lunes. 29.04.2024

'Optimismo y pesimismo en Medicina', Enrique Diego-Madrazo (y III)

"Si en nuestra mano estuviera la selección de lo que llamamos temperamento médico, escogeríamos aquel buen término de ponderación del raciocinio y suprema serenidad del intelecto, que es donde está el mejor acomodo de las humanas acciones; pero, ya que no nos sea dado alcanzar tanta virtud, prefiero la alegría á la tristeza"

En cambio, cuán otro el cuadro que ofrece aquel pesimista doctor, severo y pulido, de mesurado andar y corta y silenciosa palabra. En este todo es cautela; parece vivir parapetado tras una discretísima reserva que le pone á cubierto de irreflexiva espontaneidad, cual si su regla fuera conducirse con pies de plomo, y en previsión de tropiezos y caídas, tan frecuentes en el andar precipitado y loco. Sin embargo, tal situación de ánimo no es hijo de un plan premeditado, más bien obedece á su particularísima manera de sentir la vida.

D. Madrazo E. Optimismo y pesimismo en Medicina. En 'Boletín de Cirugía' (págs. 68), Número 3, agosto 1910. Santander: Imp. de Ramón G. Arce, Muelle, 6 y Calzadas Altas, 11

Así prosigue el ilustre cirujano pasiego. Se debe hacer mención, repetida, a que habla del doctor optimista, del doctor pesimista y de las consecuencias que tiene para el enfermo una u otra tendencia o postura. Sin olvidar que, a lo largo de su dilatada vida, tal analogía la iba a extrapolar a los demás campos, el pedagógico, el social y el político. Proseguimos nosotros la transcripción de su artículo: 

"Va [el doctor pesimista] con su prejuicio, y, desde que entra hasta que sale de casa del paciente, viste su cara con las mismas dudas que corren por su cerebro. Nada de alegrías ni de arrogantes altiveces: á través de su aparente modestia, un dejo irónico nos dice no te rías ni desprecies la insignificancia del padecimiento; en los días más rasos y calientes saltan las tempestades; y por todas partes anda escondida la muerte; no te fíes de las constituciones fuertes; los árboles más altos son á los que primero azota el rayo; y, así, por este orden, sin premeditación, y sea quien fuere el enfermo, discurre el pesimista; y no ve más que aquellos sucesos tistes, alrededor de los cuales constante revolotea su espíritu. Diríase, al verle pesaroso y frío, más bien dispuesto á la tímida defensa que al alborozo bullicioso del ataque; como si antes de comenzar llevase la peor parte de la lucha; por su rostro cruzan sombras, pinceladas de ironía que parecen recordarle alegres esperanzas, ilusiones locas, campos de flores, retozos del alma, gritos de alegría, y que todo vino al suelo tronchado por el huracán y el pedrisco".

"-Me ha de dispensar la urgencia, dice la madre del paciente. Como una no entiende..., ya ve Vd., soy su madre..."

"-¡Señora!, toda oportunidad es poca. En esto hay siempre un secreto... Sin embargo, por los síntomas -aquí sonríe con su mala sonrisa- no ofrece tan mal cariz".

"-¿Qué quiere Vd. decir doctor? -interrogan con angustia los ojos de la madre..."

"-No, no -dándose prisa á calmarla- la (sic) he dicho que no me parece grave -escribiendo la receta-, veremos qué tal obedece..., hay que vivir prevenido... porque á lo mejor... Le dará una cucharada, abrigo, mucho silencio... -Y camino de la puerta, rígido é inexorable murmura desdeñosamente... ¡Los medicamentos!... ¡los medicamentos!" 

"-¿Volverá Vd. pronto?... -Dicen más que los labios la dolorida y suplicante mirada de la madre..." 

"-Volveré, pero no por madrugar..."

"Y, con la misma fría gravedad que entró, sale de la casa del paciente... y calle adelante, para sus adentros... no hay que dejarse llevar, hay que tener discreción... ¿quién sabe en lo que puede parar? Con estos razonamientos, con esta tristeza interior, perpetuamente camina, envuelta su alma solitaria en el negro crespón del pesimismo".

"Nos meten la podredumbre por los ojos para que nos convenzamos de la ineficacia de nuestros recursos"

"Si en nuestra mano estuviera la selección de lo que llamamos temperamento médico, escogeríamos aquel buen término de ponderación del raciocinio y suprema serenidad del intelecto, que es donde está el mejor acomodo de las humanas acciones; pero, ya que no nos sea dado alcanzar tanta virtud, prefiero la alegría á la tristeza. El mundo, en su hervor de ambición, se agita en busca, de mayores satisfacciones, tratando de engrandecer la vida; y esta aspiración y conquista del progreso la realiza, principalmente, el optimista. Son empeños de corazones alegres; son temperamentos dulces y altruistas, cerebros halagados por un porvenir de más luminosa humanidad, los que trabajan cantando la futura tierra de promisión, No, no son los irónicos los que redimen; los escépticos están condenados á la inmovilidad, á la descomposición de la muerte. ¿De qué le sirve á un Heine, Leopardi ó Schopenhauer su clarividencia, si no le interesa más que la parte fea de las cosas? El concepto que á estos pensadores merece la vida se refleja en un sólo gesto de ironía. ¿A qué cansarse en escudriñar el horizonte? ¿a qué anhelos y miradas angustiosas? Por los cuatro puntos cardinales la cerrazón es cadena, sombría; ni un rayo de luz, ni una esperanza. Estos hombres no engendran afirmaciones; y por muchas negaciones que amontonan no logran edificar una habitación, siquiera sea la humilde de Diógenes. ¿De qué bienandanza les vamos á ser deudores si no creen en nuestra perfección, ni en nuestra felicidad? Mostraron nuestras heridas y putrílago con sus risas irónicas, no para que volviéramos la cara con asco, no para buscar un remedio, no; nos meten la podredumbre por los ojos para que nos convenzamos de la ineficacia de nuestros recursos, para reírse despiadados de los esfuerzos que ponemos en remediarla. Su concepto de la vida es tan mísero y despreciable que valiera tanto destruirla. De locos tratan á los que ponen su corazón en levantarla. No te canses, dicen á esa pléyade de obreros que multiplican el pan para el estómago, la luz para los ojos, la música para los oídos. ¿Para qué afanes, si jamás lograrás la salud? ¿Para qué belleza, si es humo? ¿Para qué ilusiones, si has de ser comido por gusanos? Y si por ellos fuera, y para su detestable filosofía viviéramos, sería conveniente renegar de la vida, y ahítos de tristeza pedir de una vez la destrucción de ese hermoso concierto de la naturaleza que el optimista adora".

«No, no quiero ser pesimista. Con tal criterio de impotencia no me hubiera sido posible el ejercicio de la Medicina. Ni tú, enfermo, le necesitas. Si quieres ayuda en tus calamidades busca la gloriosa acometividad del optimista; esta es esperanza, acción, lucha. No se rinde. Ni mide su propia debilidad, ni lo formidable del enemigo. Así, y sólo así, con su carácter impertérrito, con la ilusión en el pensamiento y el alborozo en las entrañas, allá va caballero en rocinante... ¿quieres algo loco?... pero, fiel á su divisa de que no hay más grande belleza que esta de la vida, busca exaltarla, consagrando á ella nuestra dicha".

"Si en mis manos tuviera el poner la sal del optimismo á cuantos profesan el arte de curar, á todos, absolutamente, á todos diría que no les arredrase la indiscreción con que á veces tropieza la buena nueva... ¿Que no acertáis? ¿que la enfermedad hizo traición á vuestros buenos propósitos? ¿os desacreditó un pronóstico optimista? No os apene, con vuestro error ejercitáis sin daros cuenta, la más sublime de las virtudes, ¡la piedad!, nada más hermoso que la piedad. Si no sanasteis al enfermo hicisteis más cortas y llevaderas sus lágrimas, y en la sorpresa de la muerte vuestro dolor va junto al dolor ajeno".

"No se debe olvidar que las gentes no suelen morir ni en la primera enfermedad, ni menos, en los primeros días de la primera. Si pues tomáis por norma expresar con palabras ó con gestos la esperanza en el éxito de la intervención habréis borrado muchas zozobras, que asaltan á clientes y allegados antes del desastre final".

"De mí sé deciros que, en el momento solemne de pasar á la sala de operaciones, en donde, en breves instantes, se va á decidir entre la vida y la muerte, no oigo la voz del egoísmo que dice, "ojo, que juegas tu reputación; sé discreto". Con una palabra ó un apretón de manos que dice un mundo de coraje y otro de esperanza, entro provocador aun cuando salga derrotado ¿tentarme el desaliento antes de haber peleado?... Más de una vez vi las Vestales apuntar con el pulgar la tierra; pero mi caída siempre fué airosa y arrogante. No es pues extraño que el público prefiera al optimista; le ve más dispuesto á la lucha y la defensa; además le ofrece con su cara de risa y sus ojos animosos montón de esperanzas y consuelos. No tuviera, el médico, otra misión que la piadosa de consolar, esta sería bastante para justificar la alteza de su ministerio". 
 

'Optimismo y pesimismo en Medicina', Enrique Diego-Madrazo (y III)
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