lunes. 20.05.2024

Traía medicinas, cápsulas para sanar a los enfermos sin estima, a hombres maduros todos casados que la seguían en una red social. Ofrecía insinuaciones, relatos eróticos, sexo virtual. Nadie conocía sus ojos, sus labios, sus tetas, su culo, sus piernas. A cambio colocaba fotos de jóvenes lujuriosas. Un día sus dos hijas gemelas la descubrieron en su ordenador con las manos en el clítoris: "¿Qué haces? ¿Quién eres?”. La princesa de Áscoli, su nick, y cardióloga de un hospital privado. Ya no sabía desligar su doble personalidad.

Acabaría rompiendo la ventana de su dormitorio. Los cristales hechos añicos por la furia con la que lanzó la computadora al vacío. Su último vuelo como mujer fatal y él de una vida al límite. “¡Iros malditas espías!". Las hijas en pijama salieron gritando con una sonrisa malvada: "¡Mamá es una pervertida!". A la princesa se le despedazó el disfraz. Todavía lo recordaba a duras penas en el psiquiátrico entre paseos por la planta. En la calle hacía mucho frío.

La princesa de Áscoli
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