martes. 23.04.2024

100 días

Ha renovado políticas y se ha estancado en las de siempre, que están siendo las suyas a la fuerza.

Eso lleva Sánchez en la Moncloa, 100 días. 2.400 horas, 14 semanas, el cuarto de un año, un mundo. Parece mucho tiempo, porque ha sucedido de todo (y de nada), y los últimos gobiernos del PP nos tenían acostumbrados a una tediosa cadencia de resultados muy digna de aquel presidente suyo que veía la vida pasar esperando a que algo pasara. En tres meses y medio de vehemencias y arrebatos, se han cambiado cargos, se ha ofrecido la Luna, se han prometido las estrellas, se ha ido, se ha vuelto, se ha vuelto a ir. Con entusiasmo e intensidad temporal vestida de responsabilidad, que la hacen parecer meditada, pero con resultados borrosos y un poco dispersos. No estoy muy seguro de que la percepción de una realidad material distinta a la que había antes de la moción de censura sea la que tenga la mayoría.

A Sánchez le ha dado tiempo a empezar a sacar a Franco de Los Caídos y hacer así justicia a las víctimas de la dictadura

Entre un ministro de seis días y varios impuestos de globo sonda, a Sánchez le ha dado tiempo a empezar a sacar a Franco de Los Caídos y hacer así justicia a las víctimas de la dictadura que llevan desde que empezó la transición esperando a dejar de ser los que perdieron la guerra; a volver a la sanidad universal y que la solidaridad sea un pilar básico del sistema de salud, lejos de los vetos fronterizos de la derecha exgobernante; a reforzar las acciones contra la violencia de género para que los asesinatos machistas de mujeres dejen de ser la lacra social de nuestros tiempos; a preocuparse por la pobreza infantil y la protección de los menores, para que niños y niñas crezcan en un entorno donde se desarrollen como individuos de bien, con oportunidades ciertas.

También ha tenido horas para reunirse con Merkel y con Macron y colocar la inmigración en la agenda europea; para recorrer América Latina y recuperar para España cierta posición de referencia en la región; para reorientar la relación con el gobierno de Cataluña, y dejar en el tejado de los independentistas la pelota de la distensión territorial. Incluso ha podido salir a correr por Moncloa, y enseñárnoslo; viajar en avión y en helicóptero, y que se lo critiquen; perder la votación que debió cambiar RTVE, y cambiarlo después de chiripa; bajar el IVA del cine y que las entradas sigan costando un riñón; prometer publicar la lista de los amnistiados fiscales y desdecirse; asegurar el cambio de la LOMCE o la reversión de la reforma laboral, y ponerse de perfil a la hora de hacerlo porque 84 diputados no dan para llegar muy lejos.

Intentar que los rotos no superen a los arreglos es sano, prudente y muy deseable

Pedro Sánchez ha dado en la diana, y también fuera de ella, casi todas las veces con idéntico estruendo. Ha renovado políticas y se ha estancado en las de siempre, que están siendo las suyas a la fuerza. Ha querido innovar y se ha tenido que tragar la prisa por quererlo. Ha sacado pecho con lo que iba a hacer, y ha tenido que meterlo cuando ha visto que comprometerse en la oposición sale gratis, pero que hacerlo en el gobierno cuesta un triunfo, abucheos y algún ridículo. El líder socialista ha intentado, acertado, fallado y fracasado, todo a la vez y en estos 100 días. Justo es reconocerle que lo haya reconocido, pero justo también es pedirle más tino, que no estamos para ilusiones rotas ni para mareos. La pasión al gobernar es muy recomendable. Pero en un país donde decidir exhumar a un dictador de su infame mausoleo, o donde recoger inmigrantes del mar que huyen de la miseria de sus países, saca a pasear los delirios más infames de la intransigencia nacional, intentar que los rotos no superen a los arreglos es sano, prudente y muy deseable. Seguro que Sánchez toma nota de los humos blancos y de los negros de estos 100. Más le vale, porque los ciudadanos si lo hacemos. Y tener 100, 1.000, 10.000 más depende de eso.

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