viernes. 19.04.2024

Gagás

Llegar a viejo estropea cuerpo y mente. Ser consciente del alcance de las limitaciones de cada uno es siempre un modo muy prudente de entender la vida y de caminar por ella. Pero serlo cuando uno va llegando a la tercera edad es también absolutamente necesario para no caer en el esperpento.

Es un hecho biológico incontestable que a partir de cierta edad, la posibilidad de articular razonamientos incoherentes es directamente proporcional a la pérdida de capacidades intelectuales, y que aquellos lo son ridículos en igual proporción. Hay excepciones, pero no parecen ni Celia Villalobos ni Esperanza Aguirre, que son la demostración más plástica del silogismo. Dando por hecho que alguna vez estas dos mujeres tuvieron alguna suerte de temple mental, hace tiempo que han cruzado la frontera del gagaismo y caído en el proceloso mundo de las sandeces dichas y el exceso verbal mal construido. La vida es implacable cuando la gente va envejeciendo, y los tontos abundan cuando no se tiene sentido ni mesura al abrir la boca. Ojo, que ni hacerse mayor implica volverse un imbécil, ni ser joven es garantía de no serlo. Tampoco es seguro que Villalobos o Aguirre no lo fueran de antes -presuntamente-, pero ahora, desde luego lo están dejando bien patente.

Villalobos dice que de las fábricas se sale tarde de trabajar porque los hombres están todo el día hablando de fútbol, y no producen en el tiempo que debieran. Ella, la que jugaba Cundy Crash mientras presidía el Congreso, hablando de perder el tiempo. Que ya quisiera yo saber, además, cuántas fábricas habrá visitado en su vida, que más allá de los sillones y las alfombras de los despachos no se le conoce otra. Doña Celia ha simplificado tanto sus argumentos en el debate sobre la racionalización de los horarios laborales que su aportación produce esa mezcla entre el ridículo ajeno y la ternura a la que llevan los disparates en la boca de los seniles. Su desparpajo sonroja, y desde luego raya en la chochez. Y sin discusión alguna es una desfachatez que ofende cualquier inteligencia, esa misma que a ella hace tiempo que le viene faltando cuando se decide a deponer sobre cualquier cosa.

La vida es implacable cuando la gente va envejeciendo, y los tontos abundan cuando no se tiene sentido ni mesura al abrir la boca

La misma que la que le va faltando cada vez más a Esperanza Aguirre. La sexagenaria expresidenta de Madrid ha perdido el norte, y da lástima a gritos cada vez que abre la boca. Ganando más de 90.000 euros al año, decir que los políticos tienen que comprar ropa en tiendas low cost es una falta de respeto para tantos españoles que apenas llegan a fin de mes, y el resultado de hacerse viejo mentalmente a pasos agigantados. De no dar rabia, y mucha pena, pasando lo que pasan muchas familias españolas entre otras cosas por las medidas de los gobiernos de su partido, semejante tontería sería para partirse de risa. Aguirre es muy dada a la provocación, que no es mala estrategia para el debate, pero también a que sus provocaciones sean de un tenor tal que más parezcan los síntomas de la pérdida de facultades intelectivas que razonamientos con la suficiente compensación de juicio.

Llegar a viejo estropea cuerpo y mente. Ser consciente del alcance de las limitaciones de cada uno es siempre un modo muy prudente de entender la vida y de caminar por ella. Pero serlo cuando uno va llegando a la tercera edad es también absolutamente necesario para no caer en el esperpento. Cada una de estas dos mujeres de lo suyo gasta, desde luego, Tienen plena libertad para derrochar el rédito que en política haya podido generar su labor. Pero causa pesadumbre la decrepitud a la que su afán por estar en primera línea les ha llevado a ambas, que quizá debieran empezar a retirarse, o cuando menos, a callarse la boca.

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