sábado. 27.04.2024

La pesadilla de todos los días

Es como un circuito vertiginoso, pero similar a la euforia que padeció Blesa hace diez años ante los números récord de su Caja Madrid, sin estallar alarma alguna

Cada mañana, antes de posar mi pie izquierdo en el suelo, miro a la chica que descansa a mi lado y la acaricio con un beso.

Está presente. Y me gusta y da fuerzas para ver lo que depara la levedad del día, de lo cotidiano.

I

Ya puesto en pie, aún sin despertar del todo, la máquina comienza a moverse, apelotonadamente, por el pasillo, camino de quitarme las magañas, en un torbellino de ideas, antesala de lo que irá al procesador. Mi devanadera parece que empieza a moverse, costándola poner en orden lo que dejó por la noche, ahora sin saber si ha sido un sueño o la realidad se ha adueñado de todos ellos. Es como un circuito vertiginoso, pero similar a la euforia que padeció Blesa -el impecable e inmaculado- hace diez años ante los números récord de su Caja Madrid, sin estallar alarma alguna. Pero no hemos venido acá para escribir sobre este hombre y su sucesor que siguió el mismo camino, Rato. Bancarios nefastos. Además, la historia nunca caduca, nunca prescribe, porque los tiempos van y vienen. El pasado debe ser un presente muchas veces que nos avecina y prepara el futuro.

Creo que nunca ha habido en España tanto acopio de información para darle pizarra al dalle, como dicen los segadores cántabros

Y ¿por qué, entonces, lo hago? Porque fueron no hace tanto el paradigma de las desdichas de muchas familias y sus ahorros y del mal ejemplo que cundió en los jóvenes. Representaron una articulación de espejos sin fin, en donde el objeto o el sujeto -los demás- se encuentran existencialmente asustados y solos sin poderse plegar hacia sí mismos y responsabilizarse cada día.

Sin embargo, con similar desorden las ideas se pegan, se dan codazos, juegan como los próceres al quítate tú, que me pongo yo. No le es fácil a uno que pasaba por aquí y cuyo oficio no es el de escribir. Aunque es divertido intentarlo. Creo que nunca ha habido en España tanto acopio de información para darle pizarra al dalle, como dicen los segadores cántabros. Sin embargo, todo apunta a que lo próximo va a ser recortar la libertad de expresión, que no la del insulto.

En la angustia

Y de repente, una granizada de piedras heladas de considerable diámetro amenaza en belicosa tormenta al objetivo de mi Nokia, proveniente de aquí y acullá en un caos semicontrolado. Y es cuando el sentimiento tiene prisa para liberarse cuando lo que siente es vértigo, vergüenza y vómito con perdón-. Y vas viendo las púas clavadas que ahora, al ser tantas, comienzan a adquirir cierto peso molesto y pesado. Te las vas quitando una a una sin orden, como digo, pero sí concierto; y las jóvenes madres, demacradas por el trote de la aguja minutera que, con manía, no perdona, y todo lo acaba y siempre llega. Son madres que trabajan, sin tener tiempo de un saludo, de un adiós, de un nos vemos. No trotan, galopan con sus bebés en brazos  a la guardería, o adonde los abuelos, hasta volver a verlos y tenerlos, como en la cena y en el beso de buenas noches a estos pequeños migrantes familiares.

Otras, ni mejor ni peor, con sus nenos todo el día, y su cabeza haciendo números, con la máxima precaución al tocar el interruptor de la luz, en un país que cerró 2022 siendo el octavo país con la electricidad más cara de la UE, con la aquiescencia  callada de los eminentes políticos algunos que se sientan en los Consejos de Administración de las eléctricas. ¡Qué contrasentido!, 'dueños de la luz', ellos tan muertos y tan oscuros. ¡Qué sabrán de la luz!

Los parados sin esperanza, los suicidios inconfesables... Y pasa y pasa el tiempo y alguien será feliz, suponemos. Muchos podrán serlo, a pesar de no estar en este barco con rumbo y con patrón. Porque su capacidad de hipocresía no les permite pensar honestamente en la situación; por eso, tampoco se atragantarán con su 'buena vida'. Y, a pesar de todo, hay que vivir y sobrevivir. El cacumen de cada cual sabrá cómo y de qué manera, y cuándo, si siempre o pensando en la autoinmolación; y si fuese así, solo sería noticia de media columna y olvido desde el día siguiente.

II

Me arrepiento del epifonema con que terminaba el párrafo anterior. Sería lo último. No vale la pena ser protagonista de las tragedias; ya los son los que las provocan. La historia nos dice que todo es un latido y una habilidad en el logro de la seguridad deseable y que, aunque haya quienes desean volver a las andadas y desmanes, atropellos y abusos de bulto, los más, los que somos más, si no la guerra, sí muchas batallas hemos ganado. Rebelarse, obstaculizar las derivas de los de siempre, resistirse, parar las extralimitaciones, revolver-se, acercarse más unos a otros escuchando y hablando son medios infalibles para acabar y desactivar los dislates de las guerras o de las faltas de respeto de la leal oposición.

Será el reflejo de ser patriotas, no patrioteros. Amar al país, preservarlo, que nunca quede en ridículo ante los demás, defender y cuidar su cultura, no despreciarla, enorgullecerse de sus victorias, siendo estas las que significan cualquier paso adelante  en los derechos y libertades de la ciudadanía y, con total libertad, poder poner cada cual su grano de arena en la satisfacción de los problemas colectivos y en el logro de ser nosotros mismos.

Con la resaca de la anemia civil y política, de unos gobernantes incapaces, dormidos y ridículos que no supieron abordar la crisis de 1898, el cirujano Enrique Diego-Madrazo publica en 1903 un libro que sería condenado y apartado de las librerías por la Iglesia de entonces. Lo único que pretendió en sus páginas fue despertar a la ciudadanía de la abulia en que la había arrinconado el poder. Extracto unas líneas suyas que me parecen icónicas en estos momentos de ridiculez, agobio, amoralidad y partidismo interesado en la política:

La enfermedad es grave; pero no moriremos mientras el soldado tenga alma, mientras no caiga en la muerte moral de sus jefes; la mínima parte de la fuerza nacional que éstos representan, será posible transformarla ó sustituirla, porque siempre dispondremos de la abundosa y cristalina corriente de la masa, de esa gran masa que está rebosando virtud, y á la que solo falta que una mano piadosa pose en su alma dormida y le diga como á Lázaro, levántate y anda (…). (¿El pueblo español ha muerto?, p. 63).

La pesadilla de todos los días
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