sábado. 20.04.2024

Don Benito Pérez Galdós en Polanco

Pereda sintió un gran afecto hacia Galdós, y le maravillaba su enorme facilidad literaria, a la vez, de fecunda, variada y continua, pero se mostró más crítico con sus ideas políticas y religiosas.

Añadía Julián Revuelta, El Malvís, en su cántico a unos versos que Jesús Cancio dedicó a Polanco, aquello de que: Si será Polanco digno de las mayores grandezas que quiso Dios que en Polanco viniera al mundo Pereda. A su vez, D. Marcelino Menéndez Pelayo dijo de Pereda que era “el patriarca de la región montañesa, la gloria mayor de la tierra donde nací…”

Palabras que enaltecen a nuestro autor y enorgullecen a  sus convecinos polanquinos. Ciertamente, Polanco ofreció a Pereda su cuna y  lugar para el descanso perpetuo. Pereda iba a corresponder dejando impreso el nombre de  su pueblo dentro de la Literatura universal. Además, Pereda ha sido el causante de que numerosos visitantes recalen por esta localidad. Unos fueron coetáneos suyos, y otros persistentes en el tiempo. Unos, para visitarle personalmente; otros, para conocer el paisaje y escenario de alguna de sus obras o para conocer su residencia y el entorno donde escribió buena parte de su obra.

Personalidades de la altura literaria de 'Azorín' también reseñan el topónimo de Polanco

Alguno de ellos, preeminente en el arte de escribir, dejó testimonio de su visita y del nombre de Polanco en alguno de sus libros. Caso es el del comillano Domingo de las Cuevas (1830-1907), a la sazón primo carnal de Pereda, que incluyó en su libro Antaño (1903), dentro del relato “Cómo conocí a Pereda”, la impresión que con apenas 12 años le produjo la primera salida de su Comillas natal para dirigirse a Polanco, en un carromato de bueyes, llegar a la Requejada, encontrarse con aquella ancha carretera que suponía el Camino Real, la cambera que tuvo que ascender entre abundantes escajos hasta divisar el campanario de la iglesia rodeado de casas de exterior labradoresco, y entre la más distinguida y  blasonada la de su pariente.

Personalidades de la altura literaria de Azorín también reseñan el topónimo de Polanco. El periodista se acerca a esta localidad para visitar a Pereda en el ocaso de su vida, viajando desde Santander en el  tren del Cantábrico, recién estrenado el trayecto Santander-Llanes, y nos va describiendo con mucho colorido, el trayecto que dura dos horas por las localidades en que circula hasta llegar a la Requejada. Nos sigue relatando cómo desde esta estación camina por la naturaleza en un entorno idílico, senda arriba hasta observar el pueblo de Polanco, compuesto por diez o doce casas aisladas, de rojizas techumbres, casi ocultas entre la frondosidad del paisaje, y desde el mismo centro del disperso poblado contempla un alto y viejo muro  que cerca un jardín, en medio del cual se halla la casa del novelista.  Esta visita, bajo el título “Polanco. En casa de Pereda” fue descrita en dos artículos publicados en ABC el 10 y 11 de agosto de 1905 y recogidas posteriormente en el libro Las terceras de ABC (1976).

Acerca del autor de Sotileza, Galdós dejó escrito: “Vive parte en Santander y otra parte en su magnífica casa posesión de Polanco en medio de aquella naturaleza risueña, siempre fresca y poética”. Y en otra ocasión, refiriéndose también a la residencia de Pereda, escribe “…en  aquellos hospitalarios estados de Polanco, residencia placentera y cómoda, asentada en medio de la poesía y de la soledad campestre”.

El propio Cancio atraerá a este lugar numerosas personalidades del mundo de la farándula, especialmente de Santander y Torrelavega

Andando el tiempo, poco antes de mediar el pasado siglo, se acerca a Polanco el Poeta del Mar, Jesús Cancio, quien del brazo de su primo Luis Corona, a lo largo del estío tendrá su cita anual, hasta su fallecimiento en esta localidad. El propio Cancio atraerá a este lugar numerosas personalidades del mundo de la farándula, especialmente de Santander y Torrelavega: escultores, poetas, pintores, músicos… Y, cómo no, tras sus frecuentes estancias en Polanco, también  tuvo la gracia de dejar su nombre en el glorioso mundo de las letras. La villa es elegida dentro del opúsculo “Seis de los santos lugares del poeta”, editado por Hermanos Bedia (1955). También nos dejó dos poemas: uno denominado “Polanco”, que aparece en su último libro Bronces de mi costa (1956), y otro “Tonadas a Polanco”.

Con todo ello, bien podemos considerar que Polanco sea uno de los municipios de la región cuyo nombre mejor ha quedado cincelado con hermosos ribetes en el mundo de la cultura literaria, gracias a la excelsa pluma de significados hombres de las letras.

Mas, lo que este artículo pretende en la conmemoración del centenario del fallecimiento de don Benito Pérez Galdós, es significar la presencia del autor de los Episodios Nacionales en la villa de Polanco, cuyo nexo ineludible se encuentra en Pereda. Son diversos los autores cántabros que vienen estudiando y han escrito algún artículo sobre Galdós a lo largo de esta efeméride: miembros de la Sociedad Menéndez Pelayo como Borja Rodriguez, José Manuel González Herrán o Raquél Gutiérrez con el artículo “Una pieza en el taller del realismo”; José Ramón Saiz Viadero, “ Galdós y Cantabria”; Jesús Herrán, “Galdós santanderino”; Ana Vega Pérez,”Pérez, “Galdós, garbancero a mucha honra”,…  Es por ello que, sin entrar en disquisiciones, deseo presentar un breve esbozo de lo significativo de esta amistad que hace sobrentender la relación del escritor canario con Polanco.

Quizá huyendo del pesado calor capitalino durante el estío; tentado por la añoranza de recibir sobre su rostro la brisa marina de su etapa palmense, o quizá, tal como él mismo nos cuenta en el prólogo de El sabor de la tierruca (1882), fue la impresión que le produjo la lectura de Escenas montañesas (1864) y Tipos y paisajes (1871) lo que le inoculó un inusitado interés por conocer esta hermosa región…  Por lo que fuere, vino por vez primera a Santander en el verano de 1871, acababa de dar a la imprenta su novela La sombra, y quedó tan encantado de la ciudad que afectivamente la adoptó, y no dejó de visitarla hasta 1917, cuando ya ciego y con escasas fuerzas se recluyó definitivamente en Madrid.

Galdós continuó viniendo a Santander todos los veranos y en 1890 comienza el proyecto de edificación de una casa frente a la península de La Magdalena

En esa primera visita contacta por vez primera con un José María de Pereda que sale a su encuentro en la pensión donde se hospeda, situada en la misma calle donde reside el autor polanquino. Ambos tenían referencias recíprocas, pero no se conocían personalmente. A partir de entonces se establece entre ambos una gran amistad que perdurará para siempre. Una amistad realmente paradigmática por su intensidad, lealtad y perdurabilidad; difícil en dos personalidades de carácter e ideas tan diferentes, pero que, sin duda, estuvo bien cimentadas por la tolerancia y el respeto y alimentada por el afecto. Pereda sintió un gran afecto hacia Galdós, y le maravillaba su enorme facilidad literaria, a la vez, de fecunda, variada y continua, pero se mostró más crítico con sus ideas políticas y religiosas.

Galdós hacia Pereda, respecto a lo literario, valoraba la introducción que hizo en sus primeros libros del lenguaje popular en la literatura, creando personajes que eran seres vivos de fuerte realidad, además de la capacidad para reproducir lo natural y el gran poder para combinar la realidad con la fantasía, lo que hace que le considere porta-estandarte del realismo literario en España. De su carácter, le llamó la atención su firmeza y tesón puro y desinteresado y la noble sinceridad con que declaraba y defendía sus ideas. En una ocasión escribía Galdós: “ni don José María de Pereda era tan clerical como alguien cree, ni yo tan furibundo librepensador como suponen otros”.

En el año 1872, Pereda construyó su nueva residencia en Polanco en la finca “Trascolina”, muy próxima a su casa natal. A partir de entonces, las visitas de Galdós a Polanco se hicieron frecuentes. Galdós continuó viniendo a Santander todos los veranos y en 1890 comienza el proyecto de edificación de una casa frente a la península de La Magdalena, a la que denominará “San Quintin”. A partir de entonces, sus estancias serán más prolongadas y en ella firmará muchas de sus obras.

Tuvieron amigos comunes, estando entre los más significativos Marcelino Menéndez Pelayo, aunque ambos tuvieron sus tertulias por separado, acorde al carácter ideológico de los tertulianos. La amistad y la curiosidad llevó a ambos en el verano de 1876 a realizar un viaje, junto a un amigo comerciante de Pereda, Pedro Crespo, por la parte occidental de Cantabria, y fue a requerimiento de Pereda que el autor canario escribiera Cuarenta leguas por Cantabria (1876). Más tarde, en 1885, viajarán de nuevo juntos  realizando un viaje a Portugal.

Desde que se conocieron, continuaron manteniendo contacto epistolar, pero no sólo hablaban de literatura o asuntos relacionados con esta

En 1881, aprovechando que se encontraba en Polanco, a requerimiento de Pereda, el ilustrador catalán Apeles Mestres que preparaba unos dibujos para ilustrar la novela que tenía en mente y cuyo escenario iba a ser el mismo Polanco con el título de El sabor de la tierruca, le pidió a Galdós que preparase un prólogo para dicha novela.

Otro episodio compartido y de gran trascendencia, especialmente dentro del aspecto literario, es su entrada en la Academia de la Lengua, hecho que ocurre en febrero de 1897 a propuesta de Menéndez Pelayo. La presentación de Galdós fue el 7 de febrero, contestado su discurso de entrada por Menéndez Pelayo. Pereda hizo su discurso de entrada el 21 de febrero, contestado por Pérez Galdós.

El 3 de diciembre de 1905, tres meses antes de fallecer, escribe su última carta a Galdós y le dice que “anda desgobernado físicamente”. Galdós, como buen dibujante que era, le había diseñado el panteón familiar construido en 1991 en el cementerio de Polanco. En el dibujo del diseño dejó manuscrito: “proyecto de sepulcro para Pereda. Ya ves, hace al mismo tiempo casa para vivos como para muertos”. Y fue el mismo Galdós quien le ayudó a escoger los salmos inscritos en latín de las lápidas del panteón.

Croquis del sepulcro de Pereda diseñado por Galdós Croquis del sepulcro de Pereda diseñado por Galdós

Desde que se conocieron, continuaron manteniendo contacto epistolar, pero no sólo hablaban de literatura o asuntos relacionados con esta: ambos eran muy aficionados a las plantas, flores y árboles. Una muestra de ello se encuentra en el con tenido de la carta dirigida a Galdós, que forma parte de un artículo titulado “J.Mª de Pereda “jardinero” que el hispanista y profundamente entregado al estudio de la obra perediana, profesor Anthony H. Clarke, recientemente fallecido, escribió para nuestra revista Desafío (sep. 2012).

El interés que pueda tener presentar la carta en este artículo, conmemorando la efeméride, es mostrar a los dos amigos en asuntos ajenos a la faceta literaria; testimoniar las visitas de Galdos a Polanco y exponer el acto curioso de observar cómo empleaba el estilo epistolar.

Mi querido amigo:

He retardado un poco la respuesta a su gratísima del 5 por esperar a que el tiempo permitiera recoger las semillas que quería enviar con esta carta. Así lo hago hoy. Adjuntos hallará 3 paquetitos rotulados. Le advierto que del “Ay de mi” envío la mitad de la cosecha, pues no tengo más que las plantas cuyas flores, como Ud. verá aquí, son microscópicas. Para sembrarlas en el semillero, procure Ud. que la tierra de la superficie esté desmenuzada y tómese Ud. la molestia de ir hundiendo cada grano con un mondadientes de estaquilla, pues la pequeñez de ellos no permite sembrarlos a granel como otras semillas más pesadas y abundantes. Con el mismo palillo cubre Ud. el hoyuelo resultante, que no debe ser profundo. Un milímetro o dos es lo suficiente. Riego frecuente. No recuerdo si vio Ud. aquí las siemprevivas cuya semilla le envío. Son tan lindas, de tan variados colores y tan grandes como las margaritas. El semillero de estas y de las siemprevivas, no necesita las precauciones que el de “Ay de mí”. Sin embargo, no descuide Ud. el riego….

J.M de Pereda

Polanco 26 de octubre de 1876.

Laurel

Como testimonio de la estrecha amistad entre estas dos glorias literarias, aparte de lo mencionado, y aludiendo a sus aficiones por la botánica, existe la leyenda sobre un laurel que Galdós plantó en la finca de Pereda para honrar y hacer los honores a su amigo. Una inscripción sobre una piedra junto a las ramas de un viejo laurel, nos lo recuerda. Y, también  en su recuerdo, el Colegio público lleva su nombre.

Para concluir, sería ingrato que no hiciese una mención a  don Benito Madariaga, recientemente fallecido, que tanto ha trabajado sobre ambos autores, dejándonos, entre otros, los siguientes libros: Pereda, biografía de un novelista (1991); Páginas galdosianas (1991), Antología de estudios galdosianos sobre Cantabria (2013),... Una persona muy trabajadora, autor fecundo que nos ha dejado una obra abundante y dispar. Persona de trato afable y educación exquisita, a la que traté desde hace años y de cuya savia he intentado nutrir alguno de mis  humildes conocimientos.

Don Benito Pérez Galdós en Polanco
Comentarios