jueves. 25.04.2024

La valla de Santander nos hace bajar la mirada

Los nuevos muros y vallas que se levantan por todo el mundo son la prueba más clara de que retrocedemos, en vez de avanzar. Y Santander, la capital  de Cantabria, se ha subido a este triste hacer, con la implantación de una alta valla que separa el puerto de la ciudad en un intento, que será baldío, por frenar la migración. 

El multiculturalismo, o la coexistencia de diferentes culturas dentro de un mismo país, no atraviesa por su mejor momento. El término (no me negarán que resulta bonito de pronunciar, y más si fuera verdad) nació hacia 1960, en Canadá, para que anglófonos y francófonos se relacionaran sin la supremacía de unos sobre otros. Este es el principal problema: hoy no nos relacionamos bien, y apostamos por la confrontación. Trump saca los votos para ser el presidente de los Estados Unidos, gracias a un mensaje xenófobo, que cala hondo, porque promete levantar un gigantesco muro, al estilo Gran Muralla China, en la frontera con México. Muros y vallas bien altas son la antesala de una guerra política, ideológica y comercial, que quiere dejar bien a las claras que “América es para los americanos”. El mensaje no tarda en propagarse, “Europa para los europeos”, y dejar a las principales instituciones del Viejo Continente divididas y en el shock actual en que se encuentran, premonitorio de nada bueno en adelante.

  A los seres humanos nos interesa mucho más lo lejano, como colonizar marte, que lo cercano, menos costoso, como erradicar la miseria

Es tal cual: los problemas más incendiarios del momento se parchean con muros y vallas, como la que se inaugura por tramos y que separa al puerto de la ciudad de Santander. La gran excusa es el mayor flujo migratorio que pretende llegar o salir a través del ferry que nos une con Inglaterra, aunque el problema no se asemeje ni por asomo a la Valla de Melilla, la que más conocemos, junto a las pateras que tratan de alcanzar las costas españolas desde África, el gran continente postergado a un destino siempre pobre, sin futuro alguno que pronosticar. A los seres humanos nos interesa mucho más lo lejano, como colonizar marte, que lo cercano, menos costoso que lo estelar, como erradicar la miseria. En un G- 20, o cumbre de las grandes potencias, los problemas se resumen en la foto de si Trump o Putin se saludan, pero todo lo demás queda aplazado sine die, y la migración y sus causas es lo que debería estar al principio del guión de estos encuentros internacionales que no sirvan para nada. Por eso, ante la falta de soluciones concretas, se van levantando vallas como setas, y las explicaciones que se dan sobre las mismas no aportan nada bueno al cariz que puede llegar a tomar la cada vez mayor fractura de un mundo permanentemente dividido en dos: ricos y pobres.

Hemos fracasado rotundamente en ir rebajando lo injusto de nacer en algún lugar cuyos habitantes no tienen recursos para comer, contar con trabajo, un techo bajo el que vivir, y disponer de posibilidades tan fundamentales como el agua corriente, la sanidad y la educación. Todo ello es generador nato de lo que conocemos como prosperidad. Pero una parte del mundo, y de las economías de sus Estados y Gobiernos, se la niega a la otra parte, al tiempo que decide sobre la pobreza individual de poder llegar a ser un habitante más dentro de las ciudades y pueblos desarrollados, que cuentan con todos los medios conocidos. ¿Moralmente, qué fuerza podemos imponer contra la decisión de que alguien decida emigrar en busca de su mejor supervivencia? Gandi lo predijo ya que lo vivió muy de cerca: “La pobreza es la peor forma de violencia”. Mohandas Karamchand Gandhi nació en la India británica, en 1869, y murió en la Unión de la India, en 1948. Hoy deberíamos estar mucho mejor; deberíamos haber avanzado mucho más en derechos humanos, y el primero es atajar que alguien sea pobre por donde nace o muera por similar causa. Para ser justos, este 2018, a punto de finalizar, trae un Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, impulsado por la ONU, pero Estados Unidos, la potencia más decisoria, no lo secunda, igual que el Pacto por el Clima.

Deberíamos haber avanzado mucho más en derechos humanos, y el primero es atajar que alguien sea pobre por donde nace

Junto a este acuerdo (habrá que ver sus resultados), se habla unilateralmente de muros y vallas, con total normalidad, incluso cuando se inauguran. Poco se tarda en levantarlos y es mucho su tiempo de permanencia, mientras bajamos la mirada al pasar a su lado. ¿Hasta cuándo estará la de Santander?  Por eso son decisiones que no se deben tomar, sin antes valorar otras posibilidades que impliquen totalmente a la sociedad donde se alzan estas nuevas fronteras de carácter local. Detener la migración de manera coyuntural, como se hace hoy en Europa, no es la solución, mientras crecen los impulsos raciales, xenófobos y excluyentes, que ciertamente son alarmantes. El actual mundo cerrado en banda ha de renacer en el convencimiento de que la paz social universal solo es posible a través del necesario equilibrio. Y esto, señoras y señores de todo color y condición, no se logra con ciudades que compitan con quien tiene la valla más alta para impedir la entrada de forasteros. 

La valla de Santander nos hace bajar la mirada
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