones. El golfista Sergio García ha sido el último gran deportista español en subirse al carro de no sentirse querido o reconocido en su propio país. Su caso no es aislado, y antes ha habido otros personajes que han abundado en la misma sensación, hasta llegar a ver las desafortunadas críticas a Rafa Nadal, solo por ponerse las botas de agua y salir a las calles de Sant Llorenç para, como uno más, echar un cable en las recientes inundaciones de Mallorca, con un saldo trágico de trece muertos. Estas cosas pasan porque no son cortadas de raíz en las pertinentes instancias, como es por ejemplo el ministerio dedicado al deporte, dependiente del Gobierno.

De todas formas, ¿Por qué nos comportamos con grandes loas cuando alguien de los nuestros triunfa, y practicamos la destrucción cuando el fracaso o la mala suerte se hacen protagonistas? Sucede en todos los campos, terrenos y profesiones. Lo que pasa es que lo encontramos más de habitual con los políticos, los actores y artistas, los deportistas ya citadosy, por supuesto, los empresarios de éxito. Pocos países honran tan bien a los suyos como Inglaterra, Estados Unidos o Francia, y tan mal como España. Desde mi particular visión, aquí ha radicado siempre la diferencia entre una nación grande, y otra que aspira, que anda con historias de marcas (Marca España), construyendo permanentemente la casa por el tejado, como resulta infravalorar siempre lo que hacen los nuestros para ensalzar lo de otros, que ni nos va ni nos viene. Nuestra espada de Damocles empieza en la educación. Un país no puede comportarse a cada momento en clave políticamente correcta, como se hace aquí con todo. Premiar al primero de la clase y también al último que lo suspende todo es surrealista. Es como esa otra paradoja de vaguear en el trabajo, y encima te premien por ello con más sueldo.

¿Por qué nos comportamos con grandes loas cuando alguien de los nuestros triunfa, y practicamos la destrucción cuando fracasa?

Yo creo que la desorientación que sufrimos actualmente dentro de este bendito país viene de confundirlo todo, y no seguir la lógica, el orden y los principios o valores que deben regir toda sociedad que quiera avanzar sin atascarse, como nos sucede a nosotros. Así es: no todo vale. Ni tampoco pretender quedar bien con todos, pronunciando hoy un mensaje y al día siguiente otro, según la ciudad y el público al que se dirija la oratoria. Ahora hay una muy escasa seriedad, que se aprecia en muchos casos, y de la que nuestra juventud toma nota de cara a la abstención electoral o a la hora de seguir buenos ejemplos que luego poner igualmente en práctica en su forma de vivir y trabajar en sociedad. Dentro de los medios de comunicación también sufrimos esta crisis. Se les debe mucho, es verdad, empezando por su intachable compromiso democrático en todo lo acontecido y que acontece en Cataluña, pero cabría esperar más de ellos en lo de los vaivenes, cambios de opinión y posiciones ante planteamientos disparatados. Los medios están para contar la verdad, para atajar las injusticias, para controlar a los poderes y disuadirles contra desmanes, trampas y corruptelas. No están para allanar caminos o defender lo indefendible, porque luego eso se paga con el descrédito y el desinterés de los lectores, televidentes y radioyentes, que muchas veces ya no saben en qué creer.

Un principio inexcusable para entender a tu país es que te falle lo menos posible, porque impera la ley, la igualdad y el derecho al reconocimiento

“En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.” Esta cita, que pertenece a la obra de mi admirado Gabriel García Márquez, refleja perfectamente el momento actual de España. Aunque muchos podamos coincidir en la forma de hacerlo mejor, cada cual va por su lado, y así es imposible ponerse de acuerdo en algo, empezando por el asentamiento y la mejora del bienestar general, trabajo para todos, y poder llegar a fin de mes, algo imposible ahora para millones de personas que son pobres incluso trabajando. Hace años que la prensa bautizó como crispación a lo que es un desorden e intromisión de unos poderes en otros, que solo hacen que mostrar las cartas marcadas que son siempre los intereses en juego. Ejemplos en el pasado y en los últimos años hay para dar y tomar. El pagano de todo ello es el de siempre, el ciudadano, y todo lo que directamente le preocupa: quién paga los gastos de la hipoteca, el alto precio de la luz o que el litro de diésel supere ya al de la gasolina. Pienso que un principio inexcusable para entender a tu país es que te falle lo menos posible, porque impera la ley y la igualdad, es decir, la coherencia. Si encima añadimos el derecho al reconocimiento, puede que algún día acabemos con el hecho de que un deportista de éxito lamente desde el extranjero lo poco querido que se siente por el país en que nació, y que no extrañe, incluso dentro del ejército de intolerantes, que un gran tenista como Rafa Nadal tire de pala para sacar el agua que inunda las casas de sus convecinos.

Tan pronto arriba, tan pronto abajo
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