domingo. 28.04.2024

Se acerca la Navidad. Las reuniones familiares alrededor de la mesa se hacen más especiales y cálidas. Para alguien -me incluyo- serán fechas tristes porque se echará en falta seres queridos: padres, hermanos, hijos, tíos, primos, amigos íntimos... 

Yo recuerdo aquellas Navidades de mi infancia en las que no reuníamos ciento y la madre. Todo era sencillo, sin excesivas y sorpresivas alharacas culinarias, aunque siempre había novedades sobre la mesa respecto al resto del año: langostinos, almejas, merluza, lechazo y otras viandas del mismo o parecido pelo que sólo se comían de Pascuas a Ramos, en fechas muy señaladas... o en las bodas. 

Pienso que entonces primaba más la reunión familiar de Nochebuena que el condumio, porque hambre, lo que se dice hambre no pasábamos, al menos en mi casa y en mi caso. Gozar del cariño de los seres queridos – a algunos se les veía muy de cuando en cuando- calmaba y colmaba el apetito más insaciable. Niños, mozos y adultos cada uno a lo suyo, y todos algún exceso más de lo habitual en comibles y bebibles. 

Esa misma añoranza a la que me refiero se cristaliza en recuerdos muy, muy profundos que en estas fechas afloran por cada poro de la piel. Hablo por mí, claro. Añoro, por ejemplo, la sopa de menudillos y las patatas a la importancia que ponía mi madre en Nochebuena. Parece que las estoy oliendo, degustando su cálida textura y exquisito sabor. Manjare4ls sencillos de gentes sencillas. 

Por eso estas Navidades, yo, que soy un cocinilla solitario, casi huraño, me pondré el delantal y cocinaré para los míos aquellas viandas que hacía mi madre. En la mesa, la sopa de pescado que hace mi cuñada Tere (santa paciencia la de esta mujer) competirá con la de menudillos, y el bacalao a la montañesa que hace mi esposa (el tomate que hace es espectacular) rivalizará con las papas a la importancia. Ahora, que me salgan como a mi madre es más complicado. Pero una cosa sí que tengo clara, y es que en estas fechas tan especiales y ya tan próximas, aquellos de los míos que ya no están en el mundo de los vivos estarán presentes en la mesa de la mejor manera que se me ocurre.

Las torrejas o “tostás” las dejo para mi cuñada Isabel, pasiega de Buznuevo, que aprendió a hacerlas de mi madre, y que también hace unas quesadas que quitan el sentido y cuya receta aprendió de su madre, no menos pasiega.

Olores y sabores de antaño esta Navidad
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